sábado, 26 de septiembre de 2020

el tiempo y el silencio

 


El tiempo y el silencio (2020), ópera prima del peruano Alonso Izaguirre, pertenece al cine indie nacional. Ésta película técnicamente mejora mucho el séptimo arte precedente del cine indie peruano, incluso lo que se veía había progresado, con Expectante (2018), y a esto le suma una historia más nutrida. La película solamente guarda aun cierto atraso y precariedad con el cambio y el movimiento de filmar, falta dinamismo y mayor variedad de mezcla de tomas, siguen estos filmes usando tomas fijas en demasía y algunos travellings como variedad principal. Puede que esto les haya dado una cierta personalidad de cine de guerrilla o al margen de lo comercial y no es que se vea mal, aquí esto mejora bastante, pero podría tener mucho mejores tomas, mejor ritmo y provocar mayor naturalidad visual, que no se note que hay una cámara detrás en exceso y que uno se pueda perder en la imaginación de lo que vemos. Al margen de esto la historia es interesante, hay una narrativa con nombre propio en cierta medida, también el cine ha recorrido mucho. La narrativa es propia del cine arte minoritario, pero ya con algo bastante sólido a cuestas en el cine indie nacional, con un deseo de hacer una historia por la puerta grande, con todos los grandes atributos, aunque en su tipo, outsider, en cuanto a formas narrativas. El filme nos presenta dos protagonistas por separado, a un profesor de literatura dando un taller sobre El primer libro, Por el camino de Swann, de En busca del tiempo perdido de Marcel Proust, y a una proyeccionista de cineclub, interpretados por Manuel Siles y Diana Collazos. Luego ellos llegaran a un punto de encuentro, tras sus personales periplos. Antes él filosofará con el arte, sufrirá no poder tener toda la atención y el éxito en su pasión y entrega por la literatura. Él hará de un hombre intelectual, en una imagen conseguida. Lo veremos durmiendo fastidiado y algo melancólico por la falta de pasión en su taller. Ella será más pedestre, mucho más light, con ella trataremos la soledad. Incluso estando la chica acompañada se le siente así y luego será rotundo oficialmente. La vemos de esa manera en una piscina, oyendo una canción o en su cineclub. En éste último asoma algo sensual -cuando ella se sienta al lado de alguien-, más de bajas y sucias pasiones, propio del cine que proyecta porno que de un cineclub de cine arte, pero como es un filme muy delicado, muy cuidado, arty e intelectual, se le percibe muy sutil, para pegar el salto hacia algo más común, más inocente, como cosa de un escape tras hacer una pequeña audacia. La filmación de la pareja comiendo papas fritas en el auto y despidiéndose tiene una estética de cine indie nacional muy logrado, austero, pero muy bien hecho. El momento en que la vemos en la motito es muy bello, algo tan sencillo como filmarla en las calles coge un vuelo estético de gloria. Antes aunque sea notorio la vemos metida en la tristeza existencial aunque coyuntural solamente, no llega al ámbito de la depresión. Hay su buen manejo del libro de Proust, buen anexo el de un tren mencionado en la literatura del galo, aunque el taller no tiene buen aspecto visual, sobre todo cuando hay una intelectualidad lograda si se quiere. Puede ser porque no es la clase alta la retratada, sino una trabajadora pero académica. Hay una nostalgia por el estudio, por el arte, por el cine de antaño, por lo mental, tal cual Proust. Es un filme que es un paso hacia adelante en el cine indie, otro más, sin perder esa esencia de autoría outsider, del que tiene y quiere decir y hacer algo personal, algo trascendental, pero al estilo peruano, sin tantas ínfulas, pero celebrando el intelecto, la pasión por el cine y la literatura, más allá de lo superficial, del mero entretenimiento, con mayor exigencia y lejanía de la empatía primaria. Eso sí, es un título sugerente, pero no han llenado el tanque de gasolina, quizá por algunas convenciones, que todos los cines las tienen de cierta manera, aunque éste se ha sentido muy fresco, muy natural en su estilo.