martes, 31 de octubre de 2017

Una historia inmortal (Histoire immortelle)

Basada en un cuento de Isak Dinesen, dirigida por Orson Welles, guion del mismo Welles y la novelista francesa Louise de Vilmorin. Apenas dura 50 minutos, pero es de una intensidad y complejidad muy subyugante. Arranca con el cameo del actor español Fernando Rey –que no aparece en los créditos- mientras se narra la historia de un hombre malvado, Charles Clay (Orson Welles, con su habitual solvencia para hacer de hombres terribles y no hacerlos unidimensionales), un comerciante millonario expatriado que se encuentra en sus últimos días de vida, pero lo guarda en secreto. Se habla mal del hermético, estoico y solitario Clay, se cuenta que destruyó a su socio, lo dejó en la bancarrota y lo arrojó a la calle con su familia, le quitó su mansión y finalmente éste terminó suicidándose. Tiene una hija ya mayor pero aun atractiva, Virginie Ducrot (Jeanne Moreau), que vive sola, en la pobreza.

El filme se ambienta en Macao, colonia portuguesa en China, con un aspecto típico de la colonia muy bien reflejado en las calles. Nos hallamos en el siglo XIX. El mediometraje de Orson Welles sólo cuenta con 4 personajes, muy bien distribuidos. Es una propuesta donde se habla mucho, y puede uno perderse entre tanta literatura. El filme toma un giro fantástico aunque la pretensión sea otra cuando Mr. Clay, que tiene un rostro enfermo como también uno de aspecto demoniaco, se aburre de oír siempre sobre sus cuentas y fortuna, a su fiel secretario y mano derecha, el judío errante Elishama Levinsky (Roger Coggio). Un día Mr. Clay buscando ser interesante le habla sobre una historia de marineros, pero el inteligente Levinsky le dice que conoce la historia y es falsa, que todos los marineros solitarios se la atribuyen para ufanarse y negar su vacía y monótona existencia. El sagaz Charles Clay rechaza lo bíblico, el destino, lo profético, cree en los hechos, en la verdad palpable y decide hacer realidad esa historia que escuchó del marinero, pero en el fondo planea su redención, aunque silenciosa.

En un vuelco que hace del mundo literalmente un gran teatro donde los actores terminan siendo en el alma y en lo emocional sus propios personajes, creen en su propia ficción, mezclándose fantasía con realidad, ilusión con la persona auténtica, sin distinción alguna, Mr. Clay encomienda a su secretario cumplir con la historia, crear una historia inmortal. Lo que se le ofrece a Virginie no es la prostitución sino una historia de amor verdadero, poético y eterno, aunque ella crea estar en pos de su venganza. La historia que escuchó Clay es sobre el ofrecimiento a un marinero de un hombre millonario que no puede tener hijos de que embarace a su joven y bella mujer. Es la historia de una noche de pasión, del hombre anónimo que coge, embelesa y se va, donde tanto el hombre como la mujer quedan vinculados para toda su vida aunque no vuelvan a verse.

En su carruaje tenebroso el gigantesco y moribundo Mr. Clay va en busca del marinero, recoge a un mendigo y náufrago (como cuando Moreau se siente vieja, pero dice tener 17 años; también es notable la seguridad que trasmite como actriz), un danés de cabello bien rubio y falso, Paul (Norman Eshley). Éste no será un hombre común, por algo es parte importante de una historia inmortal. Aunque es muy joven mostrará inteligencia y sensibilidad. El filme es una historia gótica donde Mr. Clay más que un pervertido y un voyeur o un demiurgo omnipotente que se sale con la suya le entregará a dos almas perdidas una noche que rememorar, un lugar para celebrar la vida, para olvidar la frustración y con ello Mr. Clay sana sus heridas, culpas y suelta sus cargas. La película también se puede leer como la historia romántica y maldita de una puta y un mendigo que le venden el alma al diablo a cambio de amor.