El director americano Trey Edward Shults empezó bien su
carrera con Krisha (2015), su primer largometraje, una película donde una
extensa familia se reúne por el día de acción de gracias y la protagonista,
Krisha (Krisha Fairchild), asiste a la cena después de mucho tiempo lejos de
todos ellos, cuando es vista como una mujer problemática, destructiva de
relaciones y con problemas de drogas y alcohol. Pero ya vieja anhela una
segunda oportunidad, se esfuerza. No obstante ésta le es esquiva frente al
resentimiento y la identificación del estigma de su pasado y sus relaciones.
Krisha mantiene el suspenso, entre caer al abismo o seguir estoica, ayudada por
la banda sonora de película de terror, mientras se explaya en lo cotidiano, en
la conversación y en lo mínimo, en lo sugerente, sacando de a pocos los trapos
sucios de la interrelación familiar, para luego padecer lo aparentemente inevitable.
Su segunda película, It Comes at Night (2017), ya entra de
lleno en el género, pero es una película que se cocina lento y guarda lo mejor –la
explosión de sucesos- para el desenlace. Pero también el filme vale mucho por cómo
va desarrollando tensión, desconfianza en el ambiente. El asunto
central es el miedo a contagiarse de una enfermedad mortal de transmisión
inmediata, por tocar e interactuar con alguien enfermo. En la película no se
explican los antecedentes de la enfermedad, pero se siente bastante el caos que
propaga en una zona rural americana.
La familia de Paul (Joel Edgerton), su esposa Sarah (Carmen
Ejogo) y su hijo Travis (un muy talentoso Kelvin Harrison Jr.), andan con máscara
antigás y guantes de hule cuando se topan con alguien. Ésta familia siente
mucho temor de enfermar y se defienden con convicción, mantienen una distancia férrea
y las armas cargadas frente a cualquiera que se les acerque. La propuesta de Edward
Shults recuerda un poco a The Road (2009), aunque aquí el apocalipsis es elíptico
y sólo queda imaginar qué está sucediendo. La soledad del campo ayuda en ese
aspecto. El filme guarda mucho misterio. También la mayor parte del metraje se
desarrolla en la casa rural de la familia de Paul.
Éste filme tiene el mismo estilo de Krisha, tener largos momentos
de paz y que todo parece felicidad, pero con la sombra detrás de algún peso enorme
y del posible inicio del terror en cualquier momento. La primera parte te tiene
atento no sabiendo qué está sucediendo, dura buen tiempo ésta sensación de
rareza, mucho cuidado y miedo. Algo asecha a ésta familia y uno no sabe que es,
también el título es muy sugestivo. Pero la muerte es más un contagio, botar
baba negra y llenarse de ampollas y pus.
El filme se las ingenia para dar una escena de lo más
terrible, donde la sobrevivencia desesperada hace entrada imponente. Antes dos
familias hacen amistad, habiendo asomos de drama en su interrelación. Paul es
una persona muy ruda y sólo cree en la sobrevivencia y confianza de su familia.
Pero le convencen en su lado humanitario y por la necesidad de comida y alberga
a una familia de desconocidos con ellos. En ese lugar entra a tallar la estrategia
de suspenso, expectativa y misterio de éste director. Pero el tiempo se expande
y se expande, la falsa tranquilidad asoma y crece.
Pero la expectativa sigue intacta y latente, vamos
presenciando pesadillas, las pesadillas de Travis (a su abuelo consumido por la
enfermedad), quien es un chico curioso y sensible, que suele caminar –en búsqueda
del horror- en la oscuridad con una lámpara a gas mirando qué está sucediendo
en su casa, la que parece un fortín. Travis también es misterioso y parece
impredecible; qué está pensando el chico, te preguntas a veces. Paul en cambio
tiene una fijación, estar alerta siempre y proteger a su familia. Pronto todos
serán puestos a prueba.