Película que mezcla la comedia con el terror casi al mismo
nivel, incluso uno diría que hay más de comedia, primero es pura parodia, burlándose
de lo social, de la diferenciación con los afroamericanos, visto desde uno, el
director Jordan Peele, que recurre a la esencia clásica del género, indagar,
pensar, a la sociedad, por debajo del entretenimiento y el placer, adaptado a los nuevos tiempos. Muchos lo creen un retorno a su base formal,
cuando el cine de terror se ha vuelto producto de su abundancia y recurrencia
en un simple entretenimiento, miles de veces de mirar y botar, matar el rato, y
olvidar con la misma disponibilidad. Pero el cine de terror, tantas veces
infravalorado, es más importante y significativo de lo que uno cree.
Jordan Peele parodia la sobre atención hacia los
afroamericanos, la inquietud que pueden generar a otros, a los caucásicos, estos
a veces envidiándolos un poco, pensando en lugares comunes. No todo es
negativo. Comparado con la esclavitud y la defensa por los derechos igualitarios suena casi a un juego de niños, pero existe una lucha, por una naturalidad que aún falta, entre
otras cosas. Y vemos a gente progresista blanca llenando de halagos exorbitados
a nuestro protagonista, el afroamericano Chris Washington (Daniel Kaluuya),
tratando de demostrar que no son para nada racistas, sino que admiran y les
entusiasma la gente de color, pero no lo tratan con naturalidad, no se enfocan
más que en exhibirse como amantes de los afroamericanos en todo momento, y que
no tienen prejuicio alguno, cuando lo normal sería pensar en su personalidad y
quien es y olvidarse de la raza. Por eso Chris se siente incómodo, aunque también
él tiene sus prejuicios, y enseguida desconfía de los padres de su novia
blanca, y dice sentirse más a gusto con otro afroamericano, en cuanto se cruza
con uno. Sin embargo también le incomodan los empleados de color de la casa de
los padres de su novia. Estos yacen como autómatas y raros, aparte de que lo
tratan con cierto fastidio. Pero hay un motivo social, y de terror.
El filme maneja mucho lo social, los nuevos lugares de la
diferenciación, esta parte es lo que más ha gustado, la obviedad de los
postulados ha calado, ya que el terror siempre lo ha tenido pero era menos
apreciado por los intelectuales. A un punto me pregunto si de verdad aprecian
el cine de terror, porque en esta parte es más flaco el filme, tiene huecos, y
es menos especial, que tratar de sentirse contentos con la época de lo políticamente
correcto. No hablo de defender la vulgaridad, la idiotez y la violencia, sino
de ser quisquilloso con la libertad artística del cine. La parte del terror que
viene más tarde vuelve al filme más convencional, incluso no se justifica tan
bien el secreto de la casa de los padres de Rose (Allison Williams), la novia. Otro
defecto es el mejor amigo de Chris (LilRel Howery, más culpa del personaje,
pero también Howery es comediante) que seguramente habrá sido la delicia y risa
de un sector del público, pero que más se hace una intromisión bastante pobre, demasiado
llana para mi gusto.
El filme de Jordan Peele podríamos decir que es a un punto
novedoso, entre comillas. La parodia está muy bien hecha, hay que reconocer, es
tal cual buena parte de la realidad. Y ya podemos considerarlo de por sí
representativo en el cine de terror (aunque en cuanto al horror en sí no sea de
los mejores), y posiblemente más, por lo que nos hallamos frente a un filme
bueno, pero ni hablar la maravilla que muchos creen ver. Como siempre uno se
dice al verlo, cómo no se les ocurrió a otros, en su medida, porque no es el
descubrimiento de la pólvora tampoco. Pero el descaro, poner todas la fichas a
toda fuerza, coloca a Peele entre los que acaban de ganarse la lotería. El
filme es el Adivina quién viene a cenar (1967) del siglo XXI, aunque mucho menos
genial como un nuevo The Stepford Wives (1975).