Dos hombres se disputan el amor de una mujer, una bella contorsionista llamada Natalia que alberga la atracción por el horror y que estando con Sergio (Antonio de la Torre) aprende a aceptar el maltrato y el temor por algo parecido al amor, está en una relación turbulenta, masoquista y apasionada, se deja golpear por éste y tiene sexo desenfrenado más tarde en reconciliación, el asunto se complica cuando logra seducir a un tímido personaje de circo que tiene en su subconsciente las palabras de su padre antes de morir en la guerra civil española disfrazado de su tradición profesional, la de payaso, venganza es el último grito de guerra que más tarde se convierte en un acto reflejo en su vástago.
En esa encrucijada, entre un tipo por naturaleza violento que irónicamente interpreta al artista feliz y gracioso que cambia brutalmente al hallarse alcoholizado muy a menudo, y un introvertido y apocado robusto circense llamado Javier (Carlos Areces), Natalia no sabe por quién optar, su indecisión trae una lucha devastadora que termina enloqueciendo a los dos sujetos desfigurados uno por mano propia y otro por la ajena. Mismo King Kong tratan de arrebatarse por la fuerza a la bella dama en disputa, luego de que en rocambolesca mutación Javier se vuelva tan temible y peligroso como Sergio, queriendo convencer a la par de su contrincante a la extraña mujer que tira y afloja para ambos lados.
La línea del mal y el bien no existe, uno es tan desequilibrado y salvaje como pervertido y agresivo el otro, el sueño surrealista de Javier cobra vida en la realidad ante sus temores y desde ese lugar la película toma tintes desbocados en precipitada carrera. El payaso se convierte en ente del horror, a su vez que su némesis llora el triste hecho de no poder hacer reír a los niños. La locura de la mente del director no tiene pierde ni escatima límites, es de indudable diversión, un juego visual, una guerra interpersonal, una conquista amorosa y por un lado caprichosa que es meta de nuestros aguerridos combatientes en donde uno llega a lucir muchas armas y hasta cometer asesinatos. Las escenas grotescas se suceden una a una, la extravagancia hace presencia de honor, los integrantes del circo son parte de la vorágine y no son más coherentes que los principales responsables de ensamblar una esperpéntica batalla, un motociclista temerario que siempre se descalabra sin misericordia, un presentador que perdió a una mujer al sentársele encima suyo un elefante y en general todos participan de esa pequeña comunidad anárquica tratando de subsistir a toda costa en el espectáculo y apoyando a Javier que aún en las mayores degradaciones y actos demenciales parece ser el “héroe” de nuestra trama, si bien De la Iglesia no duda en sumirlo en las peores condiciones ni difuminar su estatura moral o ideal, para eso no sigue reglas convencionales.
La línea del mal y el bien no existe, uno es tan desequilibrado y salvaje como pervertido y agresivo el otro, el sueño surrealista de Javier cobra vida en la realidad ante sus temores y desde ese lugar la película toma tintes desbocados en precipitada carrera. El payaso se convierte en ente del horror, a su vez que su némesis llora el triste hecho de no poder hacer reír a los niños. La locura de la mente del director no tiene pierde ni escatima límites, es de indudable diversión, un juego visual, una guerra interpersonal, una conquista amorosa y por un lado caprichosa que es meta de nuestros aguerridos combatientes en donde uno llega a lucir muchas armas y hasta cometer asesinatos. Las escenas grotescas se suceden una a una, la extravagancia hace presencia de honor, los integrantes del circo son parte de la vorágine y no son más coherentes que los principales responsables de ensamblar una esperpéntica batalla, un motociclista temerario que siempre se descalabra sin misericordia, un presentador que perdió a una mujer al sentársele encima suyo un elefante y en general todos participan de esa pequeña comunidad anárquica tratando de subsistir a toda costa en el espectáculo y apoyando a Javier que aún en las mayores degradaciones y actos demenciales parece ser el “héroe” de nuestra trama, si bien De la Iglesia no duda en sumirlo en las peores condiciones ni difuminar su estatura moral o ideal, para eso no sigue reglas convencionales.
Debo decir que los actores cumplen tan descabellado proyecto dando realismo cuando no existe, comportándose como que se encuentran dentro de un contexto creíble en nuestra mundanidad, lo cual es inverosímil ya que el filme está completamente sumergido en la fantasía y esa sensación hace más llevadera la contemplación de la película. Tratar de no comprender que estamos en un mundo ilusorio y laberintico es llegar a despreciar el concepto y empezar a notar todo los desperfectos que notoriamente ostenta tanto desparpajo que produce vértigo primando el pensamiento de desorganización llegando a clasificarla de fallida. Pero no sucede de esa forma visto con ojos ávidos de absorbernos en la imaginación propia de la irrealidad cayendo en el absurdo más flagrante.
La canción de Raphael presta el nombre al título y su presencia no desentona sino se acomoda precisa e ingeniosamente al entorno. Antonio de la Torre destaca dentro del grupo con una actuación brillante que sustenta cada altercado y persecución metido en su personaje que se enriquece de su mano creando una personalidad amenazante, burlona, malévola y hasta melancólica. Natalia, la joven actriz Carolina Bang, comparte su generosa belleza sin delicadezas y aún siendo novata para el cine despierta mucha sensualidad inherente a su piel, dulzura e inocencia a ratos y ese toque necesario de ambigüedad y rareza que le permite ser la musa de dos locos irrefrenables, es el objeto del deseo, el leitmotiv que desde tiempos inmemorables ha caracterizado a parte de la humanidad.
La canción de Raphael presta el nombre al título y su presencia no desentona sino se acomoda precisa e ingeniosamente al entorno. Antonio de la Torre destaca dentro del grupo con una actuación brillante que sustenta cada altercado y persecución metido en su personaje que se enriquece de su mano creando una personalidad amenazante, burlona, malévola y hasta melancólica. Natalia, la joven actriz Carolina Bang, comparte su generosa belleza sin delicadezas y aún siendo novata para el cine despierta mucha sensualidad inherente a su piel, dulzura e inocencia a ratos y ese toque necesario de ambigüedad y rareza que le permite ser la musa de dos locos irrefrenables, es el objeto del deseo, el leitmotiv que desde tiempos inmemorables ha caracterizado a parte de la humanidad.
Éste filme estuvo presente en los Goya 2011 quedando sin ningún galardón en la mencionada gala y que no tiene más que un único reconocimiento a mejor director en el prestigioso Festival Internacional de cine de Venecia, la cinta no es para académicos sino para espectadores ansiosos de diversas expresiones cinematográficas.