Ésta serie consta de 13 capítulos, de 24 minutos cada uno. Le pertenece a Satoshi Kon. Satoshi tuvo una corta filmografía (4 películas únicamente y 1 serie), pero brilló entre los más grandes del anime. Murió de cáncer pancreático a la temprana edad de 46 años.
Las películas
Perfect Blue (1997) es su obra más compleja, destinada a
los más fervientes fanáticos de Kon y del anime –siendo uno de los mejores del
rubro- y, qué duda cabe, a los más exigentes,
sobre la fama y el éxito, lo mediático y la locura. Sigue Millennium
Actress (2001), la que versa en dar a la luz las memorias de una actriz
legendaria para un periodista en especial que escuchará como ella mezcla su
propia vida con su labor cinematográfica en una unificación de dos partes que
se retroalimentan mutuamente quebrando todo límite entre sí, viéndose que en
las películas de Satoshi Kon las formas aportan un lenguaje imaginario visual
de cariz privilegiado. A continuación viene Tokyo Godfathers (2003), su filme más
amable, uno emotivo y sensible pero con arte, mucha aventura, comedia y su
toque noir existencial, sobre tres vagabundos que se topan en navidad con un bebé abandonado. Ellos son un travesti maduro, solitario y
con carácter; un alcohólico y ex apostador de juegos caído en el inminente
fracaso y la fractura de su hogar; y una niña mimada huida por un acto
delincuencial familiar. Estos 3 vagabundos deciden
hallar por sí mismos a los padres del bebé, habiendo una auscultación interior de cada
uno y de dos posibles progenitores. Es una historia entretenida y muy fácil de
ver, una apuesta segura al mundo de Kon, para todo curioso. Por último, pero, desde
luego, no menos importante (las cuatro lo son), tenemos Paprika (2006), su obra más
popular en cuanto a unanimidad, en un retorno a la cosmovisión onírica y
surrealista de Perfect Blue, aunque mucho más clara, con
mucha acción y metalingüística. En ésta es ir tras los pasos de un traidor o
terrorista infiltrado en un sistema capaz de manipular el subconsciente y los sueños,
contra un criminal que tergiversa el ideal de sanación que invoca el proyecto, convirtiendo
en una pesadilla la realidad, mientras Paprika, la heroína, es el álter
ego de Chiba Atsuko, co-creadora del invento, y la encargada de resolver el
conflicto y el misterio.
La serie
Paranoia Agent tiene su centro en el Shonen
Bate (el chico del bate), un niño de gorra y rulos oscuros, patines
dorados y bate doblado de béisbol del mismo color, que suele pegarle batazos a gente que está reprimida o al borde de explotar, que ya no pude
guardar ni soportar algo en sus vidas. Éste, aunque violento, es una especie de
salvación o pretexto psicológico fantástico para pasar la página, o darse de
golpe, valga la ironía, con los hechos inmanejables, en la que es una creación inverosímil,
ilógica a un punto, increíble, si se
quiere, ya que se trata mucho de algo mental, y juega en esas reglas sin límites, simbólica y sugerentemente. No obstante el shonen Bate se convierte en una especie de leyenda urbana, vox populi, y
yace ubicuo, al punto de la sobredimensión, el rumor, la paranoia recurrente y
que llega a distintos tipos de enajenación, la monstruosidad, el videojuego
imaginativo, la ilusión, el terror o lo delincuencial. Cobra hasta vida en un doble, lo que es solo la
audacia de Satoshi Kon para meter en la pantalla el universo que le apasiona en
el arte, el que recuerda a David Lynch, un referente ineludible.
Kon es personal, único, y si de comparaciones tratamos
patenta igual radicalidad en su personal cualidad de divertimento, sólo que dentro
de un ambiente de relajo, compenetrando intelecto con sobre todo intensidad y entretenimiento,
de cara a cautivar al espectador promedio, una hazaña vista la esencia, y lo
logra, que llega incluso a lucir a ratos fácil, aunque a través de cierta
rareza o particularidad argumental, es decir, un tema aun poco
estudiado en todo el alcance tratado por Kon, a pesar de tener muchos visos de identificación
primaria (incluyendo a lo formal). Sobrelleva una parte “lejana” en cuanto a
lo cotidiano, sin embargo siendo fiel al dibujo animado en tierras de anime y a
su idiosincrasia, que fuera de ciertas apariencias cavila en una temática general
madura, para adultos, y no solo eso, se tratan directamente asuntos delicados
como la pederastia, el incesto, el suicidio. Éste último presentado mediante comicidad,
ironía y más tarde paradoja.
Muestra la carga familiar en la enfermedad, la frustración
existencial incluso desde la infancia, o
la misma locura en distintas clases, como la doble personalidad autodestructiva, el mejor episodio del grupo, junto al del metalenguaje en que se
contextualiza en un relato criminal el quehacer y los artífices de un anime. Trabaja las falsas memorias que desarrollan espacios de refugio pero a su vez de intimidación
mental y autoflagelación, a partir de lo bastante libre, fresco y
extrovertido, a veces algo bobo, infantil e intrascendente, sin complejos, notando
que lo suyo “esconde” una naturaleza oscura, complicada, que implica la
revelación metafórica del conjunto –por un lado expuesta, como se ve notoriamente en el
último capítulo-, acerca de la realidad nipona en cuanto a la
congestión, la velocidad, lo tecnológico, la ambición, la desilusión y la
tensión urbano vivencial, y a esa vera lógicamente el planeta y las
ciudades en que vivimos.
En los 13 capítulos hay mucha novedad desde la “sencillez”
y en buena medida independencia, habiendo episodios más ligados que otros, como en
los tres últimos para cerrar el caso, no descontando algunos
lazos de interconexión, ya que existe el misterio
de quien es el Shonen Bate, que tiene su nexo con un personaje que también está
en todas partes, Maromi, un perro rosado de peluche creado por Sagi Tsukiko que
es la primera víctima del chico del bate, y la que tiene una participación capital.
El Shonen Bate es perseguido por dos detectives de policía, Keichii Ikari y Mitsuhiro Maniwa. El primero un oficial más o menos cincuentón, clásico en todo sentido, pero con un mundo interior a cuestas que debe enfrentar. Hay un juego de desdibujar o esbozar a los animes en el capítulo de la producción, en el que participa, de hacer de la vida literalmente algo plano y sin sorpresas -y lo que significa con ello-, que valga la curiosidad le sucede a alguien que defiende todo lo contrario, pero es que el desgaste cobra factura. El otro es un joven policía novato que tiene despierta la credulidad de lo fantástico, un héroe que hace referencia al lector de manga y al espectador de anime, que más tarde valga la gracia se convierte en un superhéroe nerd y llega a oír hablar a unas muñecas. En ese aspecto Satoshi Kon no se hace ningún problema, deja en claro que está ante un anime -que tiene toda libertad- e introduce cuanto le parece, como una ola masiva y expansiva de color oscuro invadiendo la ciudad arrasando con la gente, o combates al estilo de la leyenda de Zelda.
El Shonen Bate es perseguido por dos detectives de policía, Keichii Ikari y Mitsuhiro Maniwa. El primero un oficial más o menos cincuentón, clásico en todo sentido, pero con un mundo interior a cuestas que debe enfrentar. Hay un juego de desdibujar o esbozar a los animes en el capítulo de la producción, en el que participa, de hacer de la vida literalmente algo plano y sin sorpresas -y lo que significa con ello-, que valga la curiosidad le sucede a alguien que defiende todo lo contrario, pero es que el desgaste cobra factura. El otro es un joven policía novato que tiene despierta la credulidad de lo fantástico, un héroe que hace referencia al lector de manga y al espectador de anime, que más tarde valga la gracia se convierte en un superhéroe nerd y llega a oír hablar a unas muñecas. En ese aspecto Satoshi Kon no se hace ningún problema, deja en claro que está ante un anime -que tiene toda libertad- e introduce cuanto le parece, como una ola masiva y expansiva de color oscuro invadiendo la ciudad arrasando con la gente, o combates al estilo de la leyenda de Zelda.