domingo, 30 de diciembre de 2012

Las mejores películas del 2012


No tienen orden alguno entre sí.                                                                                                                   
  1.  Moonrise kingdom (Wes Anderson)
  2. Argo (Ben Affleck)
  3. El caballo de Turín (Bela Tarr) 
  4. Érase una vez en Anatolia (Nuri Bilge Ceylan)  
  5. Shame (Steve McQueen) 
  6. Hors satan (Bruno Dumont) 
  7. Casa de tolerancia (Bertrand Bonello) 
  8. Fausto (Aleksandr Sokurov) 
  9. Nader y Simin, una separación (Asghar Farhadi) 
  10. Bestias del sur salvaje (Benh Zeitlin)
  11. The dark knight rises (Christopher Nolan) 
  12. Tabu (Miguel Gomes) 
  13. Pieta (Kim Ki-duk)                                                                                  
  14. Amour (Michael Haneke)
  15. The yellow sea (Na Hong-jin) 
  16. Tyrannosaur (Paddy Considine) 
  17. Cosmopolis (David Cronenberg) 
  18. Holy motors (Leos Carax)
  19. Kauwboy (Boudewijn Koole)
  20. In another country (Hong Sang-soo)
  21. The man from nowhere (Lee Jeong-beom)
  22. Cesar debe morir (Paolo y Vittorio Taviani)
  23. No (Pablo Larraín) 
  24. The Cabin in the Woods (Drew Goddard)
  25. Ruby Sparks (Jonathan Dayton y Valerie Faris)
  26. Looper (Rian Johnson)

jueves, 27 de diciembre de 2012

Tabu


Tercer filme del portugués Miguel Gomes, ganador del fipresci en la Berlinale 2012. Está dividido en dos partes, paraíso perdido y paraíso. La primera parte nos remite  a una anciana solitaria que solo vive para malgastar su poco dinero en los juegos de azar y que es medio loca, alejada de su única hija vive solo con una empleada de color que suele tratarla como a una niña ya que en su locura piensa que le quieren hacer daño y no suele cuidarse apropiadamente. Sus días los pasa conversando con una vecina con la que comparte esa decadencia y soledad fehaciente de la vejez. Una que no ha sabido amar a nadie y que es muy bondadosa, recatada y dócil, la otra la que fue una ardiente mujer que parece la antagonista de esa convencionalidad que exuda su compañera, una que ha vivido (aunque pecando), otra que no. En sí la primera parte es menor del conjunto y aunque resulta muy compatible entre forma y fondo ostenta algunos rasgos de autor que la hacen un poco gratuita, como con el sueño de los monos o la interrupción de la anécdota en la mina. Esto último quizá pretende decirnos que hay una vocación de fantasía, sabiendo que la memoria es selectiva y reconstruye las vivencias de acuerdo a factores como el sentimiento que han provocado en su momento. Estamos en una Lisboa como toda gran ciudad un poco fría, y ésta en particular con cierto fervor religioso y un aire de protesta política. Una pugna discreta.

La segunda parte se nos relaciona con el pequeño prólogo del filme, en una leyenda sobre una mujer anclada a un cocodrilo tras la muerte de su pareja por amor. Una simbología que nos puede remitir a lo salvaje, al deseo, ese que nos ata la existencia a un desenlace penitente,  a un lapso que nos define y no se puede olvidar. La vida es como solo ese recuerdo. Regresamos a esa pasión que la joven Aurora (Ana Moreira) tuvo con el hombre que más amo y al que quiere ver antes de partir. Ventura (Carloto Cotta) es un atractivo músico mujeriego que queda prendado de Aurora cuando es una mujer casada, sin embargo eso no los limita y tienen una aventura. África, una colonia de Portugal, una tierra de calores da cobijo a su idilio ilícito y salvaje. Con un blanco y negro que nos atrapa en su estética clásica que le otorga un toque vintage, en la emulación además de una cinta muda, pero que nos hace ver que solo es una ilusa apariencia, una creación, un artificio estético, ya que está acompañada por la voz en off de la pareja, la descripción de esa pasión en boca de él y luego la respuesta en cartas de ella. Vamos viendo la recreación del romance, el que es universal y ya tantas veces visto pero no deja de ser atrapante. Nos recuerda a tantas historias de amor, uno libre, atrevido, reprochable pero igual feliz aun así, a costa de todo acto razonable y decente, de esos que hacen perder la cabeza y no miden más que el encuentro, la repetida desnudez del cuerpo (no faltan las imágenes sensuales), la irresponsabilidad, otro tipo de locura. Sería una telenovela en otras manos, pero Gomes se encarga de volverlo séptimo arte. La calidez de sus imágenes están muy cerca de la realidad más palpable. Se nos quiere decir que es algo antiguo, algo primitivo, algo esencial, una pasión.

Es un filme realmente sencillo, que sorprende un poco que genere tanto entusiasmo en la crítica que es la que ensalza el filme en listas y en su premio, que se debe a que Gomes ha hecho llevadero algo que cala a menudo  más en los sentimentales. Ha entregado una versión para los amantes del cine de autor en que la sensibilidad y el atrevimiento se dan cabida, pero realmente se trata de una ilusión general, porque estamos frente a un eterno y repetido cuento de amor, ese en que se roba a la mujer ajena, especial, y ese en que ella vive lo prohibido, lo carnal, un canto a la seducción masculina, y sin machismo (hay un contrapeso estructural muy igualitario), y en que irónicamente nadie se ve reflejado en el pobre marido, como suele pasar en que nos atrapa esa sensación engañosa de sentirnos –y querer ser- aventureros, osados, rebeldes, los principales. Un Corín Tellado para tipos serios, y claro, es tremenda audacia, no obstante sin desproporcionarlo, ya que es un filme más de matices y técnica que de verdadera profundidad, pero que explota muy bien su historia. Y que debe mucho su éxito a que es muy entretenido, y nos da lo que nos gusta, como en los subtítulos: el cielo de los hombres, terrenales, apasionados y ardientes. Una mujer bella (y viceversa), tan provocativa que nos hace romper las reglas, nos transforma. En un lugar sin tiempo, exótico, imperecedero, al menos en la memoria.

martes, 25 de diciembre de 2012

Navidades blancas


Bing Crosby nos seduce con su hermosa voz, que me recuerda en el estilo a Frank Sinatra, elegante, serio y hasta un poco más simpático. Crosby como Bob Wallace tras terminar la guerra vuelve a su antiguo trabajo de cantante y anfitrión pero cumpliendo con una gran deuda hacia un buen amigo se asocia con él y se convierten en un dúo, de donde en adelante gozan de la fama y el éxito. Su compañero de nombre Phil Davis (Danny Kaye) es la alegría y el desenfado andante, el contrapeso ideal al conjunto, otorgándole ese lado lúdico y feliz que necesita en su vida, la que le atribuye de solitaria y para la que planea el mejor remedio, que su mejor amigo se busque a una chica pero no solo linda sino con la cual formar una familia.  

En el trayecto presenciamos bellas y seductoras coreografías de baile y canciones, de la mano de la narrativa clásica, con ese toque inocente y fastuoso en el interior de un relato próximo. Se acercan a dos hermanas que se desenvuelven en su misma profesión aunque recién se están iniciando, las Haynes, Judy (Vera-Ellen) y Betty (Rosemary Clooney). Sin embargo, esto no es todo, no sólo se trata de romance y realización afectiva como camino a la felicidad, sino que es un canto de amistad y agradecimiento conllevando lealtad y generosidad para con un general al que quieren y admiran, su antiguo líder en tiempo de guerra, interpretado por Dean Jagger, que desde lo castrense logra atribuirse una atípica sensibilidad que no rompe con la imagen que tenemos de su cargo, que se presta para entender perfectamente la nobleza que genera en Wallace y Davis, quienes llevan su espectáculo a un pueblito para apoyar y conmemorar al jefe militar, a puertas de la navidad.

Navidades blancas (1954) es una historia que conlleva un constante deleite musical, con impresionantes coreografías de danza, principalmente por parte de la actriz Vera-Ellen que se encarga de la parte más compleja, con movimientos no sólo sincronizados y armónicos, sino algunos bastante exigentes y extensos; además, aunque menos gestual que el resto de los protagonistas, con la dificultad de hacerlo dentro de la actuación, expresando pesar o seducción. Por su lado Rosemary Clooney sobresale por su bella voz y con una cuidada personalidad, muy característica de una mujer muy educada, recatada e idealista, hecha a la medida del personaje de Crosby, mediante una grave delicadeza en el trato, con un enamoramiento lleno del encanto clásico, dulce, tímido y con un aire de improbable, aun sabiéndose atraídos el uno por el otro, para lo que la personalidad de Judy y Davis son el empujoncito seguro a su idilio.

Kaye, gracioso y libre, da la cara irreverente al musical (aparte de que es un estupendo bailarín), jalando a Crosby a ello, que no se queda en sus laureles y demuestra su gran oficio que justifica su nombre y entrega con el proyecto, como con la performance de vestirse de mujeres -que rompe con cualquier estereotipo- o el aire relajado de las representaciones militares. No obstante está claro que Crosby es la voz cantante, y se adscribe solo a ello en realidad, no baila, aunque su canto es bastante imponente, como tampoco lo hace Clooney. Esto nos da como resultado un intercambio dramático y calmado de un lado por una de las parejas, mientras el otro resulta fiestero y más activo, compaginándose perfectamente. Crosby es el actor más cuajado del filme, tiene más recorrido y eso pesa para el director Michael Curtiz que parece respetarlo bastante. Sin embargo se puede ver que explota más a Vera-Ellen en cuanto a lo visual sabiendo que se trata de un musical y pesa mucho el desenvolvimiento físico que capta la atención, como también se percibe que Kaye trabaja más en conjunto y es menos importante.

El filme nos envuelve en la otrora máxima grandeza del musical, con un aire perfeccionista, elaborado, siempre dando mucho, pero con una historia de esas fáciles, entrañables, en que no se trata de la importancia del conflicto sino de un sentimiento que reina fehacientemente en cada rincón de su propuesta, como con esa pureza y bondad que se nos quiere impartir desde el principio, como con el general anteponiendo a fin de cuentas el goce de su pelotón a la rigidez de la formación, a su reconocimiento por encima del deber, desde lo más humano, y es que se trata de personas y estar en una reunión familiar donde se quiere al prójimo. 

domingo, 16 de diciembre de 2012

Fausto


Escribir de éste filme es en gran parte un reto, el director ruso Aleksandr Sokurov, uno de los más interesantes creadores de la actualidad, presenta una versión muy libre de la obra magna de Goethe, de uno de los libros capitales de la literatura universal, sobre la famosa leyenda alemana del doctor que vendió su alma al diablo en busca de nuevas sensaciones, sentimientos y mayores descubrimientos filosóficos, existenciales y científicos, por lo que comprender toda su extravagancia y abstracción resulta algo que muchos prefieren eludir, muchas veces con el simple resultado de decir que es vacío por debajo, ególatra o aburrido, evitando comprender que ha querido manifestar con su arte, uno que requiere entrega y pasión por nuevas maneras de expresión. Y ahí está el genio de Sokurov, hacer algo nuevo, poderoso y creativo con lo que para la mayoría podría ser intocable o difícil de destacar, sobre todo al tener una visión excéntrica y arriesgada, desde una adaptación visual que manifiesta el firme propósito de asumir su imaginación, agregando efectos y rescribiendo el tema universal de esa búsqueda del hombre por su intelecto y razón de existir.

Inmediatamente entramos en un mundo sucio, rancio, muy paupérrimo donde se respira hambre y necesidad, donde como se dice en algún diálogo no hay cabida para la comedia, ni para la moral. Un espacio que se hace idóneo para nuestro protagonista, un ser humano racional detrás de respuestas, y descreído de la naturaleza espiritual. Un Fausto de acuerdo a su contexto, quien se pregunta por aquella frase bíblica: y al comienzo fue el verbo, que nos retrotrae al enigma, y a la grandilocuencia que hemos visto antes en Tarkovski.

El filme que ganó el león de oro en el Festival de Cine de Venecia del año 2011 sigue la historia de Goethe pero a su modo y total libertad creando algo bastante nuevo con la misma esencia aunque ramificando cavilaciones para su propio cauce, en la absoluta irreverencia y solvencia personal, Mefistófeles no se llama de esa manera sino bajo un cómodo y anónimo Mauricius,  mientras por fuera toma vida humana encallado al entorno. Es un prestamista cínico que besa lascivamente las efigies cristianas, quien una vez desnudo nos enseña la deformidad y la monstruosidad. Lleva un andar particular, regodeado en su insolencia y autosuficiencia (esa que Fausto pasará finalmente por alto), además de mostrarse fríamente maquinal. Sokurov nos va descubriendo a éste demonio, entre la realidad y lo sobrenatural. A través del saqueo de unos muertos en una catacumba que parece un lugar de desechos, para hallar la pequeña fortuna que cambie la existencia de la humilde amada entrada en desgracia, o cuando simula un sueño de cara a un lago que hace de puerta a la cita y habitación añorada, y ya lo vemos tal cual cuando cumple la promesa, el deseo último de Fausto, la del encuentro sexual con la bella e inocente Margarita (a un punto nomás ya que odia a su madre y siente el conflicto entre el deber de aborrecer al asesino de su hermano o dejarse rendirse al enamoramiento de éste siendo un inteligente, amoroso y generoso pretendiente), una muy joven actriz Isolda Dychauk que en pantalla se ve mucho menor aún pero perfecta para la gracia de la iluminación romántica (en el filme  incluso literalmente). Donde en ese lapso sensual de olfatear y besar su pubis rubio seres amorfos ingresan silenciosos clamando ante la indiferencia del doctor por el pacto sellado con el alma, en la cual no cree Fausto. Ingenioso el primer encuentro con la dama encantadora, Margarita impoluta y sencilla lava la ropa colectivamente, habiendo alrededor un aura de vulgaridad, transparencia y lujuria.

El doctor vive en la ciencia, sin embargo hay un toque de fantasía en ella (la historia es bastante un cuento), se logra crear sin sobresaltos al homúnculo y en boca de los personajes hay imaginario de la alquimia, la inmortalidad o la creación de oro, aunque en general no hay respuestas habiendo hambre de conocimiento y de anhelo de cambio, paradójicamente –o de esa manera surgen otras salidas ante esa carencia- hay un endeble discurrir científico (expresamente más médico, el epitome de la sabiduría de la época) que cae en la tortura o en la mentira, se dice metafóricamente, la ciencia es como la labor del tejido femenino, encargada de vencer al vacío.

El filme está plagado de extravagancia, en un rapto de  cierta gratuidad biográfica al prestamista lo sigue una mujer que según él es su esposa y que parece algo desmelenada, o el hermano, un militar en medio de la decadencia, agradece su muerte, y con ello los alegatos parecen los de toda la civilización retratada. Como si todos esperaran la muerte; que no le temieran ya que vive a su costado en el día a día. Fausto definitivamente no le teme y aunque en su mente aun trata de ser coherente y cauto, la pasión lo subyuga, pronto su timidez dejara de existir, por ello el final tan abierto tras el ataque con las rocas, dejándose ir hacia la inmensidad de lo desconocido, su lucha es la del eterno saber, sin agotamiento. El prestamista parece el retrato del destino, su encuentro es inminente, la vida de Fausto lo persigue, pero en el filme se hace muy como quien no quiere el asunto, casi accidentalmente, sin forzar la esencia del relato, una audacia que rompe con lo predecible, como lo hace toda la propuesta que añade y cambia los lugares de la trama puesta por Goethe. 

Johannes Zeiler es un estupendo Fausto, pero Anton Adasinski es simplemente impresionante, un personaje completo con una expresión corporal compleja llena de gestos y movimientos estrambóticos en una conformación de demonio que acoge individualidad y maestría, gracias también al cariz que le brinda Sokurov dándole riqueza interior, una personalidad marcada llena de diálogos que se acoplan a la falsedad naturalista en que se mueve. Mordaz, tentador, caustico, espontáneo, impredecible, culto y a su vez primitivo y salvaje, como todos en realidad lo son, en un contexto que los arrastra en conjunto a una fealdad y explicites visual (arranca el filme con una autopsia descarnada que rápidamente nos anticipa un escenario deprimente y podrido, como el mal olor en que Fausto hace hincapié en su labor), una mundanidad muy propia de una época histórica de la Europa medieval, y que hace un contraste con la profundidad del habla sin romper la magia de la estética. La película esta grabada en idioma alemán.

La historia pasa por ciertas técnicas visuales,  como en un lente que distorsiona y que mueve la pantalla hacia un lado, habiendo desenfoques y plegándose a colores, más verdosos o blancos entre otros, además de iluminaciones o claroscuros, y que aunque muy pocos llega a tener algunos paisajes atractivos como en la caminata con Margarita y su madre tras el entierro, sin embargo predomina cierta consciencia de estar dentro de un fresco renacentista.

El filme nos mete de lleno en una fantasía, hay esa sensación de fabulación, de mundo creado, y aun así nos podemos ver identificados aunque principalmente parece un artificio, que hace gala de reflexión pero también de entretenimiento. Este cine de autor posee ese matiz, no solo grandilocuencia u oscuridad. Es un Fausto definitivamente raro pero bello en su fealdad, ingenioso, atrevido, una realización  hiperactiva, nerviosa, que puede inquietar en ese sentido, con mucha personalidad (y de ahí un desenlace chocante y críptico, saltándose toda convención lógica), que aporta ya siendo una historia muy popular. 

jueves, 13 de diciembre de 2012

Amour

Ésta es una película que por donde va cosecha elogios, y triunfos como la palma de oro en el Festival de cine de Cannes 2012. Michael Haneke nos remite al sufrimiento emotivo y físico en la vejez tras las enfermedad que llega repentina, aquí ante ataques cerebrovasculares.

Una pareja de músicos de avanzada edad que profesan mucho amor entre sí tienen que afrontar el devenir del tiempo y la proximidad de la muerte. Mientras Anne (Emmanuelle Riva) se deteriora hasta no poder ni comunicarse coherentemente ni sostenerse por su propia voluntad, Georges (Jean-Louis Trintignant) no sabe que hacer con aquella dignidad que lentamente va perdiendo su eterna pareja, junto al dolor que presencia padecer y que se incorpora en él desasosegándolo ante la inutilidad de lo poco que puede solucionar frente a lo que ve. Ha hecho la promesa de no dejarla en un asilo de ancianos sino cuidar de ella, lo que lo pone en el meollo del asunto y lo hace vivir fehacientemente el estado de su mujer. Esto lo pone de cara a la dura crueldad de algo que llega intempestivamente sin que uno pueda preverlo o siquiera vislumbrarlo; es una etapa a la que uno no está preparado mentalmente siendo algo muy violento de atravesar. A veces, como vemos, mucho más en quien puede razonar lo que sucede y sentir la presión de ver al ser que más se quiere llorando, susurrando maquinalmente que le duele provocando desestabilidad emocional, cayéndose al suelo sin dominio de sus facultades y un sinfín de momentos que un director como Haneke nos lo deja ver o sugerir sin caer en una pornografía visual, pero haciéndonos entender en su propuesta que de ahora en adelante todo es cuesta abajo a la par que la resistencia ajena se verá afectada lentamente.

George se pone en el lugar de la amada, lo dice en su conversación; se siente impotente, afligido y quiere ayudarle, sostenerla, pero el camino cada vez es más tortuoso, más inevitable, y cada minuto empeora. Anne, una dama autosuficiente tendrá que lidiar con la nueva realidad aun no queriendo verse inválida en su enfermedad, primero consciente de que la tragedia es una bola de nieve, evitando el consuelo y el repercutir en su esposo, sin embargo no sabe lo que será, y más en su noble amor que debe hacerse cargo. El amor en ningún  momento se pone a prueba, éste es muy fuerte y eso lo hace más insufrible para el de afuera. Esa unión en ese mundo pequeño de a dos, se hará una tortura solitaria para Georges ante el ser amado que empieza a desaparecer, aun teniendo el cariño de algunos conocidos, el joven alumno u algunos inquilinos, o el de su hija Eva (Isabel Huppert, accesoria, expresiva, desolada), la que más que calmarlo le infringe desesperación.

El tono es frío, sin dramatismos exagerados pero hirientes, ya que el filme de Haneke duele irremediablemente, hay que atenerse a las consecuencias, no se puede evitar aunque trata de aplacar la flagrante decadencia del ambiente con el deambular sonámbulo y ocupado de las nimiedades caseras del protagonista varón. A ratos vemos lo que encierra la trama y a otros caemos en sentir lo que ocupa desde afuera del conflicto en sí, se mueve la cotidianidad asumida desde la enfermedad, es como un pacto entre dos seres demasiado unidos, el dolor de uno vive en el otro, y en cada rincón se trasluce. Los silencios, las conversaciones rotas, los monólogos pesimistas ante el cambio de la corrupción del cuerpo, las miradas, los recuerdos, los exabruptos discretos, todo van haciendo ceder al corazón ante un final anunciado.

La de Haneke es una película vista en Volcano (2011) del islandés Rúnar Rúnarsson pero enfocándose en el deterioro de la vejez visto desde el amor de una pareja y no desde la individualidad de un hombre que entiende una transformación (en uno se trata de un personaje en evolución y en otro de dos inseparables, pero comparten ideas en distinta intensidad); estamos ésta vez en un callejón sin salida, salvo con un desenlace críptico, artístico, romántico. No obstante principalmente el cineasta alemán quiere que aceptemos lo que representa una parte innegable de la existencia, como Anne diciendo ha sido una larga y bella vida. Y Georges es quien sirve de prisma para la comprensión, mientras al mismo tiempo desde el ecran el arte nos va enseñando sin poesía ni velos engañosos a través de su desarrollo un acontecimiento universal aunque en duras condiciones, pero sin faltarle la estética, ya que Amour en su leit motiv  –ese que oculta el título, la preparación del fin y el dolor en el trayecto, como representación indisoluble de éste último de lo que realmente significa existir- es una propuesta que conmueve y abre nuestra percepción, mientras nos cubre con su hipnótica belleza, como un ineludible Baudelaire buscándola en los espacios menos imaginados.

Dos actuaciones brillantes, Jean-Louis Trintignant en un papel de hombre educado, cariñoso, dócil, entregado, servicial, doméstico, dejando ver su pasado, su sensibilidad, en la ilustración del ser menos preparado para éste acontecimiento, y Emmanuelle Riva, una señora fuerte, dominante, dulce, tranquila, apunto de ver doblegada su esencia.

La realización es un derroche de inteligencia en la sencillez, en la claridad, dándole al público mucha conversación ante las imágenes presenciadas en la vejez, en el tiempo, en el sufrimiento, en el sentimiento. Es un Michael Haneke transportado a su obra, próximo, humano, a pesar de todo afable, sin extremismos pero en un extremo, calmo en el diluvio interno y abstracto como ninguno en la llaneza y poder de las imágenes efervescentes, intelectualizando con el séptimo arte pero para la comprensión amigable del espectador común a quien le entrega por medio de su cine de autor profundidad en la transparencia. No es un filme propiamente atrevido salvo en su honestidad y lucidez, sin regodeos vulgares, y aunque alguna decisión no sea la nuestra, podemos sentirnos satisfechos con su conjunto. Es la cotidianidad de lo que no esperamos ver, el ocaso anti-romántico de un contexto del compartir del amor.

El filme tiene solo tres momentos extraños o particulares, uno en el intermedio con la exhibición de unas pinturas al oleo de unos paisajes, la belleza en el reposo, un aire de neutralidad, de contemplación y de inmovilidad. Luego una paloma en dos oportunidades entra a la casa y Georges bajo un claroscuro se topa con ella, entra a tallar lo imprevisible, lo desconcertante, matar al ave, dejarla en libertad, que es lo que nos implica la acción que debe solucionar, la inocencia, la paz, la naturalidad, el vacío, un simbolismo simple y ciertamente indefinible, una ocurrencia menor a fin de cuentas. Y luego cierra con un único halo explícito de poesía en como nos ha reflejado la historia: No dos almas separadas, sino dos en una, juntas. 

lunes, 10 de diciembre de 2012

Pieta


La triunfadora del Festival de Cine de Venecia, uno de los más importantes y respetados festivales del mundo. León de oro 2012. Su autor el surcoreano Kim Ki-duk retorna a los grandes reflectores del séptimo arte con ella, luego de un lapso de cierta indiferencia hacia su obra, al tiempo de haber cimentado una reputación entre los críticos más audaces que veían en su personal mezcla de lirismo y violencia una de las más sugerentes cinematografías que existen. Kim Ki –duk lleva esta vez el estandarte del mejor arte de su país, anclado a las constantes de oriente, y aprovechando nuevamente ese leit motiv que ha hecho famoso y distintivo al cine coreano, la venganza.

Dotado de un notable sentido de la historia, planea su estructura milimétricamente y nos entrega una trama en que un hombre sufre hasta la locura por amor, el materno, una vez que este ser muy frío y cruel encargado de dejar inválidos a deudores de un jefe prestamista recupera el tiempo perdido y se topa con la progenitora que lo abandonó al nacer. El guión espolvorea algunas ideas recubriendo la propuesta de un toque de ingenio, el que persigue la obra presente con flagrante ahínco, además de un desenlace apoteósico muy propio del cine en que se adscribe. Sin embargo el control y la precisión que se persigue hacen prever el final, saber que es lo que esconde, aunque teniendo en cuenta que parece consciente de ello y entra a tallar la duda de la manipulación, la locura y la redención en el dolor que hacen redonda y efectiva la realización.

Estamos ante un cuento con mensaje donde se le hace sentir a un ser humano malvado lo que hace con sus semejantes, se transforma en lo que provoca, una invalidez mental que aprisiona su corazón y lo doblega, lo hace sentirse débil. Su error no es el de pedir un dinero que se multiplica ante el crédito en diez veces su valor y que hace pagar el precio que en cada familia repercute, habiendo suicidios y viéndose que los seres queridos quedan lastimados para siempre, sino el de sentir afecto por alguien y depender de ello, volverse vulnerable hasta perder la cabeza, lo mismo que mueve a cada deudor a hacer un préstamo, como el del padre que quiere ofrecer dos manos para obtener dinero para darle una buena vida al hijo por venir.

Paradójicamente el odio que ha sobrellevado siempre el protagonista ante la dureza de su existencia y su soledad lo mantiene en su lugar pero en cambio el amor lo pone frente al paredón de la justicia regida no por ley pero si por el hombre, esa que pervive en la Piedad, alusión de Kim Ki-duk a la monumental escultura de ese genio llamado Miguel Ángel, en que la virgen llora el sufrimiento de su hijo, Jesucristo. La piedad que clama esta nueva María terrenal e imperfecta no llega nunca por el verdugo, se esquiva rotundamente y como en una nueva interpretación de la historia no queda más que la lección en la propia carne que castiga al que es ciego de sus actos, siendo el dolor que infringe en el amor la repercusión que se pone en pie, un espejo que regresa desde el otro cauce.

Kim Ki-duk logra que la relación maternal tenga visos de atracción sexual en medio de cierta natural violencia, inconsciente pero muy en la orden de un Edipo más carnal, la madre masturba al hijo dormido, se come un pedazo de su cuerpo, es vejada y violada ante la incredulidad, paga por ser aceptada queriendo ser parte del monstruo que el tiempo y el mundo ha creado ante el abandono, y que solo importa como un ser individual. La biografía queda mermada ante el acontecimiento del presente, el matón Gang-Do (Lee Jung-Jin, que expresa en su rostro su papel) se ajusta a la historia, en que es monotemático, primitivo, y solo entiende en el sacrificio, una vez que procesa que uno es secundario frente a otros, en una mirada menos egoísta y egocéntrica del mundo, justamente reflejada en el cristianismo.

Kim Ki-duk es muy ágil en crear el vínculo materno sin que quede endeble, y ayuda mucho el dramatismo gestual de su intérprete, la actriz Jo Min-Su, siendo muy importante para perpetrar su historia; tampoco requiere de muchos datos, se enfoca en la fuerza de sus personajes, que son primarios, y por ende inteligentemente explotados como emotivos y expresivos. El contexto de los pequeños puestos metalúrgicos o industriales crea personalidad al conjunto dando la sensación de submundo, de un infierno de la clase trabajadora que puede ser interpretado con la dificultad de sobrevivir; también un espacio de pecado, muy humano, un microcosmos de nuestra idiosincrasia general como toda buena arte debe poseer y el cine conoce bien. 

La violencia reina en la obra de Kim Ki-duk, no solo en los casos de los cobros indebidos de los futuros inválidos sino que recurre a un chocante proceso de transformación. Una vez asimilada la madre, amonesta al hijo pervertido (invirtiendo el dominio), en donde él en clara metáfora ni se da cuenta de su comportamiento, por eso en adelante es necesario que presencie el mal que ha ejercido, las consecuencias de su indolente quehacer cotidiano, para compararse, verse reflejado, pero sin marcha atrás, o quizá sí cuando ella se pregunta por el acaecer  de un extraño sentimiento, del que incluso Gang-Do llega a revestirse en un vuelco de desesperación en que pide de rodillas. La memorable imagen de los cuerpos echados debajo del árbol sembrado para las cenizas es el reflejo de una mutación y una fusión en que ya nada importa, el sentimiento ha doblegado a la razón.

jueves, 6 de diciembre de 2012

Bestias del sur salvaje



Gran premio del jurado en el Festival de Cine de Sundance, uno de los máximos premios de este año dentro del cine independiente, y tres en el Festival de Cine de Cannes 2012, el fipresci en Un Certain Regard, la cámara de oro a mejor ópera prima y el premio del jurado ecuménico. Una película discreta en medios económicos y publicidad por parte del director novel Benh Zeitlin que por mérito propio hace su camino al Oscar, el cual esperemos que le de el lugar que se merece. Con una trama emotiva entre el amor de un padre y el aprendizaje de su hija, una pequeña de seis años a la que se le llama hushpuppy (debut de Quvenzhané Wallis). En un contexto pobre en medio de la naturaleza salvaje y violenta de un bayou de Louisiana en una comunidad conocida como bathtub. Un progenitor que trata de inculcarle a su niña la fortaleza suficiente para afrontar el mundo que le ha tocado vivir, en donde el hombre debe sobrevivir por sí mismo, valientemente, creciendo sin pedirle nada a nadie. La pequeña en un aire surrealista invoca en sus diálogos fantásticos una metáfora en unos animales prehistóricos conocidos como Aurochs, entre toros y jabalíes gigantes que salen de su descanso en el hielo desde el polo hacia bathtub al encuentro de ella, representando la fuerza, la dominación en el reflejo y el reto. Hushpuppy habla con su madre en el viento, la busca, mientras el padre le cuenta que por donde ella pasaba se hacía el fuego, clara alusión a la sensualidad, la subyugación y el magnetismo de esta mujer, sin embargo lo que necesita este tierno cachorro es amor, y eso es el duro padre enseñándole a ser mejor, el adaptarse al entorno.

Una propuesta que destila sentimiento pero en la rudeza del trato, de la implacable realidad que les ha tocado vivir, una tormenta e inundación a la que pocos se enfrentarían, una enfermedad que cuenta los días de ese maravilloso y único vinculo paterno. No hay tiempo para el llanto y hay que seguir adelante, sin embargo el dolor también se cuela por las rendijas, como el mismo afecto, en una forma de aparente naturalidad de conmover en pantalla, con actos más que con palabras, con la magia de las imágenes y al arte cinematográfico en su propia personalidad y características, gracias a la dulzura, a la expresividad, a la entrega, al ensimismamiento interpretativo, el sucumbir al enajenamiento de la actuación, de la unión en la trama, de la historia, con actores como Dwight Henry, el padre, que crea un personaje primitivo que no teme serlo, que respeta su código de existencia, con el convencimiento de su propia sabiduría, en un conjunto de seres simples y hereditarios acordes con el espejo de su idiosincrasia, amoldados perfectamente a ese paisaje indómito y bruto que a su vez es bello en su inconfundible honestidad, y que no media más que  a través  de la esencia, un lugar que vive como en un único concepto existente, y en donde mediante el filme nos imbuimos con ojos crédulos, absorbidos, admirados, indagando y aprendiendo de un enfoque distinto entre comillas al nuestro, que nos recupera un pasado que aun no ha desaparecido y que vive ahí en sus propias reglas.

El filme se hace poderoso con su sentimiento, es tan eficiente la relación que fabrica que se sostiene sin rebuscadas justificaciones pero con verdades absolutas de acuerdo a su espacio mental y físico, que aprovecha lo salvaje, esquivando lo muy racional aunque vibra en su coherencia personal. Dando pie a pequeños detalles de interés, a la aventura, al paisaje que tiene injerencia en el relato, como en un marco que da vida a una tesis, la explotación de lo que nos parecería sencillo en el papel y a su vez es tan profundo ya que los recursos, el lugar pone todo muy arduo.

¿Se encuentra la niña con su madre? El camino es improbable pero creíble, ambiguo, oscuro y no importa, porque es audaz como en el mejor arte. El engaño de lo espontáneo. Y nunca se reprocha nada, no es un filme de débiles, como cuando la niña dice, que si no llega el padre va a tener que comerse a sus “mascotas”. Una historia de gente pobre elevada a héroes comunes que vencen sus ambientes, la niña tras el camino del padre, en convertirse en él, alguien de cuerpo frágil a simple vista pero tan fuerte por lo que lleva adentro, lo que se le ha trasmitido, el grave mensaje del filme. Tiene o quiere tener frases ingeniosas (para quien suscribe la que refleja más sin quererlo quizá es feed time, hora de alimentarse), no obstante lo general yace suficiente, importando más una panorámica del bayou, el quehacer monótono para nosotros novedoso, y una niña que termina cuidando de su padre a temprana edad lista para dar cara al mundo. 

domingo, 2 de diciembre de 2012

Holy motors

Ésta película del galo y enfant terrible, con solo cinco películas en su haber en 32 años de labor artística, Leos Carax, es una propuesta de ciencia ficción muy difícil de definir racionalmente. Sin embargo la podemos dividir en nueve cuentos independientes o actuaciones muy entretenidas, plagadas de extravagancia, emotividad y un aire chocante e imprevisible. Es un alarde de creatividad que desde el arranque nos conmina a dejarnos soñar con el séptimo arte por medio del atrevimiento y la auténtica libertad del cine más radical.

El propio director sale en pantalla en el prólogo. Desde su dormitorio cruza una puerta secreta cubierta por un tapiz con el uso de una llave mágica en uno de sus dedos, e ingresa a una vieja sala de exhibición cinematográfica, en ella los espectadores duermen apaciblemente, enseguida poza su mirada en un perro gigante que se adentra por el pasillo, y a continuación se queda mirando el ecran, desde donde empieza la fantasía. Inicia la película.

Somos participes de las transformaciones de un hombre llamado señor Oscar (Denis Lavant) que en el interior de una limosina blanca que le sirve de camerino se apremia a cumplir con su trabajo, recrear nueve carpetas documentadas que remiten a distintos escenarios y papeles, cada uno más variopinto que el otro, intentando cada vez superarse más, ser ingenioso, sorprendernos, y ser completo en un corto espacio. Participamos de un gran teatro real en donde un camaleónico personaje cumple con alguna performance, disfrazándose, maquillándose, adaptándose, y que incluye repetirse, como asesinarse repetidas veces siendo un ser sin identidad más que en su interpretación (el resto está fuera de nuestros ojos como un misterio), emulando en una de sus creaciones un acto circular y libre de la atadura de la muerte (el actor no muere, sigue viviendo en cada nuevo rol). 

Produce el movimiento de computadora de un monstruo en pleno acto sexual o muestra la agilidad de un artista marcial dentro del cine de acción. Llega a descansar a un hogar con simios, como en un colofón inverosímil y fiel a una “locura” encallada en el arte en que el reto es descolocarnos, y en donde no se salva de la referencia ni el chofer de la limosina de Oscar, la actriz Edith Scob que con una máscara remite a Los ojos sin rostro (1960) de George Franju, y en donde los vehículos en conversaciones pueden temer ser desmantelados, porque muchos motores están pasando de moda, como bajo la metáfora del ingenio en donde siempre hay que estar al pie del cañón sino perecemos, quedamos olvidados, y es que el arte está en los ojos del espectador nos dice Carax en alguna paráfrasis.

Tenemos en la presente una creación anterior de Carax que se pudo ver en la cinta ómnibus Tokyo! (2008), el señor mierda, un vagabundo de espectro irlandés, tuerto, incomprensible en el hablar y que se alimenta de flores, que de una sesión fotográfica en un cementerio rapta a una gélida modelo, la actriz americana Eva Mendes, y ella en total docilidad pasa a ser vestida con una burka artesanal mientras él se desnuda y se tiende en su regazo con el miembro erecto. Ésta es la más audaz de las actuaciones, aunque todas tienen algo atractivo y provocativo. Incluso hay canto, como en el musical con la cantante pop australiana Kylie Minogue como Jean, otra actriz de la agencia que es el gran amor de Oscar y con quien en tan solo unos pocos minutos nos mete en un drama romántico que cuenta con un suicidio, en un instante de pura sensibilidad, al igual que en el acto de la decepción con la hija y el dejarla a su libre idiosincrasia, en asumir su personalidad, como también yace emotiva la muerte de un anciano ante un tipo de amor agradecido, mientras hay otro rato de música con acordeonistas que se van incrementando al andar, que no solo es una trama de tristezas y el sentimiento también implica alegría, como en las múltiples capas del cine.

Es un filme rompedor que seguramente puede desagradar pero también enamorar. Definitivamente es polémico. Hay que verlo sin la preocupación de la lógica sino en la irreverencia. El filme es nuestro narrador de historias frente al fuego, el que atrapa la atención, el que no te deja pestañar, el que quiere tu curiosidad, el que puede ser absurdo, pero no causar indiferencia. Éste nos alecciona en esa entrega que vemos en Lavant, ensimismado en cada circunstancia que lleva acabo, el fetiche que puede concebir la magia que despliega Carax, el demiurgo o titiritero comprometido que está siempre tras un siguiente paso, seduciéndonos y atrapándonos en su red imaginativa. De eso va, de convencernos de muchas realidades fantásticas y artísticas, ficciones que envuelven, que se hacen creíbles en el tiempo que duran o que quieren únicamente entretener, y que como notamos son artificiales y se deben al genio humano en constante reto, que salta a la palestra dejando todo en el ruedo, exhausto. Es el homenaje del creador y del actor, de la fusión Lavant-Carax. El resto son motores sagrados, ideas sacrosantas y sus escenificaciones.

Lima 13

Hay películas que no desean optar por festivales sino que priorizan ganarse al espectador nacional, lo que para el caso es lo que anhela el director Fabrizio Aguilar, y está bastante bien, mucho sabiendo que el público peruano no es muy asiduo a su propio séptimo arte. Los índices de audiencia son muy bajos y no duran o abundan horarios en cartelera. A su vez suena bastante realista ya que tampoco el filme se ve como un fiero competidor internacional, aunque El inca, la boba y el hijo del ladrón, de Ronnie Temoche, ganó el premio a mejor opera prima en el Festival de Cine Latino Americano de Trieste 2012, con lo que tampoco podemos desechar la misma opción si comparamos, ya que poseen el mismo nivel en lo que ofrecen, un cine sin mucha originalidad, bastante convencional; el de Aguilar muy en la línea del cine norteamericano moderno y comercial con ribetes de reflexión bastante ligeros mientras El inca… aunque es más flagrante con el gancho de la figuras nacionales culturales también lleva un aire muy gringo, en su optimismo, en sus ganas de conmover fácilmente (que lo logra con una canción del grupo de rock en quechua Uchpa), en la simpleza de su trama. En todo caso no está mal, ya que es el cine que más se consume en el mundo y bastante en nuestro país, sin embargo para cumplir con convencer al público peruano van a tener que romper con cierta figura mental por culpa del grueso de la oferta, es decir, que nuestro cine es malo. Deberán vencer las constantes nacionales: calatas, lisuras, estereotipos y chabacanería.

Lo que quiere ofrecer Aguilar en su tercera película, luego de Palomas de papel (2003) y Tarata (2009), dos historias sobre terrorismo, una situada en los Andes y otra en la calle emblema de la capital en el distrito de Miraflores, es sentimiento. El filme nos remite a tres historias que abordan la melancolía, vidas que se cruzan para superar sus conflictos personales; la anciana Trini (Élide Brero) quiere cumplir una promesa, tirar en año nuevo las cenizas de su difunto marido al mar; Tesla (Kani Hart) sentirse menos sola, ante la falta del padre y la indiferencia y superficialidad de la madre, para lo que cuenta con la amistad atípica de un guachimán; el tercer componente del relato, el guachimán, también tiene su dilema, pasa por un mal trago en la separación de su esposa y está a puertas del desempleo, lo interpreta Juan Ubaldo Huamán. Todo bajo la cercanía del nuevo año, el 2013, en que los maya auguran el fin del mundo.

Las actuaciones son un poco rígidas en las emociones que presenciamos, aunque se hacen bastante identificables, fáciles de apreciar, entendibles; son carencias a falta de talento y experiencia por parte de cada actor central. El guion busca fermentar expresividad en la chiquilla y sólo lo logra avanzado el metraje; Kani Hart consigue ser menos falsa en su deseo de rebeldía y soledad, mientras Huamán se queda tal cual en un aura de casi vacío visual, por defecto, aun en la intención de adscribirlo a la abulia, a la indolencia, salvando su desahogo, algo muy visto y en sí ese es el problema del filme, no genera notoriedad e interés porque es muy común, muy repetitivo y muy predecible. El único momento que sorprende es ver a Élide Brero desnuda, una “maldad” del director y una entrega en un filme que no le va a compensar en absoluto, pero, bueno, es el compromiso del actor y es valido aunque sea en un filme muy discreto en cuanto a resultados y hasta en lo que acontece en sí. Élide Brero cae en una sutilidad que no contamina al espectador con emociones, un toque aquí y allá y es muy poco su historia, ella rememorándose en la foto o algunos comentarios no alcanzan a sensibilizar, y el clímax de su desmayo es apenas llamativo. Son faltas muy visibles. El entretenimiento únicamente llega con vernos retratados, es siempre un aliciente ver la propia realidad, a nuestra gente, a nuestro espacio, pero el filme es todo menos ingenioso, solamente cumplidor y muy olvidable. Su deseo de infringir drama, queriendo ser más de lo que es, se queda como anécdota, como esbozo, pasa el tiempo y todo parece irremediablemente tan sencillo que ni las bromas del panadero –gestualmente bastante cómico- o la belleza de Melisa Loza -muy cuidada en pantalla- no hacen gran efecto. Son cosas a fin de cuentas tan pequeñas en lo que encierra el arte, aun en lo simpáticamente banal, que el filme grita un “imposible” al espectador por un lugar en su rutina cinematográfica. Se intuye muy complicado de que supla lo que ya hace bien el cine americano.