domingo, 13 de octubre de 2024

Wajib


Wajib (2017), le pertenece a la palestina Annemarie Jacir. Cuando uno dice, esa película no es mi tipo de película está dando una mala respuesta. Uno tiene que tener la mente abierta, ser curioso, aventurero, intrépido, amar la diversidad, lo impredecible, la originalidad, la creatividad del séptimo arte, del cine como expresión artística, intelectual, como espacio de trascendencia, un lugar para profundizar el mundo y la esencia y las capas, el sentir, el vivir, del ser humano en toda su concepción. No sólo ver al cine como entretenimiento, que también es una arista, de un conjunto mucho más grande y mucho más rico. Ésta diversidad no solo es proponerla propia de un estilo, género o temática sino que cada rincón del planeta pueda expresar su parecer de su existencia, siempre de manera constructiva, pensante. La presente película entra en ese perímetro, dándole voz a los palestinos, mostrando como ven su vida desde Nazareth, ciudad de Israel de las más pobladas por árabes y palestinos. Es la convivencia frente a un poder mayor, como lo demuestra ver algunos militares judíos en pantalla, que se les identifica con una presencia de cierta elíptica tensión o enojo. Pero Annemarie también se permite ser autocrítica con ésta sociedad de convivencia, como indica llamar vacas a cierta población y señalizar literalmente y en más de una oportunidad que hay mucho desperdicio y basura por las calles compartidas entre judíos y palestinos o árabes. El título del filme (Wajib) remite a la tradición de llevar personalmente la invitación para un evento importante, la boda de la hija de Abu (Mohammad Bakri). En lo que vemos ha regresado de Italia, para la boda de su hermana, el hijo de Abu, Shadi (Saleh Bakri, hijo real de Mohammad) y como es normal, tiene algunas discrepancias con su padre, pero nada que resulte extremo o pesado, siempre hay un ambiente de respeto y afecto entre ellos, aun cuando se enojen entre ellos, sobre todo Shadi que reniega un poco de la situación sumisa u oprimida de los palestinos. No obstante Abu -quien es profesor y es alguien muy consciente- remite también a algo importante, la propia familia, a cuidar de ella, de darles prioridad por encima de uno mismo. De ésta manera el filme le enseñará a Shadi que hay que pensar no sólo en uno, en lo que uno cree, sino en los otros, en los demás, sobre todo si los amamos o somos buenas personas, humanitarias, justas. Es como respetar lo ajeno, dialogar entre pensamientos distintos o subjetividades, expresado sutilmente, tal es aquella última imagen de la terraza a oscuras que empieza trasmitiendo cierta discreta melancolía entre una bohemia tranquila o familiar, para pasar a un canto que cierra con optimismo, con aprendizaje. En la trama o gran parte del metraje observamos a Abu y Shadi compartir el auto, uno viejito pero leal, y todo un día entregando montón de invitaciones a la boda de la bella joven hermana (Maria Zreik) que presenciaremos en cierto momento lucir todo su atractivo originario, su escultural figura, de manera formal. Padre e hijo interactúan con mucha gente y vamos ahondando en sus personalidades donde hay su buena identificación clásica. Abu es un hombre sufrido, su mujer lo abandonó con sus 2 hijos (pero el filme será intrépido, producto de la mirada femenina de la directora, y tratará de comprender o sopesar a la madre). Esto habla de resistencia, no de violencia (cuando se suele estigmatizar al árabe o palestino), sino de amar de verdad a Palestina, no solo desde un lugar extranjero y distante o cómodo, sino desde donde las papas queman, amarla con todo su sufrimiento real. Pero el filme no busca ser triste, sino muestra más bien gente inteligente, amable y en situación económica estable, pero al mismo tiempo de alrededor se puede percibir esfuerzo y cierta pobreza. Es una propuesta que muestra que las personas o países se parecen mucho en sí, y que más que ver diferencias, es notar que nos parecemos todos mucho más de lo que creemos o queremos creer. Es una obra austera pero bien hecha, que te engancha, parece cine independiente, de interactuaciones sencillas, cotidianas, pero exhibidas sin el típico toque arty disforzado, forzado o vacío. Éste filme respira comprensión, autenticidad, personalidad real y amabilidad. Tampoco busca ser muy político (aunque se oye decir del padre que el cine es político, mientras el joven no lo cree así). Por el final hay una explosión intelectual en ese orden, una confrontación de miradas o posturas, pero abunda la cotidianidad, lo simple, lo universal, el viaje de la dificultad campechana, de lo que conoceremos a muchos palestinos -de a pie pero con su ligera e interesante distinción- de cara a una familia protagonista particular, próxima pero exitosa, bien palestina.