El
brasileño Luiz Sergio Person, el director de ésta película, murió joven, a los
39 años de edad en un accidente de auto. Es curioso ver -como premonitorio,
dentro del estado de autoconsciencia de muchos hombres, ser padre, asumir el
matrimonio- que, en una escena del filme, el protagonista escapa en auto a
velocidad, habiendo un amago de posible accidente, de las responsabilidades del
matrimonio que hace de simbolismo para la industrialización y época de bonanza
económica en Brasil (1955-1965), especialmente en Sao Paulo, la ciudad más rica
de éste país. Person no pudo tener una carrera nutrida en el séptimo arte, pero
esto le basto para hacer que la presente película sea parte de lo mejor del
cine de Brasil. Carlos (Walmor Chagas) es un hombre en los 30s que disfruta de
su soltería. Es un hombre que se alegra cantando una canción social sobre la
humildad de la vida de las favelas. Se le nota identificado. Llega a criticar
la banalidad de los chicos bien, amigos de su futura esposa. En otro momento
canta el himno nacional y se conmueve y hasta su entorno -gente más burguesa
que él-, como quien refleja un gran amor por la esencialidad de Brasil, o por
la gente del pueblo. Pero en Brasil se vive un cambio, cambio que está
enfrentando además el propio Carlos en otra forma, cuando su novia, Luciana
(Eva Wilma, de sofisticada belleza), le pone las cosas en claro, o formaliza su
relación o ya no estará con él. Carlos como que se rehúsa. Siente algo de
fastidio por estar demasiado en modo de pareja. Dice que hay cosas que le
abruman hacer en ese estado de cierta sumisión. Es la lucha entre la libertad
de la soltería, no tener ninguna atadura, con pasar a entregarse a un cierto
sacrificio. Tras la festividad de año nuevo -que tiene una secuencia memorable
desde lo netamente visual con una maratón nocturna fusionada con el deambular
de un auto escarabajo en una zona comercial, un auto clásico/propio de una época-
surge una escena hecha gloria (con un título que podría ser el del borracho y
la serenata) con Carlos aceptando finalmente los requerimientos que se le
imponen a la mayoría de los hombres. He ahí el dilema. Éste filme está plagado
de grandes escenas, escenas de suma inteligencia, claras pero muy sugerentes,
llenas de sustancia, rebosantes de personalidad. Una de ellas es la escena en
que se roba un auto para huir de todas la presiones, cambios y
responsabilidades. Puede parecer un poco absurdo el hecho en sí (desde un
hombre correcto como Carlos), pero si lo piensas en profundidad, desde lo llano
y transparente, es de prodigiosa sugerencia, hasta sociopolítica. Ahí anida la
riqueza del cine como arte y en realidad en general, que se justifique la
originalidad. Es un filme que pasa por el tamiz de ser coherente, aun cuando el
mundo es arduo de entender muchas veces, o porque muchas decisiones nos cuestan
bastante. Hay un estribillo psicológico que habla de siempre volver a empezar,
resetearse, que invoca el constante cambio de pareja, el grito de libertad,
dejar ir todo, no aferrarse a nada. Carlos trabaja, duro y parejo como parte
del engranaje de una máquina (que vemos repetidamente en el relato como un
especie de peso), pero no quiere que sólo exista esto en su vida o lo
domine/consuma. Tal si uno se esclavizara al agobio y la rutina y quizá hasta
el vacío personal. No quiere entrar al orden matrimonial que lo encuentra
emparentado. Carlos es talentoso, pero no le importa mucho el talento, quiere
simplemente vivir, gozar. Es la pelea entre el hedonismo y el apaciguamiento.
Quizá a Carlos le ha llegado aun joven, pero su mujer es muy madura, más que
achacarle burguesía, que tenga mucha ambición. Es una mujer con anhelos
económicos normales. Otro punto interesante de éste gran filme es Arturo (Otelo
Zeloni), dueño de una empresa de armado de autos, o sea, es parte del boom de
la industrialización y la riqueza en Brasil. Podrías decirle, un capitalista.
Arturo tiene un rostro un poco cómico y es un tipo simpático, aun con cosas
cuestionables. Parece un clásico personaje salido del cine italiano. Un vivo,
un tipo pícaro, astuto, sabandija, que ha triunfado. Se salta cosas, saca
ventajas de su posición, y se ve mal, por una parte. En su empresa hay mucha
irregularidad, lo que repercute en contra del trabajador y la
corrección/corrupción del propio sistema, y es un mujeriego que se
autojustifica con alevosía, descaro, aunque todo su dinero es para su familia,
su mujer e hijos. Arturo es un inmigrante italiano y viene con todo el ánimo de
triunfar a toda costa, es el emprendedor sin miramientos. Arturo se puede decir
que proviene del pueblo, de abajo, de no tener nada, pero tiene una desbordante
ambición. Carlos en cambio es el poeta, el idealista, el que quiere salirse de
todo honor, el que lo hace por amor a los principios, aun cuando tiene
tendencia a lo apolítico -si bien se le puede ver de socialista- y escapista.
Carlos parece querer a su amigo Arturo, pero no quiere ser como él. Le
mortifica pensarse en ésta proyección de compinche y considera que su mujer
-por el éxito laboral- lo empuja hacia allá. Éste filme es fenomenal
contextualizando/analizando el entorno sociopolítico y hasta lo existencial,
como con Hilda (Ana Esmeralda), una de las amantes de Carlos, la mujer caliente
de los 30s. Rebelde pero astuta. No la típica jovencita alegre, libre, pasajera
y superficial, como la que hace la efervescente Darlene Gloria, la futura
célebre prostituta irredenta de lujuria de la trasgresora y sarcástica Toda
Nudez Será Castigada (1973). No obstante Ana (Darlene) terminará teniendo lo
suyo. Las que vemos son mujeres muy avispadas. Ana será arribista, una viva
más. Con Hilda, y Carlos mismo, independientemente, tenemos introspección sobre
los afectos, poniendo a un lado y a otro -confrontando con cierta elegancia- la
liberalidad y lo formal, o lo arduo de hallar/ceder a la persona indicada en tu
vida. Llega hasta la tragedia. Felizmente, hay que decirlo igualmente, no
termina siendo una copia de la Nouvelle vague (de la que hay algo), porque como
película es mucho mejor que ser una copia más. Tiene lo propio en abundancia.
Hilda representa también la imagen de que puede ser difícil despegarse de la
poesía maldita (incluso haciendo lo correcto), entregarse a no pensar tanto.
Ella repite palabras mirando al abismo, tampoco el mundo pasa por ser sólo un
formato simple. Plasma una cierta poesía -o esa pelea dura con nuestra
naturaleza emocional que es la que también nos define como humanidad- frente al
poder de lo práctico (el optimismo que muchos ningunean pero que es muy útil,
si huimos de la banalidad). Dentro del quehacer cinematográfico de Person es un
complemento interesante y un buen contraste para el filme. Carlos es una mente
en movimiento. Es un intelectual de a pie, un tipo de clase media que es
inteligente. Person parece un hombre no tanto del pueblo como procedencia de
clase social, pero sabe pensar en éste, valorarlos, y ponerlos en un panorama
mayor. Sabe pensar más allá de las complacencias. Pero es crítico también de lo
capitalista. Se ve pobreza en Sao Paulo con la que Carlos se identifica, que le
duele. Así mismo la pantalla nos coloca la vista de enormes edificios y la
gente semejante a hormigas. La máquina social trabajando intensa.
martes, 2 de septiembre de 2025
Sao Paulo, Sociedade Anonima
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