martes, 21 de junio de 2022

Los peces rojos


Éste clásico y noir español lo dirige José Antonio Nieves Conde y es una gran película llena de originalidad y de manera transparente. Es un filme que tiene varios giros, se presenta de una forma y luego cambia a otra y luego hasta otra más. Mezcla el cine negro con la literatura, con el aspecto de la creación y además con tener un estilo artístico frente a uno más popular, es la literatura fantástica por sobre la social, y ahí entra el mismo cine también en esa elección, entre lo ecléctico frente a lo neorrealista digamos, con un noir que tiene de sutilmente social y también de muy creativo y de manera muy fácil de entretener y que entusiasma. El grandioso actor mexicano Arturo de Córdova es Hugo, un escritor menospreciado que no halla editorial que lo cobije, ni dinero ni éxito y depende de la pensión y herencia de su hijo de 19 años que va a recibir una fortuna de su tía a puertas de morir. Ésta millonaria familiar no quiere mucho a Hugo aunque éste hace de protector de los bienes del hijo y de paso recibe una pequeña pensión. El filme se pone perverso y macabro y el hijo -a quien nunca veremos- cae "extrañamente" por un muelle frente a las altas olas del mar. Ésta maldad es manejada con suma creatividad, pues no es tal cual, pero hace ver a Hugo terriblemente desagradable, aunque el filme es medio su cómplice y ésta elección de tono puede extrañar, igual el maltrato notorio del padre y la futura madrastra al hijo (que yace en elipsis), pero todo tiene lógica perfecta y ahí anida una estupenda sorpresa y loa a la originalidad del filme. Hay un plan inicialmente macabro y sucio, pero luego es otra cosa, algo muchísimo más suave, como glorioso cine clásico que es Los peces rojos (1955), capaz de manejar la peor corrupción de manera audaz e inteligente y bastante cuidada y elegante -aun cuando Hugo es muy boca sucia, tiene la lisura en la punta de la lengua-. No obstante los peces rojos o el símbolo de la culpa que trastorna harán presencia como quien como un dios ha hecho con el arte algo demasiado potente y tan real hasta no poder manejarlo. Es también un filme de romance y competencia por una mujer, y entra a tallar Ivón (Emma Penella), quien es una actriz humilde de teatro que no soporta ya no tener dinero y estar siempre a puertas de ir a parar a la calle; ella trata de ser honesta, pero el mundo corrupto y la necesidad y las malas amigas la hacen dudar y tentarse. Hugo alude pobreza y es un soñador -quiere seguir siendo escritor- mientras su hijo implica el ideal del millonario. Hugo curiosamente compite con su hijo -viviendo juntos-, incluso en desventaja, Hugo es el peor partido de los dos. Hugo es alguien de carácter y algo tosco, encima es el típico macho pero ama de verdad a Ivón, quien tiene la decisión en sus manos, quedarse con el hombre mayor sin futuro visible o con el joven prometedor. Es una historia de amor frente a la dura realidad, es cine clásico -fino- en toda la palabra, aunque con un Hugo mucho de hablar pobremente, aun cuando es indudable su genialidad para la escritura, que hace de lectura de la lucha por el éxito, quien lo tiene y quien no, y muchas veces, sin ser romántico o iluso o autocomplaciente, no lo posee quien de verdad lo merece. Y en ese lugar asoma el final, la gran derrota, como con esas sugerentes y representativas enormes olas que chocan contra el muelle como queriendo engullirnos.