sábado, 28 de marzo de 2020
Brujas
Documental de 50 minutos de duración, perteneciente a la peruana Carmen Rojas Gamarra. Documental sencillo, pero muy bien ejecutado, siempre directo al punto y muy completo en sí. Notable talento para la síntesis. Vemos la emulación de la movida del Riot grrrl ubicado ahora en España, pero sólo algo humilde, algo pequeño, no tan intenso. Lo que sí hay es pensamientos claros y seguros de sí, inteligentes, pero expuestos bajo mucha mayor tranquilidad que antaño, que los orígenes del movimiento feminista. Incluso una protagonista por ratos se contradice, dice requerir la mujer de la violencia, pero ella no se considera violenta, no le gusta ejercer la violencia, pero aun así toca en un grupo que defiende y propone esa ideología. No obstante se exhibe en general, en palabras, feminismo que plantea mujeres combativas, de armas a tomar, como el ejemplo del grupo de mujeres que golpean a los violadores, pero sobre todo desde el punk, la rebeldía, fuerza y militancia feminista musical. La música puede considerarse mala al oído, pero tiene grandes discursos, muy potentes y diáfanos, y un sonido acorde, algo que es como un puñetazo brutal al rostro. Ésta movida española recuerda bastante al grunge, luce muy similar. Todas hablan muy bien, argumentan sólidamente sobre feminismo, pero parecen sólo repetir lo que todos tenemos conocimiento. El punk se percibe muy cool, aunque algo feo a la vista. No todas las mujeres son poco agraciadas, se menciona que no quieren etiquetas, o sea estereotipos. Se plantea la libertad de ser mujer. Queda claro que la belleza es secundaria frente a la propia personalidad. Hay hombres presentes, aliados de sus ideas. Quizá subordinados. Documental bueno para apreciar el feminismo, para conocerlo en pocas palabras, tiene virtud para ganar adeptos, cosa que no siempre pasa. Es un filme muy político y culto, pero también sorprendentemente muy entretenido. Bastante bueno.
viernes, 27 de marzo de 2020
El Hoyo
El debut en largometraje de ficción de Galder Gaztelu Urrutia es un filme que para estimarlo antes uno debe tener estómago fuerte, tener libertad mental y curiosidad por que el cine te sorprenda. Es un filme que es desagradable con la comida, y le pide al espectador cierta resistencia visual. La comida es parte principal de la historia. En el filme vemos una cárcel con unos 250 niveles o celdas, a cierta hora baja una plataforma con comida, desde la primera celda superior hasta la última comerán todos de unas mismas comidas, es así que en cada celda comen y van dejando sobras para la siguiente celda y grupo de 2 presos. El filme pretende que la comida sea motivo para hablar de la naturaleza del ser humano, es un obra de cine social, también político, es una película que busca criticar nuestra falta de solidaridad con el prójimo, suponiendo que las celdas superiores son de mayor poder adquisitivo que las que recibirán los peores restos de comida. La propuesta parece proponer una solución sencilla, pero el ser humano retratado solo ve por si mismo, incluso escupe la comida, defeca sobre ella, pisotea la cena ajena. En el trayecto conocemos a un hombre sorprendido con el accionar de los otros presos, es un especie de mesías, aunque uno no tan místico, más que todo un buen hombre, una rareza en el mundo que vemos. Goreng (Iván Massagué) viene con un libro, es un hombre sencillo, pero sabio pensemos. La propuesta de Gaztelu es una película interesante, imaginativa, ingeniosa, pero no algo exagerado, tiene su cuota críptica, filosófica, rara, pero algo medido, es una propuesta que tiene cierta humildad, no es una película tan difícil de entender, tiene su buena parte de ser simple. Pero también luce original. Es una película que muestra terror con alucinaciones y algo de terror psicológico, con su añadido gore, y tiene de cine de acción aunque esto es lo menos logrado y más ordinario. La participación de Trimagasi (Zorion Eguileor) es súper rica en suspenso y perversidad, éste personaje aporta mucha arte al conjunto, es una actuación notable también. El filme tiene un final positivo, muy claro, recubierto de un aura de cosas simpáticas de ver como cine, en la elevación y el adiós, en la entrega por otros, en la exhibición de la muerte y en un nuevo génesis. Es un filme notable para el cine español.
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domingo, 22 de marzo de 2020
El año del Apocalipsis
El año del Apocalipsis (2016), de Rafael Arévalo, es la primera película de zombies que se ha hecho en el Perú, pero bajo las coordenadas del cine austero, del cine indie nacional, incluso del primer cine indie nacional, ahora el cine indie peruano ha evolucionado. Pero aunque éste filme es de tremenda austeridad y pocos recursos tiene suma imaginación y es bastante curioso y simpático. Es un obra que puede ser vista por su estética y recursos como amateur, pero su imaginación eleva el conjunto, lo luce profesional en ese aspecto. Hay una buena cuota de ingenio, con las historias -que van poniéndose más curiosas- y tiene decentes actuaciones, desde la sencillez, incluso también llevan cierto ingenio los recursos visuales aunque sean los más básicos. No obstante los efectos especiales un poco más y parecen propios de una fiesta de disfraces solamente o de un carnaval. La propuesta de Arévalo son 12 episodios en un apocalipsis zombie que reúne todo en una sola temática y conjunto -hay algunos pocos nexos argumentales, sobre todo por medio de los últimos episodios-; son 12 cortos cada uno dentro de un respectivo mes del año, y cada relato dura unos días por lo general. Está en las antípodas del tecnicismo del cine comercial, son cortos por tanto son historias escuetas sobre todo, es el trato de lo mínimo y desértico, pero aun así tiene carisma, es entretenido si hacemos un poco de aclimatación a su estética y tipo de cine. Los disparos -los efectos- llevan un toque de imaginación. Tiene un poco del arte del teatro, pero también aunque es la austeridad en plena forma lleva su humilde toque de espectáculo, es un filme de género, aunque tenga poco de su hedonismo visual, pero posee su buena cinefilia en su militancia de cine arte de muy bajo presupuesto. Se hace lo que se puede, diríamos, en cuanto a dinero, pero nada tan valioso como la imaginación.
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viernes, 20 de marzo de 2020
Machine Gun or Typewriter?
Machine Gun or Typewriter? (2015), de Travis Wilkerson, es una película interesante, aunque le queda lejos Did you wonder who fired the gun? (2017). No obstante tiene su virtudes. La voz en off se acuesta sobre imágenes de soporte que tratan de rellenar con imaginación y arte el espacio narrativo. Hay muchos disparos en pantalla, esto presenta un atractivo visual; pirotécnico, aunque de bajo presupuesto. Sin embargo las imágenes resultan un poco artificiales, poco ligadas al asunto. La narración en off tiene un sentir violento, algo agresivo, el narrador parece enojado, poco amable. Pero el filme nos habla de una historia de amor curiosamente. Éste romance es entre una mujer que parece una terrorista y un locutor de radio pirata. Me vino a la mente enseguida el libro de Philip Roth, Pastoral Americana (1997). En el presente filme es una mujer de ensueño que queda impactada por una lectura y cambia su existencia, aunque hay indicios que siempre quiso ser clandestina. Ahí yace el acercamiento de ésta mujer al hombre secreto de la radio que cuenta la historia del filme. Como suele ser, Wilkerson es muy dotado contando historias, su voz en off es lo mejor que tiene la propuesta, es una voz con personalidad, cargada de emociones, aunque se perciba una cierta inexplicable furia. La voz en off seduce al espectador y realza todo el conjunto, las imágenes pasan a segundo plano, poco importan y el filme aun así es un filme virtuoso, cosa rara en el cine de cierta manera o propio de pocos realizadores. El locutor es digamos un intelectual, la máquina de escribir le representa, mientras la mujer es de armas a tomar, representa a la metralleta, aun cuando ambos se perciben como revolucionarios, rebeldes. El filme también cuenta la vida violenta de Los Angeles, exhibiendo imágenes de guerra, pasando por un escritor judío maldito y un cementerio olvidado.
miércoles, 18 de marzo de 2020
Algo se debe romper
Algo se debe romper (2015), del cineasta peruano Enrique Méndez, es una película que en su primera mitad luce ingeniosa, a un punto, haciendo el uso de la tecnología de una computadora, viendo la pantalla en uso de redes sociales y mecanismos de comunicación y los dispositivos básicos de actividades de windows, presenciando en toda imagen el plasma de un monitor, como si la estuvieran utilizando, lo cual genera que el presupuesto sea magro y la película luzca de cierto nivel. Éste ingenio de replicar el uso de una computadora no es novedad, en el cine de terror ya ha sido usado con variedad imaginativa, pero en el cine nacional resulta novedoso, comparando ésta propuesta sólo con Videofilia y otros sindromes virales (2015), aunque ésta última resulta mejor película. El nivel desciende en la segunda media hora, cuando se filma al protagonista, la historia se muestra muy sencilla y la imagen de la misma manera, hasta el extremo de la austeridad, se ve como un filme casero, amateur, además hay un movimiento molesto en el seguimiento del andar del muchacho. Algo se debe romper trata del bullying cibernético que le hacen a un muchacho cuando éste queda inconsciente por una borrachera. El filme a partir de ésta burla entre "amigos" y filmación muy simple de Méndez despliega muy buena imaginación en un ataque y contraataque por internet, proponiendo una historia con sólo el monitor de una computadora, que luce muy ágil y llena de vida. Pero luego esto pasa a otro estado y el filme decae bastante, pierde su virtud. Surge la depresión y el enojo, el chico se arrebata y la trama muestra violencia en donde también se ve pobreza visual. Finalmente la película opta por hacer un símil entre una persona y una computadora proponiendo una pequeña cuota de sci-fi a lo Matrix (1999), con lo que tenemos un obra interesante, pero también irregular.
sábado, 7 de marzo de 2020
Midsommar
Midsommar (2019), de Ari Aster, parece que se centrara en una secta extraña y extremista, pero en realidad se centra en Dani (Florence Pugh), en como para sanar debe conocer el mal en su ser y sentir placer con éste. Todo desde algo que puede sonar feminista al final del cuento. No obstante a razón de alguien que no es culpable de lo que se le achaca, pero ahí está la ironía y perversidad de la historia. El filme de Aster no busca el susto gratuito; te impacta, pero con consciencia de una narrativa, en ese lugar están esas 2 caídas poderosas donde surge un pico importante de emoción del terror. Una de ellas es brutal, salvaje, híper violenta visualmente; la segunda es realista, seca y sin adornos. Luego los cuerpos chancados, deformados por los choques, son quemados, pero no lucen muy verídicos lo cuerpos por ese entonces. El filme va acumulando extrañezas con la secta, tiene partes que se asoman al ridículo, te hacen dudar de no poder contener una risa involuntaria, pero su riesgo continuo triunfa, resulta un filme con personalidad, donde existe harta lógica, pero también mucha imaginación, es ver algo que puedes creer, pero mantiene la novedad, no es predecible, hay suspenso, misterio, crueldad muy bien pensada, desde la frialdad más feroz y una razón interna donde la secta actúa en base a convicciones y leyes propias. En el trayecto el grupo de visitantes americanos son victimas del terror, pero Dani pasará por una mutación, por una sanación malévola, pasando del estado de ánimo de la depresión al éxtasis, al sadismo, esa es la película. Las muertes que crean y acompañan la depresión, la de los familiares de Dani, son representandas atípicamente, lucen medio inexplicables, frikis. El filme tiene esa particularidad, aunque en mayor medida es muy lógico, aunque bajo códigos perversos y criminales. Es un filme mucho más pausado que el anterior, pero no lento. Es un gran mérito -habiendo tanta agua bajo el río con la temática- ver una película sobre sectas que logra distinguirse y ser bastante interesante, Ari Aster es un director y guionista talentoso, un cultor maestro contemporáneo de un género que todos amamos tanto, tan cinéfilo, como el terror.
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lunes, 2 de marzo de 2020
En medio del laberinto
Debut del trujillano Salomón Pérez. Es una historia de skaters. El filme luce indie. El muchacho protagonista es tal cual un muchacho común, no presenta mucho conflicto personal, gusta de andar en el skate y vagabundear, pero también lo observamos limpiando en su casa y hablándoles con respeto a sus padres, es un chiquillo correcto. La propuesta es andar ahí en lo intrascendente. Vemos varias escenas de skaters haciendo piruetas, sin mucha pompa, esto aclimata a uno a la película, fija muy bien una temática y contexto. Algo notable es la incorporación del interés por las antenas, que abundan en Trujillo, puesto en una chiquilla, el lugar de afecto del protagonista. Con la chica habrá un pequeño conflicto, nada mayor, pero se maneja con cierto misterio. No obstante el filme esquiva las complicaciones. La película tiene una imagen a ratos arty, aunque la narrativa es de lo más simple. El muchacho protagonista no es un rebelde, el skate es visto como algo normal, tranquilo, punto curioso, se acostumbra ponerlo como marginal. Salomón Pérez no es ningún trasgresor, su filme es sumamente calmado narrativamente. Pero en lo visual respecto a la técnica de filmación y a la edición es más original, aunque algo imperfecto -una pizca, sin exagerar-, de esto que se entienda que el presente filme estuviera en el festival de Rotterdam, aparte de lo exótico que puede sonarle a algunos un filme venido del Perú. Lo de las antenas es tratado con sencillez, pero alberga cierta extravagancia intrínseca. El uso del skate no busca ser algo impactante, hay una calma formal que plantea una imagen de juventud clasemediera inocente. Hace pensar en una juventud sana que disfruta con juegos al aire libre, como antaño, curiosamente el skate es algo que invoca lo clásico, lejos de las tecnologías contemporáneas. La propuesta apela a lo artesanal y a la actividad física, la calle representa la libertad, pero sin grandes peligros. En el protagonista se implica lo mínimo -se expone así, podría ser algo difícil-, quiere dominar una maniobra de skate, quiere entender al sexo opuesto. De cierta manera el filme parece emular el anime, sin grandilocuencia. El filme es un mix de lo familiar y lo austero, es un buen representante del cine indie nacional. Toma el relevo -igual que Wik (2016)- mostrando progreso el cine indie peruano.
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