Un niño recibe una cajita de música y oye una historia con
ella que lo define durante su existencia. La cajita dicen tiene un poder, ésta
mata a los enemigos de uno. Archibaldo de la Cruz (Ernesto Alonso) crece con la
seducción de su infancia, con la idea de esa cajita de música, es decir, del
asesinato. Durante su adultez planea matar a alguien, a una mujer, pero nunca
puede llegar a ser el autor de ningún crimen, hay una suerte de destino de esquivar
que lo lleve a cabo; sucede, pero nunca es por su mano. Archibaldo parece una
buena persona, es rico, refinado, simpático y muy educado, pero esconde esa
perversidad, quiere ser un asesino. Luis Buñuel perpetra ésta maravilla de
película, con ésta ironía como leitmotiv. Hay una escena donde Archibaldo
muestra su maldad en toda potencia, quema un maniquí doble de una persona que
quiere matar, vemos todo como una escena de terror. Observamos el plan
siniestro que quería llevar a cabo y, como siempre, quedó frustrado. Archibaldo
es un seductor, aunque no es un tipo tan atractivo. Pero su verdadera
motivación es perpetrar un homicidio. La bella Rita Macedo hace tremendo papel,
como Patricia Terrazas, una mujer desenfadada, sexual, avispada, una mujer promiscua
en plan de juego, aunque finalmente fiel. Tiene una escena fetichista con sus
tacos altos en un casino que la dibuja de cuerpo entero como una bomba sexy. Carlota,
otra mujer en la vida de Archibaldo, se pliega lúdica también a la dualidad y a
la corrupción, es una mujer que aparenta ser devota católica pero anda con un hombre
casado. Archibaldo se enamora de ella, quiere casarse, pero termina queriendo
matarla tras descubrir su affaire. El filme como con la monja repite la ironía
del esquive de la calidad de asesino de Archibaldo, hombre sofisticado y perverso,
como el filme de Buñuel.