Dedicado a su padre el director uruguayo afincado en
México Rodrigo Plá ha hecho un filme conmovedor pero sin perder en su
ambientación el toque de sosiego y sequedad propio de la realidad, e idóneo en el
contexto tratado, ya que en la vida uno no suele ser demasiado pensante en
cuanto a sus sentimientos como se suele figurar, sobre todo en gente que tiene
y necesita de una fuerte personalidad, o a razón de lo que damos por hecho, si
bien hay personas más emotivas que otras e intiman en sí mucho más, ya que no
solemos andar metidos en nuestra alma porque dada la realidad nos abocamos a
crear barreras de autodefensa, la dureza hace de nosotros seres más herméticos
y menos expresivos, que no es el caso de los personajes de esta historia que mantienen
sensible su corazón, solo que se debaten en ciertas pruebas y naturales
esencias contextuales de donde surgen decisiones no siempre acertadas, no tan nobles,
asumidas por la idiosincrasia que aprieta y nos hace “perder" la cabeza. No
solemos profundizar o ese parece ser un rasgo de la mayoría de seres humanos
(permítanme ver el mundo mucho menos romántico de lo que se suele creer que es),
para lo que la frialdad de nuestro cotidiano entorno se disuelve un poco en el
ecran y espabilamos con nuestra introspección hacia aquel ser querido que en
nuestro día a día representa una responsabilidad y una importante carga, pero
que debemos percibir con los mismos ojos que María llega a verlo tras el
incidente de la trama, la demora (para seguir sacrificándonos por el amor que
sentimos), ante el miedo a perder a ese ser querido, que en la historia
presente se trata de su anciano progenitor.
El filme tiene un centro fijo por el cual se mueve y
extiende, se dilata, se toma su tiempo
sin molestar, generando gran alcance de reflexión en su único punto que deriva en
varias ideas en derredor, bajo un acontecimiento mínimo pero trascendente,
dejar en una banca al anciano padre, esperando que se lo lleven a un albergue y
pueda liberarse la hija de él, madre de 3 hijos y que vive en la pobreza, de un padre que es como un niño necesitado de cuidados, se orina encima, hay que bañarlo,
vestirle, alimentarlo, se pierde constantemente, tiene una memoria débil, puede
ser a ratos difícil, es un espejo de melancolía entre otras características
que exalta una sugerente descripción bastante inteligente de parte del director en cuanto
a su criatura.
La trama se ciñe mucho a sus personajes, a los pocos actores
que intervienen y lo hacen bastante bien, incluyendo al amigo y peluquero que
sería el menos vistoso en cuanto a interpretación. Resaltan María (Roxana Blanco) y Agustín (Carlos
Vallarino), la hija y el viejo progenitor respectivamente, ambos gente dolida y
endeble, pero en el caso de ella alguien que tiene que ser fuerte para sostener
a su familia mientras todo se dificulta porque lleva una existencia bastante precaria.
Un aspecto claro en el filme es que son gente digamos que buena, pero que su
mundo es demasiado duro, tanto que pueden llegar a perder su humanidad, que es
el desafío que presenta el relato en su protagonista, pensando que como ella
dice, puede hacer algo que no está en sí, y es un problema de desesperación. Si uno no está en ello será complicado de entender, sin embargo Rodrigo Plá logra
contenerlo más que decentemente. Concibe perpetrar ese ambiente aun notándose cierta artificialidad, no por actuación sino como efecto reiterativo en los rostros siempre compungidos de los personajes como en un cuadro de poca complejidad y facilismo, un recurso que se tolera y
que no es tampoco terrible pero se hace a ratos vacío en su constancia porque
no llegan a trasmitir más allá de cierta superficialidad, y que mejor se ve
trabajado en los acontecimientos, como con los billetes planchados y pegados, en
cómo se ven los distintos interiores del apartamento o los malos momentos del senil solo en
el parque, muy bien compensando con la ayuda y atención de la generosidad de inquilinos de ese desconocido vecindario, un indigente o con el vigilante. Su minimalismo acompaña
mejor que cualquier cara triste producto de la “nada”, aunque no vamos a ser
injustos, sabemos que la realidad es un motivo, y el filme es un lapso que
quiere condensar una realidad, y como desea fijar un sentimiento no está del
todo mal ingeniado siendo el pesar algo que quiere resaltarse, que se quiere
que recorra más que intrínsecamente, sin embargo más veo y siento en la
normalidad del anciano esperando lo que no intuye, en su admiración y afecto
paterno, abandonado a la intemperie, que pegado a una expresividad monótona.
Su comienzo es potente aunque apunta a ganador, la decrepitud
en el baño, que está muy bien lograda, surge efectiva, sugerente y clara, ayuda
a formar bastante la historia y a
enseñar un tono. Ese cuerpo desnudo avejentado es sumamente evocativo, abre un
camino de dependencia y deterioro que es el sentido de lo que presenciamos, y de ahí resalta un pensamiento, el dolor de hallarse en una especie de estado sin salida,
que resulta la pobreza, el trabajo mal remunerado e informal sin beneficios
sociales y por ello la constante
necesidad (tres hijos chicos y un anciano bajo el sustento de la labor de
costurera no es poco peso). Sin embargo, algo cambia, como en todo es cuestión
de perspectiva, el anciano puede ser algo que nos falta y que queremos cerca,
bastando un incidente que provoque distinto punto de vista para asumir un tipo
de felicidad, o aceptación que sería más apropiado vista la trama.