domingo, 17 de marzo de 2019

Just Don’t Think I’ll Scream y Los sueños del castillo


Just Don’t Think I’ll Scream

El francés Frank Beauvais hace una obra con pequeños pedazos de los filmes que vio durante una etapa de depresión y a la vez sumamente apasionada de cinefilia. Son más de 400 películas mostradas muy brevemente a modo de found footage. Estos fragmentos son siempre impactantes o curiosos otorgando novedad, extravagancia y notoriedad. También los fragmentos tienen que ver con la otra construcción del filme formando un vínculo coherente y sugestivo, que es el diario del director, ubicado en el tiempo entre abril y octubre del 2016 y que escuchamos en voz en off durante todo el filme, sin detenerse nunca. Beauvais recién terminaba con una pareja y vivía en una villa en Alsacia y se enfrascó en una cinefilia tremenda –4 o 5 filmes al día durante 6 meses y de exigencia hardcore-, lo cual constatamos con la visión de fragmentos poco identificables en su origen pero llenos de bastante atractivo visual, son imágenes de excepción, suponen las más llamativas de sus respectivos filmes. El diario cuenta el estado de ánimo del director, su reflexión y auto-auscultación, habla de política y de lo social también, se enfoca en algunos eventos de su país, pero sobre todo es un viaje emotivo y racional, muy analítico y preciso, donde revela muy bien su situación de soledad, mostrando sofisticación e intelectualidad. Es una mirada descarnada, honesta de uno mismo, por otra parte. Revela cosas íntimas, como la distancia que tenía con su padre y su convivencia con él por un breve lapso hasta su muerte o sus desequilibrios mentales.

Los sueños del castillo

Documental chileno, de René Ballesteros, que mezcla pesadillas o sueños y una correccional para menores. A los reclusos se les pregunta por sus sueños, parece un método psicoanalítico pero simplemente expuesto, dejado a la interpretación del espectador. En la correccional hablan mucho de apuñalamientos, son unas joyitas también. Pero el filme toma un lado humanitario tratando de comprender ésta juventud criminal. Incluso llega a entrevistar Ballesteros a la novia de un chiquillo criminal; ella muestra todo su amor y comprensión, también cierto dolor por como es. El castillo es la cárcel y tiene un lado de película de terror, ya que gira en parte a historias de ese tipo, como que el castillo no solo está ubicado en el campo, por lo que vemos vacas pasteando, sino que está sobre un cementerio. Directamente un par de educadores cuentan del fantasma de un compañero suyo que ronda el castillo. Se llega a hablar hasta de posesión demoniaca para los actos delictivos que han ejercido algunos. Partes de la correccional, infraestructura, es mostrada a ratos, enseñando un lado frío, duro. Igualmente una niebla ronda por el lugar, mostrando cierto lado siniestro. Los sueños, muchos de ellos, son premonitorios o es hallarse con seres queridos muertos o a punto de morir. Observamos la cotidianidad del lugar, vemos comer a los jóvenes, oír música de hoy, etc. La parte de cine de terror, con cosas a ese respecto, le da distinción al conjunto, abriendo un nuevo espectro de documental, no solo anclado a lo obvio, que sería estar interno, si no sería oír de las mil puñaladas que ha lanzado uno u otro sobre alguien, dicho sin perturbación alguna en el rostro, contado de la manera más natural. Por ello, por extraño que suene, lo sobrenatural nos abre a la idea de trasmitir humanidad, sensibilidad, imaginación, juego, un cierto lado infantil que minimiza la personalidad brusca, seca, bruta de los reclusos; chiquillos, pero duros, violentos, debajo de cuerpos pequeños. Los cuentos de terror son un lado algo arbitrario, pero funciona. Las propias paredes, la torre, los pasadizos, las luces fosforescentes, le dan una visión de cierto misterio, de cierta expectativa al filme, sugiriendo ficción. Y al estar en el campo –aislados- rodeados de vacas es como sacado de una película de género.