Escrito en honor de uno de los grandes
referentes del cine de terror recientemente muerto, un maestro del género, Wes Craven, a quien hartos le debemos mucha cinefilia, yo en particular por haber sido fanático de
Freddy Krueger, mi personaje de terror favorito durante largo tiempo, por
encima de otros dos máximos asesinos seriales del slasher, Michael Myers y Jason
Voorhees. Recomiendo las que llamaré como sus películas más trascendentales.
La última casa a la izquierda (1972)
La ópera prima de Wes Craven es una propuesta atractiva y,
sobrevivientemente, particular, más allá del peso de estar viendo una obra
llamada de culto en el terror y creerla por ello intocable, que sí logra estar por
encima de su lujuriosa imperfección, su notorio cariz novel, al igual que
apasionado, y cierto toque de molestia
que produce, como con la extravagancia que exhibe el contraste con las
matanzas, lo delictivo, el desnudo y el maltrato físico dramatizado bajo la
irreverencia de una banda sonora diegética con continuas canciones típicas
de los 60s que no armonizan en absoluto con las acciones y generan un choque
palpable disonante, aunque no obstante logrando un contrapunto de consumado relajo
macabro y de efectiva locura, que culmina en su primera parte en una especie de
poética oscura musical en el lago.
Wes Craven tiene la genialidad cinéfila de adaptar
libremente al terror una película monumental de Ingmar Bergman, El manantial de
la doncella (1960), cambiando el estilo refinado, dentro de un tiempo a un punto barbárico, a otro código de vida
donde el ajusticiamiento de propia mano es natural. Lo cambia a algo áspero y brutal, culpa
de la peor violencia, el abuso y la violación a manos de unos jóvenes
criminales salvajes, unos terribles asesinos, los que tienen de comediantes, de
hippies, que ineludiblemente recuerdan al caso de Charles Manson que estaba en toda época,
fines de los 60s, siendo su psicopatía una distorsión de la libertad. Como que
los padres del filme, propios de su década, dan una "nueva" lectura del dolor
trascendental, inmersos en el salvajismo, mediante otro tipo de justicia (reprobable),
pero bastante típica del terror.
El filme rompe con las ataduras morales, el orden social y la ley (hay
una fuerte carga de esta índole expuesta ligeramente, hacia ambos lados,
atribuyendo culpa a la diferencia de clases), de la supuesta
civilización y la delicadeza de la gente culta, naturalmente afable y educada. En Craven curiosamente de forma más abierta, llana y rústica que su inspiradora predecesora,
producto del género explícito al que se adscribe, tanto como a su anhelo de
priorizar trasmitir miedo. Lo plasma de manera transparente,
directa y dura. El bajo presupuesto (que permite ver fácilmente el uso
del corte de la toma para crear la exhibición sangrienta), la efervescencia
de la edad y el ímpetu inicial del director, de los tiempos y del séptimo
arte que se hacía por ese entonces, dan cabida a que se manifieste un cine que
llamaré de bruto, primario, pero tan intenso y vital que contagia entusiasmo.
Luce por una parte complejo generar empatía, en cuanto a los padres vengativos, a pesar de conocer y tener cerca los
asesinatos de unos criminales fríos e indiferentes con sus actos, los que reflejan la tergiversación de lo
generacional, o una despreocupación en el vicio y no en el pacifismo, que en su
total inconsciencia y libertinaje se topan con la horma de su zapato una vez
desencadenada la furia interna de todo ser humano, ante lo sagrado o las pulsaciones
determinantes, como que todo hombre puede ser un asesino en
potencia, en una perspectiva amplificada por la cualidad de entretenimiento
puro y duro, como en aquellas trampas caseras (actividad clásica de Craven) y
preparación para el motín de la bondad, no dando por hecho las reacciones
humanas, en lo que se exagera, a manera de mensaje plano, pero grato gesto
hedonista, del que poco le importa las normas.
Es un filme que tiene un título un poco desconcertante,
ya que el contexto se posa en medio de la naturaleza, no en lo urbano, en los
suburbios, como implicaría a priori, más bien en el sur americano, perpetrando
la ruptura del amor y la paz en el choque de mundos disimiles, generando
un especie de caos y anarquía, no sólo adjudicado a la libertad del terror.
Las colinas tienen ojos (1977)
Ésta película sigue la ruta de la anterior, parecen hermanas
de su tiempo, aunque el resultado es más fino, limpio y diáfano, también menos
creativo, aunque sigue siendo efervescente y potente, imperfecta pero
cautivante. Tiene de caótica en su trama, de libre, en que una familia va a
vacacionar al desierto, y en su interés de revisar al paso una mina se quedan
abandonados y varados en la intemperie, expuestos a una banda de mutantes caníbales. En el papel suena más loco aun, pero de todas maneras en buena medida resulta
rocambolesca y le va a todo lo inimaginable, estando cargada de lo improbable.
Es como un lugar que a fin de cuentas no sigue reglas, guiándose por el
entusiasmo de generar sorpresa, provocando un terror llano y franco. Lleva la
marca de muchas historias de terror, el encuentro con el tipo raro del grifo rural (para el caso un anciano), padre de Júpiter (los criminales tienen nombres de
planetas), que da inicio a nuestra próxima historia de
terror. Éste atisba la tensión, la alerta, expresando: "tuve un hijo deforme, malévolo, se volvió agresivo, lo molí
a golpes y lo abandoné a su suerte al inclemente sol, sin embargo sigue vivo
ahí afuera, ha procreado...", el resto, es el asomo del peligro latente, y ese
descubrimiento mortal de que las colinas tienen ojos.
Nuevamente hay trampas e ingenios rústicos para deshacerse
de los malos, y toman especial participación perros pastores capaces de matar, en
un espacio abierto alrededor de una casa remolque y rodeados de cerros, un espacio que genera mucho movimiento y novedad, más de lo esperado. Tiene varios giros y contraataques, como en
su película anterior, aunque, desde luego, sucede dentro de la estructura típica, primero el poder y la demencia de la amenaza, luego la defensa de las víctimas, en una cualidad clara de divertimento sin pretensiones.
Sobresalen dos nombres en especial, una es la musa del
terror, la actriz Dee Wallace, y otro el poco agraciado Michael Berryman que es
como la marca representativa de las 2 películas de Las colinas tienen ojos
(pero al que no justifican muy bien en su retorno en la segunda parte). Hablando de la secuela, es verdad que no es ninguna maravilla, la que se
mueve en las sombras de la desaparición homicida, lógicamente intentando ser
decorativa pero no tan ingeniosa finalmente en sus muertes, en lo que no se
muestra al asesino directamente hasta avanzada la historia a manera de cierto
misterio como en un slasher clásico. En ella regresan las trampas, pero ésta
vez los malos también tienen las suyas (¡y funcionan!), aunque poco y más lucen
como cavernícolas, y su ingenio, como de uno que solo llega a hablar una sola
vez, parece toda una hazaña, cuando atacan a un grupo de jóvenes perdidos por
el mismo desierto de antaño en un viaje de ómnibus para curiosear sobre el
pasado de los sobrevivientes de la primera película. Ésta es una historia
pobre, pero yo diría que tiene su cuota de entretenimiento, fuera de que
carezcan de gracia sus personajes, aunque algo de cool tienen siendo
motociclistas (muy apropiado por la zona, pero igualmente a veces la acción con
ellas luce forzada), donde la ciega con alta percepción no es particularmente Sidney
Prescott.
Bendición mortal (Deadly Blessing, 1981)
Ésta es una película poco apreciada e ignorada de cierta forma por
los fanáticos, con terror sobredimensionado, en parte risible y hasta
"apagado", pero que igual tiene mucha gracia, porque es un filme
importante, uno bisagra, entre el primer Craven, el del cine bruto y
efervescente, y el de la gloria de Pesadilla en Elm Street. De una tumba profanada viene el susto
del vuelo de unas gallinas enloquecidas, recordándonos que el terror yace en el
campo, en una comunidad religiosa fanática acentuada en el pasado, dirigida por
Isaiah Schmidt (Ernest Borgnine) que es todo lo retrograda posible, parapetado
en su fe, típico de tantas historias. En medio yace el pecado y la tentación que
significa la visita de dos bellas amigas de una viuda igual de guapa. Una de
ellas es la principiante Sharon Stone.
El terror viene de varios lugares, de niveles diferentes, y
es recurrente, lo cual es un intento palpable loable de generar nuevas formas
de miedo, pero poco termina siendo efectivo o terrorífico, como lo
minúsculo y cotidiano amplificado en la tensión y en lo musical (hasta hay
banda sonora, aunque breve, tipo La Profecía, 1976), una araña grande cayendo
en nuestra boca, una serpiente en la bañera al estilo futuro de Pesadilla en
Elm Street, un espantapájaros intempestivo tras una puerta, una pesadilla sobre un acecho
fatal y premonitorio, o la oscuridad total de un granero y la sensación de que
nos persiguen, pero también se da en misteriosos accidentes y escabrosos homicidios sin resolver, bajo la sombra del Íncubo/Súcubo que claman los fanáticos como el personaje del
actor Michael Berryman.
Por los asesinatos no preguntan demasiado en el pueblo, yacen herméticos, viviendo en una comunidad tan cerrada e introspectiva (lo digo como defecto
de austeridad), dispuesta a un Dios castrador y no a lo terrenal. Grave error
porque el mal se manifiesta humano, y el germen se halla en todas partes, por sobre
el rechazo de las reglas internas. Sin embargo está la amenaza mutua flotando
en el aire, fricción, hacia la gente que se siente y los aprecian de la
ciudad, que no son parte de los llamados hititas, una secta Amish, cristiana. En sí, es un filme muy criticable y
defectuoso, pero en sus tantas formas del terror gana simpatía, aparte de que
esa lucha entre lo contemporáneo y lo anacrónico en las relaciones sociales
tiene su encanto y hace del filme uno entretenido, sumado a la hermosura y
sensualidad de sus actrices de espíritu moderno, fuera de que las muertes terminen
siendo muy básicas, secas, desprovistas de fuertes impresiones.
Pesadilla en Elm Street (1984)
Éste es el máximo logro en la carrera cinematográfica de Wes Craven,
inventar a Freddy Krueger, aunque solo dirigió la primera y la última de las
siete que han habido (que como se llega a decir irónicamente en Scream, la uno
es la que realmente importa). Es su etapa de gloria, de consenso absoluto y
aplauso masivo, logrando dejar en el género en que se especializó a un asesino
serial surrealista de la talla de los más icónicos, uno que mata en pesadillas.
La premisa es sencilla, pero bastante original, un tipo quemado vivo que solía
abusar y matar a niños con un guante con filosas navajas, un especie de hombre
del saco moderno, regresa en sueños a
matar a los hijos adolescentes de sus asesinos, uno por uno cuando cierran los
ojos. Si viven nadie les cree, no tienen algo tangible que señalar, que
no sea una historia, un cuento de terror, siguiendo el razonamiento racional, como
el de tipo asesina a novia y se suicida, hasta que llega una última noche (¿o es
que es la intemporalidad de una sola pesadilla?) cuando la teoría puede ponerse
en duda, perpetrándose la materialización real de la grandilocuencia
psicológica, en un estado de naturalidad, frescura juvenil y estilística explosiva.
El filme apela al miedo más básico, como con aquel salto de
soga de unas niñas susurrando fantasmagóricas una canción infantil sobre éste
boogeyman (recuerdo de las muertes pasadas), mientras yace corrompiendo el
lugar de mayor tranquilidad que tiene el hombre, cuando duerme, en ésta especie
de pequeña muerte temporal, de nada, que refleja nuestro “inexplicable”
subconsciente, recurriendo al espacio donde todo puede ocurrir, rompiendo la
línea entre realidad y onirismo. Véase aquella garra que sale del agua en la
bañera o esa bolsa de cadáver sangriento arrastrado por un pasadizo mientras
llama la muerte, momentos maravillosos de miedo, junto a otros plagados de sangre como en el que
participa un muy joven Johnny Depp, con 21 años, en su primera película.
Poner a Robert Englund como Freddy Krueger fue todo un hallazgo,
quien lo hubiera dicho. Aporta a su más representativa actuación un cariz de
monstruo todopoderoso que está por
encima de la normalidad de la rudeza, viéndose macabro y sarcástico; le
divierte el mal, mientras se figura en la fantasía, no fija a la brutalidad
directa, sino al manejo artístico de lo exógeno e inconsciente (aunque juega a lo físico), de la mano de su carisma y su
aspecto desagradable y vulgar, como supurar putrefacción de su cuerpo o lucir
como un esqueleto.
Nancy (Heather Langenkamp) quien como estipula el arte de
Craven no se quedará de brazos cruzados, será una heroína cabal, ingeniosa y
aguerrida, rompiendo con cualquier pasividad de género, volviéndose un personaje
típico del género de acción. Dejará de ser una víctima, salvándose una y otra
vez, hasta querer perpetrar una salida. Sólo que el límite entre lo verdadero y
la irrealidad se escamoteará hasta el final en que surge la pregunta de ¿qué existe y qué no? Ese es el
entretenimiento. Se siente que todo es verdad, como en la trasmutación de que
continua en nuestras pesadillas, insinuado con el miedo que nos trasmite la
película.
La serpiente y el arco iris (1988)
Ésta película es curiosa, a un punto, en la filmografía de
Wes Craven, quien no se quedaba quieto, intentó hacer películas de terror
distintas, ésta en particular tiene mucho de aventura, y los zombies son
mencionados como algo científico más que al estilo de George A. Romero, se
trata de paralizar un cuerpo, pasarlo por muerto por un tiempo, y luego
regresar a la vida, en lo que Dennis Alan (Bill Pullman) viaja a Haití, en la
época de la dictadura de Jean-Claude
Duvalier, conocido como Baby Doc, para hallar éste polvo especial, en una
tierra donde la magia negra y el vudú, la fantasía de los poderes sobrehumanos,
son lo natural. Enfrenta al Capitán Dargent Peytraud, que lidera a
los Tonton Macoute, una policía especial, paramilitares protectores que en
verdad existieron en el histórico gobierno absoluto de Baby Doc. El capitán maneja
esos poderes ocultos y quiere que no se den a conocer, por lo que persigue a
Alan que yace en amoríos con una nativa estudiosa del tema.
El protagonista tiene pesadillas premonitorias y
alucinaciones que surgen muy reales, con lo que el sentido de surrealismo del
filme es parte de la esencia terrorífica capital de la historia, mientras a la
vez hace hincapié en una naturaleza mítica, como con la presencia de
un tigre, que se mezcla con cadáveres y entierros prematuros (leitmotiv del
filme, teniendo en cuenta lo terrorífico que significa morir asfixiado en la profundidad de una tumba), mientras
yace la búsqueda de que alguien cree la droga mágica. La serpiente y el arco iris es una
propuesta de poco terror, trabajando la época pre-revolucionaria de 1985 de
este país desde un tema y una lucha ficticia, en la importancia de trasmitir la
identidad nacional al mundo, pero que en los últimos minutos de metraje saca
todas sus cartas y se vuelve una historia cabal de terror, con lo paranormal,
lo maravilloso, lo demoníaco y extravagante a la orden. El título significa lo que queda entre el cielo y la tierra, el limbo. El lapso de la
droga.
Como acostumbra Wes Craven trabaja con actores poco
conocidos o desconocidos, sometiéndose al encanto de la trama en sí, a su ingenio narrativo, y por encima de resultados
es elogiable la búsqueda, especialmente ahora contando con gente de color, en un mundo
exótico si se quiere, folclórico, pero sin sobreexplotarlo más de lo necesario,
primando imprimir entretenimiento, lo básico, sin tampoco caer en lo demasiado
fácil. Posee una atmósfera decente. No es una película espectacular, aunque si
interesante en su tratamiento, que maneja un uso original de la idea del zombie,
como I Walked with a Zombie (1943).
El actor Zakes Mokae que hace de Peytraud, así como Michael
Berryman en películas anteriores, imprime personalidad, siendo la parte oscura
y atemorizante del filme, el peligro real y su némesis del médico Alan (aparte del
simple augurio de la muerte), desde dos flancos, lo extraordinario y su
condición de jefe paramilitar, enfrentando al héroe a una cultura distinta, capaz de
posesiones, persecuciones mágicas a gran distancia y revivir a los muertos, con lo
que la aventura se fusiona con el horror y se construye una propuesta particular,
novedosa, borrando éste maestro del terror los límites rígidos del género.
Vuelo nocturno (Red Eye, 2005)
Éste es un cambio de registro para Wes Craven, un buen thriller,
sencillo, pero redondo, primero con química y seducción, luego viene el abuso físico
y psicológico, y termina con una lucha frontal de lo que parece una película de
acción, o una persecución y combate de algún slasher, tipo Scream, lugar
conocido y maestro para Craven, pero que en el otro también lo hace muy bien y
hasta diría que es la mejor parte de la obra, como lo es por su lado el romance
casual y el encanto que se forma inicialmente entre el futuro verdugo, en una
misión, y su dulce y amable víctima, en un tipo de violencia doméstica o de género. Vuelo Nocturno tiene una pelea cuerpo a cuerpo que no tiene nada que envidiar a ninguna heroína
ruda y autosuficiente del cine de artes marciales, en la piel de Rachel McAdams
como Lisa Reisert, una de las mejores actrices de la actualidad, que aquí recién
empezaba a hacerse popular (aunque ya era reconocible con la híper romántica The
Notebook, 2004). En la trama ella es la encargada principal de un hotel de lujo quien se ve
coaccionada por un aparente mercenario terrorista interpretado por el
carismático y elegante Cillian Murphy que lo tiene todo planeado al milímetro,
aunque las pautas son mínimas, pero precisas y suficientes. Lo que quiere es
cambiar de habitación a un tipo y a su
familia para enviar un mensaje fatal de intimidación. El filme a ese respecto
es muy elemental y esencial, casi se diría
que el asunto central es un pretexto del filme, un macguffin, para generar
tensión, suspenso, expectativas y un ambiente psicológico, aparte de giros,
reacciones y pugnas por lograr el cometido, importando muy poco las razones.
El filme tiene un pequeño subtexto, típico del género de acción,
sobre abuso a la mujer (acerca de la indefensión), de ahí que la protagonista
sea una heroína de armas a tomar como reverso a una situación traumática. Tiene un buen cambio la trama, de la pasividad y el control de un psicópata asesino
sofisticado y llano a partes iguales, a un contraataque trepidante, en la que
es una propuesta austera, chiquita, cumplidora, pero muy bien hecha,
inteligente y proporcionalmente distribuida, sumamente entretenida, apreciando
que no todo lo grandilocuente es lo mejor ni todo lo “discreto” inútil o paupérrimo.
Dura apenas un aproximado de 1 hora y 15 minutos y es todo lo perfecto que
puede ser desde su sencillez argumental y de suma intensidad, vitalidad y portentoso ritmo, lo que hace de su simplicidad
una apariencia engañosa, siendo como La habitación del pánico (2002) de Wes
Craven, y mucho más, una de sus mejores películas.
Saga Scream (1996- 2011)
Compuesta por 4 películas. Originalmente escrita por el
guionista Kevin Williamson que se encargó de dos secuelas más, de la segunda y
cuarta parte también, iniciándose y haciendo historia en el cine con ella, ya
que como todos sabemos Scream no solo fue sumamente taquillera, sino revitalizó
el slasher, le dio nueva vida, cuando se le consideraba muerto, gastado, a éste
mítico subgénero. Craven como acostumbraba
le dio la oportunidad de lograrse a un artista joven y novel, como ha hecho con
tantos actores y actrices durante su larga carrera, ahí tenemos el tremendo
empujón que le dio a principiantes como Johnny Depp y Sharon Stone cuando aún
eran imberbes en las lides cinematográficas. Pero hablando específicamente de
Scream casi todo el reparto tuvo esa ayuda (salvo usar a la famosa Drew
Barrymore como audaz apertura de cómo serían los asesinatos de Ghostface, y
hacer historia matando salvajemente a una estrella en pleno arranque), aunque
muchos han quedado en el “anonimato” como nombres propios. No obstante haciendo
de sus tres pilares protagónicos un lugar de gran identificación y popularidad,
refiriéndome a la periodista sensacionalista, implacable y oportunista Gale
Weathers (Courteney Cox), al torpe y despistado ayudante de alguacil y más
tarde jefe policial Dewey (David Arquette) y a la estelar, la superviviente y
heroína Sidney Prescott (Neve Campbell).
La saga Scream tiene la particularidad de que ejerce la
metaficción en gran medida, implica la sátira y el análisis cinéfilo del
género, va desentrañando los lugares comunes del terror, mientras juega con
ellos, los pone en pantalla, como que no se asesina “nunca” a un joven virgen o
casto, o no suele ser común matar a un gay, o también que la persona más
popular y bella es siempre blanco inicial de muerte, como tampoco que no faltan
rubias estúpidas que enseñen las tetas, o que uno corre hacia el lugar más
errado a poco de escuchar un ruido, y un sinfín de nociones típicas asumidas
como broma y lenguaje referencial crítico y aun así novedoso en su
“redundancia”, porque Scream y Wes Craven tienen mucho de comedia, de ese humor negro
que se ríe de lo que no debe, que permite visualizar el cliché y enloquecer y
cautivar al cinéfilo (como tantos retratados). Aquí hay personajes que
trabajan en tiendas de vídeo de renta, pertenecen a cineclubs, tienen blogs
cinéfilos, no dejan de comentar de
séptimo arte a cada rato, disfrutan de los asesinatos, hacen fiestas para
celebrar el cine de horror, tratan de conjeturar que va a pasar o que no debe
suceder, ya que Scream también es misterio, averiguación, y ahí entra a tallar
lo simplemente psicótico, muchas veces lo arbitrario e impredecible, otras
veces la complejidad demencial y el oscuro recuerdo materno como en la tercera
película que fue escrita por Ehren Kruger (que trabajaría después en los
guiones del remake de El aro, 2002, o las películas de Transformers) que le da
un toque distintivo aunque no mejor al grupo de filmes, pero guarda aun la
cinefilia que caracteriza tanto a la saga, haciendo mucho uso del doble y la
metaficción en las películas internas de la trama que adaptan los asesinatos de Woodsboro (ciudad
ficticia de las propuestas), de Ghostface en el propio ecran, llamadas Stab
(Puñalada) y que irónicamente se puede ver que las dirige Robert Rodríguez.
De Scream 1 y 4 suele decirse que son las mejores, y es que
guardan muchas similitudes y grandezas, aunque también Kevin Williamson recoge
alguna idea de Ehren Kruger y éste lógicamente muchas previas de Williamson, ya
que la película ficticia Stab es concebida anteriormente en la 2, habiendo
actrices interesantes o curiosas en ellas, como Heather Graham, Tori Spelling –de
quien bromean diciendo que sería la peor opción de una Sidney Prescott-, Anna
Paquin –que hace de nueva Drew Barrymore- o Emily Mortimer; así pasa lo mismo con la noción del
doble, con la prima menor de Sidney, Jill Roberts (Emma Roberts).
Scream suele tener aperturas geniales, que juegan con la
idiotez adolescente (punto de soporte, tanto como público objetivo, como el de
las nuevas tecnologías en la cuarta). Ya sabemos de la primera con la
legendaria frase mortal de ¿cuál es tu película
de terror favorita? (que regresaría como slogan en la última) y la pregunta de
la cinta de terror en la que muchos fallan en reconocer al verdadero asesino,
en viernes 13 (1980). La segunda Scream puede verse como una repetición menor
del estilo de la primera, un apéndice, no muy creativa pero bastante
entretenida, que tiene otra gran introducción, nada más y nada menos que en una
sala de cine y en el baño del lugar, zonas públicas cargadas de fanáticos fuera de sí que
se retroalimentan de la propia obra, y que juega a bromear con la participación
de los afroamericanos en el cine de terror, otro punto de Craven en sus
películas, la participación de gente de color en roles principales, al punto de que no extraña que la parodia de Scary Movie (2000),
de Keenen Ivory Wayans se base en Scream, aparte de lo lógico de tomar de punto
un lugar de tanta actualidad en el género y la que mucho se aproxima por su
cuenta a la comedia. En dicha apertura de la segunda aparece un rostro hoy fácil de
identificar, el de Jada Pinkett Smith, y así muchos pasan por la saga para ser inmortalizados
con los crímenes de Ghostface, que valga la curiosidad puede ser cualquiera, ya
que incluso se dice que el traje lo venden en todas partes y es tan popular. Tenemos en la saga a Sarah Michelle Gellar, la bella modelo de playboy Jenny McCarthy (que se presta a la burla verbal, hace de una actriz de segunda a la que simplemente se le
quiere ver desnuda) o a Henry Winkler; también se ven cameos curiosos, está el del
propio Craven como barrendero disfrazado de Freddy Krueger, o uno de Carrie
Fisher. Scream 3 rompe con la tradición del espectáculo inicial y se estanca en
su fijación con los dobles y el límite de lo real y ficticio, apelando a
sorprender matando a un supuesto ícono de la serie. La cuarta Scream en cambio repite
pero con ese mismo sarcasmo primigenio que le hizo sacar conejos de la
chistera a Craven, venciendo la apatía del cliché y el agotamiento, que hacen de
Scream la segunda franquicia en que éste maestro del terror deja
tremenda huella en el slasher.