sábado, 12 de julio de 2025

Intentions of Murder (Akai satsui)


Cuando hay mucha agua bajo el río sorprende hallar una película que te muestra nuevas aristas-formas de una temática y eso es justamente ésta película, perteneciente al japonés Shohei Imamura, quien fue invisible a Hollywood donde prefirieron a Akira Kurosawa. Se veía como de pensamiento distinto al castigo existencial de las mujeres amorales o de las prostitutas, que traducía en aceptarse opuesto al cine de Mizoguchi y mucho más aun del de Ozu que le parecía un poco irreal, posiblemente demasiado blando o que destilaba exagerada inocencia. No obstante, el festival de Cannes le otorgó 2 palmas de oro declarando su favoritismo. Pero no pensemos que Imamura lo consigue vistiéndose de gratuito, o convenido disimulado, artificial, o gestor de lecturas para convencer fácilmente pintando de “revolucionario” sino mantiene siempre la coherencia, el razonamiento argumentado, autenticidad y verdadera inteligencia. Cada giro es comprensible, cada manifestación de complejidad se sostiene, así todas las tantas novedades que exhibe tienen justificación, no porque se explique abiertamente o como para tonto sino porque el arte te hará pensar. Tenemos a una mujer casada quien su mismo marido cree algo especial, como si fuera exótica, puesto que es un poco gordita, pero bella, cuando las mujeres niponas suelen ser menudas, aunque la trata como si fuera él superior a ella, además de que tiene un trabajo digámosle intelectual, trabaja en una biblioteca o lugar de archivos estatales. El marido tiene una amante, partamos de ahí, una amante que se desvive por él y quiere ser su nueva esposa. Ella camina hasta su casa cuando sabe que no está, le habla a la esposa sin conocerla, y de cara a ella, duda de decirle quien es en realidad, pero no puede, pero lo quiere hacer de verdad, se le siente ese gran deseo en toda fuerza. El poder del cine en pleno. El marido es alguien que la trata a su mujer como a una sirvienta y ella acepta sin protestar, tanto que ni siquiera hay registro oficial de su matrimonio y eso la deja a ella en desventaja dentro de su sociedad. Carga a cuestas una historia de terror, la historia de su abuela, un estigma, una posible declaración de su destino. Un día sale de viaje el hombre y un ladrón -un sujeto de baja estatura que yace siempre sudoroso- busca robar en su casa, pero termina abusando de la joven esposa. Con una escena que primero sutilmente muestra sus gruesas piernas y su voluptuosa cadera de lado. Como si la cámara –donde además está precisada la mirada del espectador que capta toda la intención- fuera la mirada del ladrón tentándose con la carne. Encima éste ladrón que tiene un pasado miserable, desesperado, se sabe moribundo, siente que no tiene ya nada que perder. La curiosidad es que la mujer, que realmente –sin buscar menospreciar, literalmente- es un poco ignorante, pero tiene no obstante su raciocinio, se debate en ¿que cosa va a hacer ahora? Teme contarlo porque cree que su marido más bien le aplastará al saberlo, creerá que es una mujer fácil –asunto que es el tema en el que gira el filme-, entonces ella calla. Pero piensa varias veces en matarse, hasta tirarse debajo de un tren, trenes que parecen gustar mucho al director -y es que agregan poética y estilo- porque los vemos mucho, pero como todo ser humano se aferra a la vida como puede, por fuerza mayor, y declina varias veces de su pensamiento. La actriz que hace de la mujer violada, dentro de una escena muy bien hecha, muy cuidada, pero al mismo tiempo muy sugerente, incluso sutilmente erótica, es Masumi Harukawa. No está mal, pero no es una luminaria, pero sin duda está perfecta en ésta película, posiblemente la película de su vida, aun en su larga carrera. Son maravillosas las escenas caseras donde ella está sola pensando, porque Imamura la hace pensar mucho, desde su sencillez, trabaja mucho con lo psicológico, porque el problema es aparte de violencia, un problema muy mental, una difícil lucha interna. El filme se pone nuevamente novedoso y el ladrón dentro de su locura y desparpajo, y verse libre de su acto perverso, se cree enamorado de Sadako (Harukawa) y, como ese pensamiento machista o de hombre rudo de forzar las situaciones, quiere imponerse frente a la mujer de la que su docilidad o tonta bondad y excesiva humildad la mantiene como una presa para los malos hombres. Una lectura que puede leerse es que la prostitución es una clase de abuso también, aprovecharse de gente débil de mente. No digo frágil, porque no lo es, pueden aguantar bastante. Si bien simple, ella se enfrenta al problema por sí sola y el problema es grave, la excede. No confía en su marido, que es un mal marido, si bien no se le demoniza, sino como que se ve común a muchos, de los tipos que sólo piensan en sí mismos. La película pondrá a Sadako como una especie de heroína, y aunque puede verse algo ignorante y a ratos demasiado dócil hasta la idiotez, se le otorga en otros giros hasta picardía, hasta astucia. Es como si alguien pequeño se terminara burlando de alguien más grande, o como si el marido pegándola de superior terminara burlado por una persona que se le pinta de tonta, o como si finalmente el sirviente se volviera de cierta manera el amo y él simplemente haga la finta de su poder sin verdadera dignidad. Una burla perversa de la propia vida, o del ser que ha sorteado el mal y contra lo improbable lo ha vencido. Ha vencido su propia concepción en varios sentidos, sus mil limitaciones, pero no se produce engrandeciendo a la mujer, como película que convierte a alguien ordinario en un superhombre, sino que desde la sencillez de uno y las tantas reales debilidades logra vencer el mal, el destino. Ella se ve atrapada, derrotada, perdida, llama a la muerte, se siente a la deriva, se deja llevar en mucho. Hay una gran escena onírica, psicoemocional. Ella cae al vacío. Así se siente. Aun cuando el mal quiere justificarse por su idiosincrasia miserable, de maltrato existencial, incluso la madre del ladrón fue una prostituta derrotada por sus elecciones, por la vida, la simbología de la oruga triunfa, la lascivia, la trasgresión, la aventura, la carne, el pecado, todo con elegancia, con delicadeza, pero conteniéndolo, haciéndolo percibir, aun cuando el ladrón no es el modelo perfecto, todo lo contrario, un dilema, un gran problema, aun cuando todo puede ser simplemente la gratificación de no vernos castigados por nuestra sensualidad. No refiero al ladrón, sino a ella. La mano de Imamura es la del genio, que deja ver todo sutilmente, pero sin ser nunca oscuro. Todo puede ser la representación argumental de la simple fantasía, un erotismo no del coito, sino de los detalles, de los cortejos, de contentar y potenciar la psiquis y todo sabemos que no hay nada más poderoso que el poder de nuestra mente. Esto es entender el arte. Y en todo ese trayecto Imamura pone emoción, muchas emociones, muchas escenas gloriosas y todo desde la cotidianidad familiar, que sin forzar nada o perder la identidad nipona se recoge universal. Incluso la comicidad en la piel de la amante que parece una periodista cliché jamás desentona, se acopla perfectamente. El desenlace está lleno de giros veloces, tensión, soltura, tensión, soltura, castigo, salvación, castigo, salvación..., en una película que lo escabroso se trabaja como cine clásico, con amabilidad. Todo se siente. Así preguntarle a un niño si quiere suicidarse con su madre (adoptiva, que lo ama con pasión) no suena sórdido, sino a devaneos de una mente pequeña que no entiende del todo lo que dice, como quien yace medio perdida. Es la imprevisibilidad de la existencia, ser pequeños frente al universo y sin embargo, siempre dando pelea.