sábado, 25 de enero de 2025
Joker: Folie à Deux
Joker: Folie à Deux tiene todo para ser una gran película, pero escoge ser una mala. Así se ve cuando dice que lo que estamos viendo es entretenimiento y no tiene ninguna lectura intelectual, ninguna lectura para la vida, que solo es para matar el rato, para mirar y al salir olvidar lo que hemos visto o usar como mero acto superficial. Esto consuela a muchos, pero no a los que creemos que el cine es arte y un acto para pensar el mundo, incluso aunque se trate de cine comercial, o es que quizá esperamos más de éste. El filme parece temer que se pueda pensar, quizá y es normal porque el mensaje de la película anterior no terminó gustando en realidad, un Joker (un espectacular Joaquin Phoenix) como un líder revolucionario (aunque criminal) frente al constante maltrato existencial, pero justo ahí está el arte, proponer la propia lectura, argumentar a través de las imágenes, del relato, de la técnica cinematográfica. El mensaje es cuestión de cada autor. Pero si tememos a la lógica. ¿Qué podemos esperar? También es cierto que es cine y por lo tanto maneja libertad, y todo lo que vemos no lo tenemos porque poner en práctica. Sólo un estúpido pensaría que todo hay que repetirlo, sobre todo porque el cine muestra así mismo gente negativa, gente repudiable, actos deleznables, autodestructivos. Uno mira también otros mundos a través del ecran, no todo va a ser lo ideal. El filme de Todd Phillips niega que estemos frente al Joker, niega su esencia, su voluntad, su identidad, incluso su cualidad de fantasía, de cómic, como si el espectador no pudiera discernir entre el bien y el mal o incluso lo real o lo irreal, que puede tomarlo todo literal. En muchos momentos el Joker está apunto de aparecer y Phillips lo pulveriza sin paliativos, niega incluso el primer filme. El presente es el relato de un muerto, un tipo nacido para que la vida lo destruya, alguien que no puede pelear, incluso cuando le dicen que para triunfar hay que construir un altar, una montaña. Para ser, primero tenemos que soñarlo, luego creerlo y después hacerlo realidad. Es la ley de la atracción, del deseo que se convierte en motivación y voluntad, en acciones. El éxito siempre empieza siendo la historia de un visionario. Nadie nace gigante, uno se convierte en gigante. Pero Arthur Fleck no quiere ser el Joker, es pusilánime. También influye que está muy golpeado, está atrapado (y no sólo en la cárcel), su alma no puede despegar, ni siquiera encenderse, está aplastada. Ésta es la otra historia del cuento, del que no se potencia y se llena de fuerza, y reivindicación, sino el que muere pasivamente, frente a las circunstancias. Esa es la historia del nuevo Joker, la historia de un criminal común en la cárcel, donde muchos mueren consumidos por el entorno violento. En muchos casos se le pide a Fleck que se asuma como el Joker, pero no tiene el fuego en sí, escoge huir siempre, pero lo triste es que ni siquiera hay algún tipo de vida apacible, alguna historia de amor, esperándole, porque HarleyQuinn/Lee (Lady Gaga) sueña con el Joker, no con Arthur Fleck. Como muchas mujeres quieren lo aparatoso, lo apoteósico, no lo humilde. Lee es en mucho una loquita suelta, de esas que están aburridas de no ser nadie, aburridas del lujo y de la vida fácil, de la falta de alguna excepcionalidad propia. Para ella el Joker representa -bajo el seductor bad boy- la aventura, la gloria, lo impredecible. No obstante se dará de cara, con el devenir que propone ahora Phillips, con Arthur Fleck, de quien abiertamente se dice que tiene un coeficiente mental deficiente. Sin embargo no se dice que Fleck esté demente, sino que fantaseó momentáneamente con ser el Joker, incluso su ambición de stand up comedy se da a entender era parte de su fantasía (y ahora no puede volverlo a concebir, aun cuando si lo haces una vez, lo puedes hacer siempre). Lo único que parece querer es lo que tienen todos los mortales y está bien, sólo que parece otra película. El Joker es un mero accesorio, se ha invertido por completo los papeles, lo cotidiano finalmente se comió a lo espectacular. Phillips en realidad ha hecho la película de un criminal común condenado que pasa por un enamoramiento adolescente. Pero esto no tiene tampoco mucha justificación, no se ve arrepentido (como lo manifiesta esa risa nerviosa que lo sindica como el Joker, como si estuviera por debajo agazapado), simplemente yace muerto (no tiene pretensiones de querer volar, tal si fuera un especie de Bartleby). Se halla hecho pasividad, auto-nulificado. Si se puede hallar valor en sí de éste filme es pensarlo al contrario de lo que irá a suceder en los últimos 30 minutos de metraje donde se espera al Joker (la bomba es tremendo clímax, pero también tremendo bluff) y éste nunca aparece y el filme se vuelve penoso, asesino de cualquier ilusión -incluso de que triunfe la diversión de ver una película, basada en expectativas razonables de entretenimiento- ¿o es que el Joker ha mostrado más empatía de la que mereciera?, ¿pero para qué tanto (notable) musical romántico (de muy buena selección de jukebox y grandes momentos)?, ¿para qué humanizarlo tanto entonces? Tal cual la elección de Phillips en aquella escena de extremo abuso de la policía (con un sólido Brendan Gleeson de guardia) frente a la (natural) crítica publica del Joker. Así se confunde mucho el mal con el bien y viceversa. Varias películas se podrían valorar mejor de lo que son, si discernimos del pensamiento de muchos de sus autores, tal cual Birdman (2014) por mencionar una, si pudiéramos leerla más allá de una sátira en contra de los superhéroes, como lo ha dejado explicito tanta entrevista del director, sino leerla un relato que se plantee por una ambigüedad conceptual entre afectos y enojos. Todo filme realmente valioso requiere de algún tipo de coherencia (dentro de la libertad que puede superar lo promedio), no es esperar cualquier cosa, o simplemente lo opuesto, debe de tener funcionalidad, sentido, sino estamos haciendo uso de una adjudicación idiota, arbitraria, sin personalidad, que no sea lo mínimo, conformista y gratuito, aplaudir sin procesar ni reflexionar, que es lo que no significa la palabra arte, trascendencia sostenible. Ir al cine es un acto social, pero también el cine es un acto intelectual. Pero es verdad que no tiene que ser ambos al mismo tiempo.