miércoles, 17 de julio de 2024

L'hypothèse du tableau volé


La inteligencia humana es inacabable, siempre un lugar para sorprenderse en infinidad de áreas y lugares y el arte es uno de sus medios para pensar y mostrar justamente toda esa cualidad de admiración que uno siente hacia la mente del ser humano, llamémosle creatividad, uno de los pilares más importantes del mundo. El chileno Raúl Ruiz disfrutaba realmente con el cine, es parte de ese grupo de amantes del arte que desnuda pasión. No todo es popularidad sino buscar hacer algo especial con ese medio que tanto amamos. Ruiz es popular, sólo que entre los amantes del cine más arty, pero representa igualmente a una minoría. Éste filme es un mockumentary. Seguramente Ruiz habría visto F for fake (1973), aun cuando lo suyo trabaja creando algo muy personal, muy propio. A Ruiz se le nota que como todo apasionado de su profesión le gustaba experimentar, generar novedad y el cine tiene mucho de ello con el amante y con el gestor hardcore del cine. Es un espacio para generar (algún tipo de) entusiasmo virgen y así sucesivamente, aun cuando se ha recorrido bastante. El que de verdad se apasiona por algo se mueve en ésta religión, la de jamás dar todo por hecho. Hipótesis del cuadro robado (1978) da para muchas ideas y mucha plasticidad interpretativa. Es una película que se fija a una investigación, que comanda (es quien la piensa) un coleccionista de arte (Jean Rougeul), coleccionista que analiza 7 cuadros que yacen según él en una serie que veremos a través de tableaux vivants, una mezcla entre teatro y museo de cera. Ésta ligazón de los cuadros vivientes parecen aludir de paso al séptimo arte y de ésta manera Ruiz se mueve sobre la teoría cinematográfica, como sobre la crítica de cine, un lugar para enriquecer el arte, para enriquecer una película. No sólo es juzgar, mucho menos banalmente o ligeramente, o ser simplista y fijarse en aprobar o desaprobar, sino se trata de que ese artefacto entre manos se proyecte intelectualmente, profundizar en éste, aportarle más belleza, generar una experiencia más grande. No sólo es una mirada fría, enconsertada y limitada, sino una que justamente maneja semejantes reglas al director de cine. Pero Ruiz también satiriza un poco al coleccionista, al interprete. Deja en el aire que de cierta manera es positivo que se sugiera y no se de todo servido, para que el artefacto nunca se acabe, que todo no esté dado por hecho. Es así que la ambigüedad manejada en el tipo de producto estudiado es ardua, sobre todo cuando falta un cuadro de los 7 para la interpretación. Se dicen muchas cosas interesantes y hasta descabelladas, se habla de oscuridad, se mencionan cultos satánicos, se atribuyen códigos ocultos que llevan todo a parar a lo andrógino. El filme se inspira en la literatura, los ensayos, las novelas y la filosofía del francés Pierre Klossowski. El nombre del pintor de los 7 cuadros es sacado por Ruiz de la imaginación de Klossowski, llamado Tonnerre. Es una película que también se burla un poco de la censura, por digamos una ideología política o que atañe a cierta moralidad. Al ser un producto ambiguo y que estila sugerir no explicitar es destinado para pocos, sin embargo la investigación de éste mockumentary alude ser un caso vox populi que incluye la intervención y decisión del estado e incluso involucrar a toda la sociedad, que se deja ver que se infla demasiado el globo y esto hace pensar en lo arbitrario, en la dictadura, en la ignorancia del poder. Ciertamente hay indicios backstage de criminalidad -bajo una difícil elipsis apoyada en la cultura y la lectura de una novela- y se encuentra el sacrificio de algún tipo de revolucionario pedestre inspirado lejanamente en un santo. No obstante entra el humor de no verlo -o no poder entenderlo- y más preocuparse por momentos inocentes o plantearlo simplemente a través de la desconfianza, como con la mitología griega y la absurda guía de un espejo -que sigue a otro y a otro- o elucubrar corrupción por medio de templarios (expuestos como simples soldados) que yacen como tomando el té en una partida de ajedrez frente a un enigmático observador, entre amigos, camaradería, no alude a Dios ni a la guerra en sí. Puede ser ésta además una lectura hacia el cine comercial en general. Es una película que tal cual lo expresa no pretende resolver directamente el caso -nunca aparecerá el cuadro robado- sino tira los hilos del espectador mediante una muy buena puesta en escena con recursos visuales sencillos, pero con tremenda estética, gran formalidad, elegante, culta, como si paseáramos por un bello museo.