domingo, 28 de octubre de 2018

Un verano con Mónica (Sommaren med Monika)


Mónica (Harriet Andersson) es una chica intensa que está ansiosa de emociones y aventuras, tiene una existencia humilde, un padre pobre y aficionado al alcohol, aunque no mala persona, y un trabajo donde todo el mundo intenta toquetearla. Todo esto le fastidia, pero al tener novio, estar con Harry (Lars Ekborg), se siente feliz, alegre, libre, ella misma. La situación, que puede entenderse por la parte social, económica, también se puede estacionar en el simple anhelo de tener una vida placentera, entretenida. En un momento Mónica hace mención que hay personas, uno puede suponer gente con dinero, que se lo pasan bien, pero ella –otros- no.

Lo mismo siente y pasa Harry –por su trabajo y hogar-, pero él lo ve de otra manera, se comporta distinto, entiende que necesita un trabajo normal, un trabajo sencillo, pero además sueña con estudiar y ser profesional para acceder a una vida plena. Es un hombre simple. No obstante se cansa, sufre de cierta explotación y malos tratos, aun cuando es un tipo educado, amable, inclusive algo tímido, y le termina desagradando su centro de trabajo, un lugar que refleja la condición social, la condición de obrero.

El director Ingmar Bergman es muy sutil, relajado, ve más por las emociones y los parámetros regulares de la existencia, tiene a lo social como parte de, no el todo. El filme se apoya en la libertad, el placer y la felicidad, en ésta búsqueda, que representa la personalidad y esencia de Mónica, con un desnudo suyo en la playa que es todo ello en una pequeña secuencia. Sin embargo el mundo invade a la pareja, tiende a agredir a los seres humanos, les pone dificultades, sufrimientos. Mónica entonces reacciona y no lo hace de la mejor manera, el filme de Bergman la muestra negativa, hasta antipática o mala persona, ya que Harry es un tipo ideal, un santo prácticamente.

Es entonces que Mónica representa esa felicidad siempre escurridiza, efímera, veraniega. Cuando una hambrienta y salvaje Mónica roba un asado –el mismo, una y otra vez, a lo que suma enojo- el filme se presta al humor, a la aventura, a la terquedad, a la inconsciencia, más que a lo social, aunque desde luego está presente también. Ésta propuesta pasa de la vida libre o feliz a la vida de responsabilidades y así, Mónica, pasa a ser como una ilusión, una cierta utopía, una continua fuga.

No obstante Bergman se permite hacer de la playa, de un bote, del mar y de la pareja protagonista un logro, aunque con el tiempo contado, creando momentos felices en el anhelo, la personalidad, de Mónica, que se resiste a regresar a la civilización que no es otra que el mundo donde hay poco placer, donde convives con lo desagradable. Lo económico está presente elípticamente, la llegada de un bebé se opone a la isla. Igualmente la infidelidad persigue la relación, partiendo de lo que es simple envidia, una esencia básica.

Mónica pierde parte de su belleza, su inocencia que parecía a prueba de todo, se mella su naturalidad, se muestra banal e inmadura, quizá está agotada –de la vida-, es débil, quizá es demasiado sensual –el sexo la domina, detrás de la excitación vivencial-. En cambio Harry es un tipo austero en todo sentido. Pero Bergman tampoco la hace desagradable todo el tiempo, sólo por un rato, y al final lo bello perdura –ese flashback del desnudo-, aun cuando surge la decepción, aun cuando no pueden sacarse de encima lo social.