Esta película, ganadora del globo de cristal, máximo premio
del festival de Karlovy Vary 2016, se manifiesta muy obvia y por un lado manida, marca una intención con alevosía y luego “huye” del lugar para
pasar a otra cosa, porque de lo que se trata el filme es de hablar de la vida
común a tantos otros desde el matrimonio relativamente joven (uno que está a
comienzos de los 40s) con sus peleas, frustraciones, decepciones y miedos, sobre
dos familias, una pobre y otra rica, unidas por parentescos de sangre, los de dos
hermanas. La familia exitosa le pertenece a la menor, a Eszter, y a su marido
Farkas (el mismo director del filme, el húngaro Szabolcs Hajdu), juntos tienen
un niño de 5 años, Bruno, que es insoportable y está malográndoles el
matrimonio porque producto de su comportamiento fuera de sí estallan continuas
peleas. La familia pobre económicamente -y para colmo ella infiel- le pertenece
a Ernella, y tiene una hija de 10 con el bueno pero austero de Albert. Ernella le echa en cara a Eszter de la forma más directa su situación social y el filme medio que naufraga en el sempiterno lugar común. Pero al menos la
propuesta no se queda solo aquí, hay otros conflictos, el propio amor de pareja
o el amor incondicional a los hijos se ponen en duda. Más tarde el filme se
vuelca a lo Ingmar Bergman en una presentación casera de teatro realizada por los
niños de ambas familias. Aparece una pequeña extravagancia, los padres lucen máscaras
de carnaval. Y el filme pasa al estado emocional de la típica canción de “Todo
va a estar bien”, que me hizo pensar en la serie de tv. La vida continúa, y
tampoco es tan malo, la serie era muy entretenida. Lo mejor del filme es un
arranque que aunque difícil de seguir muestra una anarquía y frenesí en parte interesante
(¿a dónde nos hubiera llevado?), que luego se diluye en un filme amable, con
una narrativa al menos decente y llevadera, fuera de tanto conflicto.