Un grupo de periodistas celebran en un bar con música
criolla –al son de El Alcatraz y su clásica vela detrás de una falda- hasta que
llega una noticia fúnebre que les cambia el rostro a todos. Así empieza éste
filme del peruano Francisco Lombardi y hacia ahí irá tras varios flashbacks que
van completando la figura hasta llegar a un racconto.
Alfonso (Giovanni Ciccia) es un practicante que se une a un periódico
popular llamado El Clamor y en éste lugar halla a su mentor, a Faundez (Gianfranco
Brero), un hombre muy sexual, muy vulgar de boca, como el filme tan criollo. Se
ven muchos casos de periodismo popular donde brillan los crímenes y accidentes,
las muertes, y la gente más pobre y humilde lucen como si fueran artistas por
un día, parafraseando a la película.
El grupo de periodistas protagonistas está encabezado por
Faundez que es el periodista avispado, vivo, malcriado, astuto, el jefe que
muestra toda su virilidad y machismo, quien es pícaro hasta lo grotesco, quien
es muy criollo, muy ducho en el periodismo más barato. Gianfranco Brero lo hace
muy bien, y obtuvo por su actuación el merecido premio de mejor actor en el
festival de cine de San Sebastián 2001.
Faundez muestra una personalidad ambivalente, puede ser
detestable –donde anida más-, como alguien a reconocer como talentoso, como en
su profesión, que es hasta guía, maestro, amigo, tiene un extraño aire
paternal, aunque busque lo soez, lo sórdido, trabaje hasta con lo ruin, como
pasar por alto siempre el dolor ajeno y ver a las personas como intereses
propios y cero altruistas, e igualmente habla curiosamente de la compasión,
pero de la que le recuerda a sí mismo, habiendo una escena de boomerang donde
ve quien ha sido y se da cuenta de su error. Familiarmente es una ruina, otro
punto de la ideología del sexo y el libertinaje que maneja la propuesta. Y pasa
por alcohólico en cierta manera, otra idiosincrasia chicha.
Lo secundan Van Gogh (Carlos Gassols), el chofer quien gusta
de recitar frases célebres –muchas muy conocidas, sencillas- y luce como un
viejito bonachón, pero también es parte del clan del criollismo; un fotógrafo casi
mudo, Escalona (Fele Martínez), muy frío para la foto más escabrosa y
sensacionalista, pero catalogado de los mejores de su profesión valga la
curiosidad; y el nuevo practicante, Alfonso, que pasará de ser un joven educado
con ánimos de convertirse en un escritor profundo –de ahí le viene lo de Varguitas,
en la mención a Mario Vargas Llosa- y mucha cultura al pupilo de Faundez, su
posible reemplazo, un pequeño doble.
El filme muestra a una Lima popular, donde la noticia más
fuerte es buscada con ahínco, mientras se forman vínculos entre los periodistas
y se van mostrando sus personalidades, en especial la de Faundez que es
igualito a lo que significa El clamor, un periódico chicha, vulgar. Faundez en
sí es la película, como va adoctrinando e influenciando a Alfonso que vendría a
ser el pequeño héroe, quien más es como pasar por una experiencia de madurez,
de vida.
La parte romántica la forma Nadia (Lucía Jiménez), pero como
el filme busca ser siempre chicha, popular, criollo, sexual, ella pasa
finalmente a segundo plano, a ser parte de la ideología o la argumentación de éste
submundo de noticia barata y devoción al sexo. Nadia es guapa, independiente,
algo sofisticada, una periodista de espectáculos, pero eso no cuenta frente a
la verdadera reina del filme, la sexualidad –junto a la violencia-, con la podóloga
(Tatiana Astengo) y la periodista amante (Yvonne Frayssinet) representándola.
Es un filme que puede gustar mucho si lo vemos como la
peruanidad más humilde, como un retrato implacable y muy realista del
criollismo peruano, pero que como su expresividad puede ser vulgar, chacra, que
puede no congeniar tanto con lo más artístico, o en todo caso su aspecto social
es muy contundente y ahí radica su mayor logro, como su tara, dependiendo, pero
como es lo que busca el cine de Lombardi más es tenerlo por un éxito de
película.
Sin duda, es una de sus películas más auténticas y más propias,
donde está toda su identidad e idiosincrasia como cineasta, para bien y para
mal, es toda su esencia, y predomina lo destacable, es nuestro cine al fin y al
cabo, parte importante de quienes somos, parte de nuestra historia como séptimo
arte, aun cuando el filme es del 2000, y Días de Santiago (2004) y Madeinusa (2006),
hitos de nuestro cine y un cambio en nuestra cinematografía, están cerca. Pero Tinta
roja es otro hito e identidad, una de nuestras mejores películas, aun cuando es
tan social, tan realista, tan vulgar, tan criolla, y propia de otro tiempo.