domingo, 25 de diciembre de 2022

Nope

Nope (2022), de Jordan Peele, salta de la obra maestra a coquetear con el bodrio. Peele se entusiasma consigo mismo demasiado, incluso se oye decir sugerentemente que estamos frente a una tontería exquisita. No obstante éste filme tiene mil escenas maravillosas, mil cosas muy creativas y notables a enumerar. Cuando el monstruo o animal depredador del espacio se revela abiertamente, a todas luces (cosa que no deja de ser una decisión valiente y por tanto hay que otorgarle ciertos elogios), tras verse previamente semejante -lleno de ingenio- como el concepto narrativo y emulador de las elecciones cinematográficas de Spielberg de un Tiburón (1975) de las estrellas, termina convirtiéndose visualmente en una especie de cometa gigante. Se nota entonces demasiado ser tratado digitalmente -aunque con estética de nivel, no trabajo barato de computadora- y pierde mucha presencia, no luce en nada como ningún tipo de animal depredador aun siendo del espacio (inicialmente confundido e interrogado como oculta nave espacial, otro despertador y generador de ingenios). Es así que pierde misterio, pierde harto suspenso, tensión y terror, como antes funcionaba desde lo cierto extravagante y un poco ambiguo esa cavidad que succionaba hacia un elíptico estómago o también disfrazado de quehacer en buena parte invisible en el movimiento de una gran nube, habiendo con ello una secuencia magnífica donde el protagonista, OJ (Daniel Kaluuya), trata de huir de esa nube depredadora mediante cambiantes contrapicados que emulan la mirada de OJ mientras corre por una casa o patio frontal viéndose perseguido. Éste filme tiene de western, también como espectáculo público de entretenimiento circense a ese respecto. La secuencia con el monstruo como freak show de feria con masacre incluida es tremenda audacia. Invoca lo ilógico y termina sumamente coherente desde esa extravagancia y es de esos momentos creativos que hacen del cine un lugar muy rico. Peele sin duda es un director notable, aun con un ego muy a flor de piel que le puede jugar en contra. La parte que decae el filme es una locura de todas formas, positiva y negativamente, y tiene sus hallazgos, como su ridículo, como poner a ese director capaz de grabar lo imposible que tiene la esencia de cierta ironía y al mismo tiempo magia irreverente, jugando al spaghetti western como si éste estuviera manejando no una cámara sino una clásica ametralladora de ese cine tan glorioso y cinéfilo. El actor Michael Wincott tiene la cara perfecta -así como las potentes expresiones- para ser éste tipo de director maestro freak de la mayor inspiración y trascendencia. Peele es muy cinéfilo como con anexar de background familiar el primer fotograma del séptimo arte, un jinete negro. Así tenemos la emulación del mítico freno violento, derrape y arrastre de la moto levantando polvo, de Akira (1988), con una Keke Palmer en estado de intensidad perenne, clásica de cierta imagen del afroamericano, ese lleno de vitalidad, verborrea, humor y un toque incomodador, confianzudo y cool; sin duda una futura receptora de un Oscar o mínimo un próximo estado de mucha popularidad, a diferencia de un Kaluuya que Peele pone ya demasiado solemne, muy serio, tocando ridículo con su heroísmo a lo postal de John Wayne. La parte introductoria y traumática del simio Gordy es otro momento de gloria inventiva, partiendo del cierto WTF o no temiendo caer en la peor tontería, lo cual no pasa. La tensión con los enanitos extraterrestres moviéndose con cortes de ocultamiento es también tensión de la buena, otro momento de buena ambigüedad, ya que éste monstruo pasa por mil conjeturas, hasta seguir la línea de la magistral Starship Troopers (1997). La parte que decae el filme es menos metraje que la grandeza y longitud del filme en general y no obstante es acción pura y dura muy entretenida.