Recuerdo con mucho cariño la primera película de la que
tengo memoria haber disfrutado en una sala de cine, yo contaba con 9 o 10 años de edad, se
trataba de Batman (1989), de Tim Burton, y fue algo impresionante para el tiempo,
para muchos ostentaba esa oscuridad que hoy en día se le atribuye a Christopher Nolan. Sentado
en una butaca de un viejo cine de Sullana, Piura, pude ver a un superhéroe en carne y
hueso con la majestuosidad que el séptimo arte reviste al personaje (el de la tv., el Batman de Adam West, estaba muy cerca de la comedia, voluntaria e involuntaria, de ambas, aunque era entretenido, pero no para tomarlo muy en serio). La escena en el callejón con un joven Joker sonriente preguntando: ¿alguna vez
has bailado con el diablo bajo la pálida luz de la luna? me tenía embobado. Más tarde la burla y la fantochada de Jack Nicholson invadirían la pantalla, para
luego llegar el esperado protagonista enfrentándose al guasón que quería gasear
la ciudad y dar muerte con una sonrisa a la población de Gótica.
El mes de julio nos ha deparado la última película de Batman
de la trilogía de Christopher Nolan, finalmente ha llegado y ha sido algo épico
como se esperaba, casi tres horas de acción. Nuevamente el sentimiento de la primera
vez ha regresado para dar rienda a poder concretar la imagen global que la obra
de Nolan ha plasmado desde hace 8 años. La experiencia ha sido distinta pero la
magia perdura en otro tipo de producto, Batman sigue imponiendo su magnetismo
en aquellos que aun guardamos estima por el superhéroe de nuestra infancia.
Ésta vez tras su retiro el hombre murciélago descansa en el
recuerdo como el asesino de Harvey Dent; a los ojos de la gente fue el probo
fiscal de distrito que representaba la esperanza de la justicia en la ciudad
caótica y siempre proclive a la anarquía de Gotham city. Sin embargo la verdad
es que en la oscuridad se corrompió como Dos Caras, gracias al plan macabro del Joker quien aplica la idea de que nada es impoluto de acuerdo a ciertas
condiciones, por ello la imagen de Dent debe ser salvada para crear esos
ideales que mueven a los seres humanos, algo muy claro en el contexto americano
donde sin bases no hay unidad ni destino en común.
Surge un nuevo enemigo para Gótica, que puede ser visto como un sobrenombre para New York o alguna ciudad cosmopolita de Estados
Unidos, ya que Nolan aplica a su obra abundante realismo que le da verosimilitud
y sustancia a esta ficción que proviene de la –en general- superficialidad de
un cómic, incluso se hace alguna broma sobre el disfraz de Batman que luego se
justifica con que es una forma de crear miedo y misterio, a lo que el
superhéroe desprovisto de máscara revela que se trata de encubrir su relación
con sus seres queridos y crear la sensación de que cualquiera puede ser el protector
de la libertad y la tranquilidad de la sociedad, para el caso vencer la
criminalidad que gobierna alrededor y hace peligrar esa condición.
Surge un nuevo componente que hace retornar la propia fe en ser un
vigilante nocturno, repudiado en un inicio por la policía salvo por el comisionado James Gordon (Gary
Oldman) que conoce del esfuerzo de ese entregado salvador, de ese envejecido, desilusionado,
oculto y renco Bruce Wayne (Christian Bale). Éste componente se llama Bane, un mercenario que
sigue el camino que fue impartido por la locura y maldad del Joker
(inconmensurable Heath Ledger en el papel que dio el fruto de un merecido Oscar
póstumo por actor secundario). Se trata de imponer la anarquía, ésta vez de
toda la población inducida a la rebelión al aprovechar la debilidad de los
agentes de ley ante una bomba de grandes dimensiones. Sin embargo Batman
desliga de las mayorías la teoría de esa aproximación natural humana a la
supuesta libertad absoluta engendrada en la utópica anarquía diciendo que la
responsabilidad y el deber son inamovibles del compromiso con la sociedad (ante
el reino del caos la ausencia de figuras también depara silencio, espera e
inmovilidad de las masas). Esto último es algo aceptado que demuestra una
necesidad que hay que adoptar sin fantasías, para ello en este caso la paradoja
resulta en que el motor de ello es la intromisión de un superhéroe imaginario,
ajustado a un especial contexto pero que puesto a cumplir con el realismo del
que se adhiere constantemente se defiende arguyendo que el orden es intrínseco
a nuestra evolución y convivencia, una segunda piel que nos realiza, por ende
la lucha es de todos, para lo que se sostiene no solo de sí mismo sino de un
colectivo. Batman es uno más, aún no siéndolo definitivamente, al igual que
Bane. Sin embargo son solo líderes y símbolos de algo más grande y masivo, la
perenne lucha entre el bien y el mal ajustado a la estructura de la sociedad,
lo prodigo y lo destructivo. Por eso ahí vemos a los agentes policiales
chocando frontalmente contra los terroristas o al joven oficial John Blake (Joseph
Gordon-Levitt), Robin, que lleva una audaz argumentación sobre su persona, en
un magma que surge de la relación de admiración que le produce la figura de
Batman, el que se convierte en propulsor de heroísmo, de identificación. Wayne
representa además un huérfano inspirador, su sufrimiento ampara su lucha y su
lugar tiene solidez en clave de epifanía, un llamado para el compañero que ve
en el mentor y superhéroe su camino, esa voluntad de paz contundente que quiere
prodigar. Gordon sigue siendo indispensable para no salirnos de cánones
normales, de no perder la fe en el orden público que es complementario,
recordemos que es la historia de Batman pero que Nolan quiere veracidad, por lo
que Batman desaparece y se entiende en ese final pausado, no sobre-exaltado
aunque valiente y sobre todo afín.
El querido mayordomo Alfred (Michael Caine) temiendo por la
vida de su señor al que ha criado desea un devenir ordinario para él y sueña
con encontrarlo con la mirada sentado en un café en Florencia con una pareja. Wayne en su condición de soltero y solitario no posee el afecto estable de ninguna mujer, encima vive con el recuerdo de la que perdió, pero nunca le faltan parejas. En el filme tiene dos
relaciones. Alfred tiene en la historia una participación bastante menor, muy parecida a la de Lucius Fox, Morgan Freeman, aunque son básicos en el
relato. Yace en una sub-trama poco engordada pero que da algo de matiz a la
carencia de mundo del personaje de Wayne, poco desarrollado realmente. Caine da
realce a un personaje muy pequeño aunque reconocible, en contraste a otro
secundario que más bien no funciona tan bien, se trata de Marion Cotillard como
la magnate filántropa Miranda Tate, y a pesar de que toma importancia y resulta
coherente parece algo muy hollywoodense, que hay que anotar que es muy parte
del universo Nolan que mezcla el aparato comercial con ese cariz profundo que
emerge de su imaginación y la de su hermano Jonathan Nolan que participa en el
guion de éste definido como entretenimiento inteligente.
Un detalle a recalcar son las vueltas y resonancias que toma
aquel niño que logra escapar de una prisión inexpugnable a la que hay que salir
por arriba escalando sin arneses, se hace alusión de que la desesperanza llama a la fe, y para ello huir
parece posible si bien la muerte siempre se manifiesta ante la tentativa. Ésta es una
atractiva incorporación, parte del entretenimiento y que
reporta un reto para el hombre detrás de la máscara, el que tendrá la
oportunidad de intentarlo poco después de la derrota tras un combate a puño limpio muy bien articulado,
espectacular, que despliega una simpática coreografía de artes marciales.
Se unen cabos, no solo dentro de ésta realización sino con
las anteriores; las tres representan un tríptico, una continuación que puede
ser vista independientemente pero que son más que un rótulo de unidad. Resurge la presencia de Ra´s Al Ghul (Liam Neeson) y la liga de las sombras,
Bane hace hincapié en que es su sucesor, aunque hijo "ilegitimo", una vez que se descubre mucho más que un peón de causas ajenas al
servicio de un inescrupuloso empresario John Daggett (Ben Meldensohn, el
recordado Pope de Animal Kingdom) y que termina teniendo una causa afectiva
-que tiene mucho de literal- a la cual seguir, el reverso/reflejo de Batman. La
oscuridad que ha mantenido toda su existencia lo ha construido, lo ha vuelto
cruel y lleno de venganza, algo superficial que recalca su fortaleza y su
característica de rival difícil de vencer, y es que la historia requiere un
poco de resonancia y simple vitalidad.
Se puede ver a Jonathan Crane (Cillian Murphy), El Espantapájaros, como juez de los ciudadanos a los que se quiere despachar; muerte o exilio clama y obliga a cruzar el hielo quebradizo. Toda la obra y
creatividad de Nolan retorna, se asimila como una cosmovisión que predomina como una singular propuesta de un nuevo Batman,
único y a la vez verificable en la esencia de su padre Bob Kane que estaría
orgulloso de la transformación a la que al día de hoy asistimos. Distinta a lo
que hizo Tim Burton, pero que vivirán paralelas como dos opciones destacables. Una
más pegada al carnaval, a la extravagancia, a lo puramente fantástico y a lo
freak y gótico -valga la redundancia- del estilo Burtoniano; y otra a una
resolución mucho más verificable, que admite menos la inocencia y la
dramatización de corte infantil, una más adulta, pero ambas divertidas a su modo. El comienzo no tiene nada que envidiar a una cinta del género de acción, en
cualquier circunstancia impresionante y trepidante donde la precisión, los
adelantos científicos, la CIA y terroristas se dan espacio, y eso gobierna la
película, combinando la fantasía y lo que hay en el mundo actual, mercenarios
escondidos en lo desagües o un táctico robo armado a la bolsa de valores.
Junto a Bane, un musculoso y calvo Tom
Hardy escondido detrás de lo que parece un bozal y con la voz distorsionada,
magnifico en lo que será un escalón más al estrellato en Hollywood, está Catwoman, Selina Kyle (Anne Hathaway). Se veía complicado que superara la
actuación de Michell Pfeiffer y no lo ha hecho. Sin embargo ha dejado una buena
sensación, mucho pensando que ella se suele presentar algo cómica e
intrascendente y requería de sensualidad y algo de oscuridad; en el filme de
Nolan levanta las piernas en incontables situaciones misma danzarina de ballet
o animadora en un partido de básquetbol, usa ropa apretada, se reviste de
seducción, lo que aunado a su rostro hermoso puesto a la seriedad toma
razonable contundencia. Se ha hecho loable su interpretación como una ladrona
de guante blanco; su disfraz parecía innecesario ya que se podía deducir quien
era por lo que más ha sido lucirla lo más apetitosa posible como asumir el
personaje, poco ha sido el esfuerzo de no dar a conocer su identidad. Pero el
guion justifica esa elección, ella busca limpiarse de un historial delictivo y
esa es su motivación principal, y ya que se sabe que es una delincuente menor conocida
dentro de los archivos policiales poco implica saber o no quien es a vista de
los demás. Otro punto es su ambigüedad en cuanto a sus acciones, termina
jugando en ambos bandos pero algo reparable es que Wayne desde siempre le
brinda el beneficio de la duda al extremo de caer en desgracia, interesante ya
que de arranque ella muestra su verdadera inclinación robándole un collar
familiar, comprensible solo porque Wayne descubre que ella quiere algo más,
tiene alguna secreta intención que la mueve a tratar con criminales, agregando
la atracción que ella despierta y como se sabe el amor perdona hasta lo
imposible. Nunca antes Hathaway ha estado más hermosa y eso se aprecia porque
asume un papel menos cotidiano a su frescura y ligereza, un acierto de un
“osado” Nolan que ha confiado en la que parecía su carta más ardua de superar
en cuanto a elegancia y complejidad; con ésta actriz se da otra de su marcas de
autor, articular componentes de lo minoritario con figuras populares (la trama tiene cierta dosis de
intrincamiento y veracidad, pero visto bien tampoco es demasiado, nunca pierde de vista al público).
Sobre el mismo Batman hay que aplaudir que no cae en lo
ridículo esperando de él una versión madura, asunto peliagudo sabiendo de que
va el cómic, usar el calzoncillo encima de una malla es algo que puede ser muy
risible si aspiramos a la credibilidad o estamos acostumbrados a los dramas
relevantes, pero el hombre murciélago revestido de su aura todo el tiempo es
rudo, parco, activo y oscuro. Se moviliza bajo el uso de la alta tecnología, usa motos
modernas que sirven para posturas sensuales, como las fantasías de Joel
Schumacher, si me permiten la ironía, pero respaldadas por el público; un aparato de vuelo impresionante y un
vehículo de guerra que parece un tanque, prototipos que se ven bajo la lupa de
la ingeniería militar de avanzada. Puesto en el traje, la voz cambiada de Bale y su semblante se imponen haciendo que
esta película vibre en la pantalla, se sienta consistente y no nos hace creer
en algo kitsch. Estamos ante un filme mayor salido de un cómic y que no deja de serlo,
teniendo una perspectiva elogiable que alimenta nuestro lado más efímero con
algo mejor y aun así seguirá siendo solo una opción a escoger, notando que no
es la banalización de la complejidad sino la complicación de lo menor sin que
tampoco lo sobredimensionemos y salga de su lugar de entretenimiento, además de fabricar sustancia en arquetipos con aire de outsiders y
con ello estamos ante una gran parte de lo que significa hacer cine, un buen
séptimo arte masivo.