Echo la mirada sobre la ópera prima de la argentina Lucrecia Martel, propuesta que entusiasma a la crítica de su país, y que puede ser considerada como su mejor obra, una que nos enseña los
temas que abordará más tarde. El misticismo, la ignorancia, la ambigüedad
y oscuridad del proceder y de la atracción del ser humano, el descubrimiento
sensual y la tentación natural de lo prohibido en La niña santa (2004). Y la
muerte, la culpa, la tensión existencial, tras un accidente fatal que la
condición social trata de ocultar en La mujer sin cabeza (2008), que puede ser
vista como una metáfora complementaria del planteamiento de la película
anterior.
Algo que a uno le atrae inmediatamente del séptimo arte que
hace Lucrecia Martel, fuera de quienes tengan que asimilarlo, es que ostenta un estilo personal, una cosmovisión propia, y aunque muchos lo crean
fácil de lograr, muchos carecen de ello, aunque no todos plantean ser raros. Estamos ante algo que intenta o, más
bien, le nace, ser novedoso, y considero que lo logra, superando las
limitaciones del cine de bajo presupuesto, usando las mejores armas del arte:
la inteligencia, la osadía, la imaginación y un sentir auténtico en lo hecho.
Lucrecia Martel invoca ligeramente a David Lynch en su extrañeza
(de quien ha confesado admirar, como a Ingmar Bergman y David Cronenberg), en
un ambiente que da la sensación un poco de irrealidad. Esto me recuerda a Post
tenebrax lux (2012), de Carlos Reygadas, especialmente la escena de la piscina estancada/sucia
rodeada de asistentes de clase acomodada alcoholizados y ensimismados en sí
mismos y en la nada, síntoma univoco de decadencia. Es estar en lucha velada contra
el estado de lo pacífico, la supuesta normalidad, desde valga la curiosidad un
tono de calma en su narrativa, roto por la intensidad juvenil y los niños (los
tantos primos). Tenemos también erotismo incestuoso (llámese si se quiere perversidad, a
partir del juego “inocente”, el llamado de la piel y lo animal).
Están las alegrías casuales, y los conflictos intempestivos producidos como siempre mayormente por la inconsciencia
y la falta de respeto. Presenciamos un breve y discreto –como que no va a
mucho- pero sugerente choque social y de clases -si bien todos están como
mezclados por el territorio- con El Perro y la empleada y novia, en medio de
una fiesta de cumbia, hegemonía del pueblo; y la violencia intrínseca en medio de la
naturaleza salvaje, como denotan los niños en el campo –arbolada, ciénaga- siendo
complejos, fuera del lugar de la inocencia propia de su edad, que añado que para
Martel como ha expresado son de por si tales, más elaborados de lo que creemos. Le doy crédito, pero como ella misma expone en el filme sólo en una parte. Yo creo que se minimiza su pensar bajo su naturaleza de espontáneo relajo,
aunque todo ser humano lleva algo interior, y por ende su propia complejidad.
Algunos chiquillos lucen duros, por mencionar una cualidad palpable en el relato (atribuida mucho más
a los adultos). Se observa en la firmeza de sus incursiones de
caza.
Se entiende lo implacable del mundo, la proclividad y el poder de la sombra perenne de la muerte, ante la escena con la res torpe o vieja muriendo en el fango, en la ciénaga, como parece ser simbólicamente lo que le pasará a Mecha y Tali, de ahí la tensión y frustración individual de éstas dos amigas/primas; una por un marido alcohólico e inútil, como lo califica la propia Mecha (Graciela Borges), y la otra con uno muy simple, dedicado a sus hijos, que tampoco le llena ni le hace feliz. Mecha, sobrenombre coloquial de Mercedes, contiene una sub-trama y lectura de envidias, enojos ocultos y alternativas argumentales de un estar dentro y fuera de la provincia de Salta, contexto de la historia. En José, el hijo mayor, se trata de un escape, regresar a la finca familiar, lejos de su amante que es mayor que él y lo mantiene, de otra Mercedes, en una vuelta al pasado, a la nostalgia, la que parece invocar la autobiografía sentimental de la directora, sobre su ciudad natal, Salta, aunque en gran parte ella sea dura, o pretenda ser imparcial.
En todo lo antes dicho entra a tallar el hijo pequeño de
Tali (Mercedes Morán) subiéndose en la escalera, siendo algo bastante previsible, como también a razón de esperar algo tras la tensión implícita y
la sutil exposición; véase cuando se prende la luz de una habitación en
tinieblas y está Tali sorpresivamente fumando, o en la insistencia de su viaje
a Bolivia que es como un grito de ayuda. Éste es un punto de inflexión, de decisión,
que como vemos se da sin respuesta narrativa, salvo como mensaje general de justificación de
comportamiento.
Lo de Tali y Mecha son dos historias de una misma
lectura. Lo de Mercedes tampoco parece un estado ideal, pero al menos
como se dice y se desprende es autosuficiente y yace lejos de esa cárcel que
parece ser la provincia de Salta, lo cual no es una idea espectacular, más bien humilde. Se trata de ponerle atención, aunque
no necesariamente a los diálogos que dicen poco, sino como bien ha comentado
Martel, a lo que yace detrás. No exageremos
tampoco el entusiasmo de una buena narrativa sobre lo cotidiano.
El contexto familiar, el contexto base, resulta identificable. Así mismo más que parecer costumbrista –que un poco lo es ya que
retrata la provincia- lo de Martel es meterse con la esencia complicada del ser humano, a razón de lo visualmente leve, y que incluye a los
niños. Pero también observamos el atrevimiento lésbico
decidido de Momi con su empleada heterosexual, Isabel; o los juegos, roces,
celos y desnudos de José con Vero (entre hermanos). Es un enfoque femenino (visto el protagonismo de Mecha y Tali, el primero que desciende y el otro que aumenta), apreciando que el
atractivo, haragán, mujeriego y pecaminoso José, el muerto de Gregorio (el doble y el futuro de José, su progenitor), el escueto y funcional esposo de Tali o el ordinario Perro
sirven al cometido de desentrañar los deseos y conflictos ajenos, de alguna mujer,
aunque en general la ilustración de los personajes apunte a los detalles, a poca información, en donde el retrato coral es el verdadero
protagonista.