jueves, 20 de diciembre de 2018

Roma


Roma (2018), de Alfonso Cuarón, es el retrato de los 70s en México con algunas protestas sociales de estudiantes y la represión violenta del gobierno, con ayuda de matones asalariados. Pero lo social se remite más a un hogar, donde la empleada del hogar Cleo (Yalitza Aparicio), de origen indígena, proveniente de Oaxaca, es la protagonista. A través de  ella vivimos ese México de inicios de los 70s. Junto a ella vemos también la simple vida cotidiana de una familia de clase media alta. Llegamos a presenciar un lugar de separaciones y decepciones. También de tragedia con una escena brutal, bastante fuerte, excesivamente cruda, al tiempo de muy realista.

La empleada del hogar, Cleo, es parte de ésta familia; el filme se encarga de mostrarnos cuan significativa es ella para ellos, cuanto la quieren, no solo los niños, también la abuela y la madre de los niños. Hay escenas muy detallistas, muy enriquecidas por la cámara como cuando el padre de familia llega en su auto gigante a su hogar, y vemos tomas de detalle mientras estaciona el vehículo en un garaje bastante estrecho. Vemos como el auto va hacia adelante y atrás lentamente tratando de encajar en la pequeña abertura del campo de entrada. Esto es un pequeño espectáculo de buen cine, aunque parezca algo discreto y común.

En el filme se sienten conflictos sociales, pero se dicen sutilmente en varias oportunidades, antes de la marcha y los disparos, como con un breve comentario en el almuerzo por uno de los niños o cuando unos terratenientes disparan sus armas a la distancia burlándose de los guerrilleros o cuando se mencionan al vuelo expropiaciones que incluyen la familia de Cleo. Pero lo central es la visión de Cleo, de cómo comparte con ésta familia. También hay una relación muy interesante con un novio que ella tiene; hay escenas muy curiosas, como cuando el novio, practicante de artes marciales, le hace una demostración desnudo en un hostal. Éste chico es violento, aunque tiene ratos que se muestra dulce, con lo que enamora a Cleo. Después toma mucha lógica la formación de éste muchacho, de éste personaje.

Es un filme de crecimiento, pero a costa de un gran dolor, algo demasiado grande, y cómo ambos sufrimientos –los de la familia y Cleo- se unen para mostrar amor mutuo. En el trayecto Cleo no deja de hacer sus quehaceres del hogar, como se ve hasta el final, esto es normal, donde se enfoca Cuarón es en que Cleo es querida, es parte de la familia, como con aquel abrazo en la playa cuando Cleo arriesga su vida y a la vez es parte de una liberación personal.

El retrato se hace muy bello en blanco y negro, y la vida común se siente a plenitud, el correr por las calles siempre tupidas de gente, las idas al cine o los carritos en la pista de juguete. También es notable la escena donde el entrenador extranjero hace su demostración marcial y fundamenta sobre lo cotidiano como especial, justo como el retrato que estamos viendo, y aunque en primera instancia le tiran pifias, luego le dan todos los presentes la razón. Éste hombre parece salido en realidad del imaginario de la lucha libre mexicana, o sea de la identidad nacional, como lo es todo el filme, tan potente en su mexicanidad, pero que trasciende hacia nuestra latinoamericanidad. Cuarón es duro y sensible por igual, te hace vivir cada momento, con la mirada de Cleo, que es sencilla, pero llena de humanidad, esencialidad.