Esta película hace honor a su título, exuda autenticidad y
mucha potencia en el estilo de vida, e incluso no tiene mucha narrativa en
realidad y parece más bien que exhibiera solo fragmentos de cotidianidad intrascendente,
que además hasta lo skater parece un mero divertimento, algo no tan definitorio
de lo que pudiera uno creer a simple vista, aunque indica una cierta vagancia y
libertad juvenil, pero la cual en el fondo pudo ser cualquier otra. El filme se
relaja a ratos de lo skater, se “olvida” de esto y está muy bien, aunque
pretende y exhibe audacias con esta práctica (el patinar completamente desnudo,
el retorno en patineta por la carretera), pero todas estas fluyen, se pegan al
contexto, porque de lo que se trata aquí es ser uno mismo, en este filme anárquico
(argumentalmente), pero que se entiende perfectamente, aunque ausente prácticamente
de una historia, que no sea vagar, ser un joven salvaje y libre.
Lo curioso y bien trabajado de esta película son sus dos
protagonistas, dos jóvenes muchachos enamorados, si bien nada los ata que no
sea la intensidad de su atracción mutua y la vida sin rumbo. Hacer dinero es
llevar gente a que done sangre, y ahí se da una subtrama sobre la violencia de
México, la que puede disparar por donde uno menos cree. Esta subtrama llena de
culpa y enojo a los protagonistas, pero poco más y queda ahí, ya que de lo que
va el filme es del apasionamiento de Miguel (Diego Calva Hernández) y Johnny (Eduardo
Eliseo Martinez).
El eje es Miguel, el chico digamos que bueno, enamorado,
mientras Johnny es el loquito suelto, el que es, vive, sin casi complicación
alguna, aunque ambos son parte de la misma extravagancia, la que maneja
perfectamente en la presente película el guatemalteco mexicano nacido en EE.UU.
Julio Hernández Cordón –director de la austera pero muy simpática docuficción Las
marimbas del infierno, 2010-, gracias a una conseguida liberalidad/libertad
llena de frescura y naturalidad.
Miguel es el chico bien que se libera –es él mismo- con el
chico de barrio, aunque esto no está marcado. Igual el filme no pretende presentar
cortapisa alguna de su inclinación sexual, es un México totalmente libre y
tolerante, inclusive la madre de Miguel apenas lo reprende, rendida ante el
hijo rebelde, aun aduciendo su conocida amistad con Johnny. El apasionamiento de
Miguel y Johnny está en todas sus acciones, ambos viven la vida a toda máquina,
sin mucha meditación, pero les cae algo de karma por tanta anarquía, aunque
viendo también que son mucho sólo circunstancias, un pequeño buen truco extraído
de la chistera.
La película que vendría después, Atrás hay relámpagos (2017),
es mucho un remake asolapado aunque con distintos “nombres” en todo de Te
prometo anarquía (2015), lo genial y significativo de esta primera luce
bastante inferior, vacío y hasta defectuoso en la siguiente.