No es muy común ver un Drácula japonés, y eso es lo que nos
trae Michio Yamamoto. El filme es muy práctico y lleno de momentos de terror,
de sustos, de suspenso. Uno de los buenos es con una paciente de hospital infectada
por el monstruo. Akiko Kashiwagi tuvo un encuentro con Drácula a la edad de 5
años y creció con esa visión que ella creía un sueño. Pero Drácula la
perseguirá hasta su casa del lago. El ataúd llega así en una camioneta de lo
más simple. Drácula se dedica a convertir en no muertos a quienes se cruza. Akiko
y su novio, el Dr. Takashi Saeki, investigan la situación. Es un filme
entretenido, pero no plus ultra, aunque tiene su pequeña originalidad con la
aclimatación de Drácula a un japonés, pero en general parece una película
europea, la propuesta está bien occidentalizada, y esa es la curiosidad que
quería ofrecerle Michio a la gente de su país. Todo es clásico del mundo vampírico,
se ha respetado bastante la leyenda occidental. Es un filme algo lento, con su
melodrama con el miedo que siente Akiko. Es un Drácula más de terror que sensual. Tiene una atmosfera clásica, gótica, exhibe un toque a añejo, a nocturno, a frío.