martes, 2 de septiembre de 2025
Sao Paulo, Sociedade Anonima
El brasileño Luiz Sergio Person, el director de ésta película, murió joven, a los 39 años de edad en un accidente de auto. Curioso es ver -como premonitorio, dentro del estado de autoconsciencia de muchos hombres, ser padre, asumir el matrimonio- que en una escena del filme, el protagonista escapa en auto a velocidad, habiendo un amago de posible accidente, de las responsabilidades del matrimonio que hace de simbolismo para la industrialización y época de bonanza económica en Brasil (1955-1965), especialmente en Sao Paulo, la ciudad más rica de éste país. Person no pudo tener un carrera nutrida en el séptimo arte pero esto le basto para hacer que la presente película sea parte de lo mejor del cine de Brasil. Carlos (Walmor Chagas) es un hombre en los 30s que disfruta de su soltería. Es un hombre que se alegra cantando una canción social sobre la humildad de la vida de las favelas. Se le nota identificado. Llega a criticar la banalidad de los chicos bien, amigos de su futura esposa. En otro momento canta el himno nacional y se conmueve y hasta a su entorno -gente más burguesa que él-, como quien refleja un gran amor por la esencialidad de Brasil, o por la gente del pueblo. Pero en Brasil se vive un cambio, cambio que está enfrentando además el propio Carlos en otra forma, cuando su novia, Luciana (Eva Wilma, de sofisticada belleza), le pone las cosas en claro, quiere formalizar su relación. Carlos como que se rehúsa. Siente algo de fastidio por estar en demasiado modo de pareja. Dice que hay cosas que le abruman hacer en ese estado de cierta sumisión. Es la lucha entre la libertad de la soltería, no tener ninguna atadura, con pasar a entregarse a un cierto sacrificio. Tras la fiesta de año nuevo -que tiene una secuencia visual memorable con una maratón nocturna y un auto escarabajo, un auto propio de una época- surge una escena de gloria (con un título que podría ser el del borracho y la serenata) con Carlos aceptando finalmente los requerimientos que se le imponen a la mayoría. He ahí el dilema. Éste filme está plagado de grandes escenas, escenas muy inteligentes, claras pero muy sugerentes, muy ricas, llenas de personalidad. Una de ellas es la escena que se roba un auto para huir de todas la presiones, cambios y responsabilidades. Puede parecer un poco absurdo el hecho en sí, pero ahí anida la riqueza del cine, justificar la originalidad. Es un filme que pasa por el tamiz de ser coherente, aun cuando el mundo es arduo de entender muchas veces, o porque muchas decisiones nos cuestan. Hay un estribillo que habla de siempre volver a empezar, resetearse, que invoca el constante cambio de pareja, el grito de libertad, dejar ir todo, no aferrarse a nada. Carlos trabaja, pero no quiere que solo exista esto en su vida. No quiere entrar al orden matrimonial. Carlos es talentoso, pero no le importa mucho el talento, quiere simplemente vivir, gozar. Es la pelea entre el hedonismo y el apaciguamiento. Quizá a Carlos le ha llegado aun joven, pero su mujer es muy madura, más que achacarle burguesía, mucha ambición. Es una mujer con anhelos económicos normales. Otro punto interesante de éste gran filme es Arturo (Otelo Zeloni), dueño de una empresa de armado de autos, o sea, es parte del boom de la industrialización. Podrías decirle, un capitalista. Arturo tiene un rostro un poco cómico y es un tipo simpático. Un vivo que ha triunfado. Se salta cosas, saca ventajas de su posición, y se ve mal. En su empresa hay mucha irregularidad -lo que repercute en el trabajador y en el propio sistema- y es un mujeriego que se autojustifica con alevosía aunque todo su dinero es para su familia, su mujer e hijos. Arturo es italiano y viene con todo el ánimo de triunfar a toda costa, es el emprendedor sin miramientos. Arturo se puede decir que viene del pueblo, pero tiene tremenda ambición. Carlos es el poeta, el idealista, el que quiere salirse de todo honor, el que lo hace por amor a los principios, aun cuando es un poco apolítico y escapista. Carlos parece querer a su amigo Arturo, pero no quiere ser como él. Es interesante ver que se analiza el entorno sociopolítico y hasta lo existencial, como con Hilda (Ana Esmeralda), una de las amantes de Carlos, la mujer caliente de los 30s. Rebelde pero astuta. No la típica jovencita alegre, libre y superficial, como la que hace Darlene Gloria, la futura célebre prostituta irredenta de lujuria de la trasgresora y sarcástica Toda Nudez Será Castigada (1973). No obstante Ana (Darlene) terminará teniendo lo suyo. Las que vemos son mujeres muy avispadas. Ana será arribista, una viva. Con Hilda, y Carlos mismo, independientemente, tenemos introspección sobre los afectos, poniendo a un lado y a otro -confrontando con cierta elegancia- la liberalidad y lo formal, o lo arduo de hallar/ceder a la persona indicada en tu vida. Llega hasta la tragedia. Felizmente, hay que decirlo igualmente, no termina siendo una copia de la Nouvelle vague, porque como conjunto es mucho mejor que ser una copia más, tiene lo propio en general, en abundancia. Hilda es también la imagen de ser difícil despegarse de la poesía maldita (incluso haciendo lo correcto), entregarse a no pensar tanto. Plasma una cierta poesía -o esa pelea dura con nuestra naturaleza emocional que es la que también nos define como humanidad- frente al poder de lo práctico (el optimismo que muchos ningunean pero que es muy útil, si huimos de la banalidad). Dentro del quehacer de Person es un complemento interesante y un buen contraste para el filme. Carlos es una mente en movimiento. Es un intelectual de a pie, un tipo de clase media que es inteligente. Person parece un hombre no tanto del pueblo como su clase social, pero sabe pensar en éste, valorarlos, y ponerlos en un panorama mayor. Sabe pensar más allá de las complacencias. Pero es crítico también de lo capitalista. Se ve pobreza en Sao Paulo con la que Carlos se identifica, que le duele. Así mismo la pantalla nos coloca la vista de enormes edificios y la gente como hormigas. La máquina social trabajando intensa.
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