La portuguesa Margarida Leitão de 40 años filma su estancia
con su abuela de 90, a veces solo registra el interior del austero hogar de la
anciana –el único escenario- mientras hablan, y es que no todo el tiempo
quieren cargar al espectador con su presencia (aunque el problema no es temer aburrirlo),
dentro de una cotidianidad de esas en que no pasa absolutamente nada, que no
sea mostrar sus sentimientos compartidos, porque Margarida se siente igual que
su abuela Lourdes, la anciana se siente sola y desprotegida, temerosa a un
punto de la muerte, de lo que hay afuera de su casa, a donde –con una lógica,
aparte del simbolismo- no suele ir por temor a la delincuencia y al
aprovechamiento de la debilidad del anciano.
Margarida está soltera y no tiene un amor en su vida, vive
otro tipo de soledad, una que tiene vistos de cierta depresión, como se deja
ver en el filme en sus expresiones y posturas. Uno en que abunda el
sentimentalismo, la mirada perdida y el silencio. Margarida mediante su abuela
se ausculta a sí misma, une un fuerte vínculo con ella, aunque como en el vestido
de la abuela que se pone se trate finalmente de dos personas e historias
distintas, más allá de la mirada de espejo que hace la directora entre ellas.
Lourdes es interesante, como toda mujer que ha vivido mucho,
y lo es sin esfuerzo, con su simpleza oral, con apenas unas palabras, vanidades
y pensamientos al paso (como de que las actrices otrora bellas y famosas no
suelen dejarse ver de ancianas), de lo que en el fondo ella es mucho más fuerte
que su nieta, donde su soledad comparte la “carga” mutua.
Entre Margarida y Lourdes también hay un gran amor que se
palpa en el filme, una buena química, no solo es tristeza -recepcionar el sufrimiento
del otro, apoyarlo- y miedo al porvenir. No todo el filme es inspirado, tiene sus
momentos opacos o chirriantes melodramáticos, pero también posee una bella entrega como propuesta. Gifsofila es una planta que ha cultivado e
identifica a la anciana, en un ciclo de vida del que se alimenta la película.