Estamos ante una película con grandes virtudes de
composición, y también como ensayo, con un discurso sólido y bien relacionado
al mundo, a lo próximo, y a su propia historia especifica. Entre lo destacado
del filme tenemos su estética, su puesta en escena, incluso un tono narrativo telenovelero
(en el buen sentido, en lo adrede), en una propuesta que también recurre a
homenajear al sexplotation y al cine cutre de terror de los 70s y 80s y hasta al
cine de Herschell Gordon Lewis, sin gore, pero lo hace de manera estilizada, luce
todo como una construcción calculada más no por limitaciones de perfeccionamiento,
donde el erotismo y la sensualidad trasciende, no se presenta vulgar ni torpe,
aunque tiene de explícito y de recurrente, porque este es parte importante de
la argumentación. Los hombres se guían
por el sexo, por el cuerpo seductor, por el deseo del sexo casual, por las
fantasías, por lo netamente físico y no pretenden nada más que divertirse,
mientras las mujeres buscan al hombre perfecto, al hombre fuerte, bello, inteligente
y amable, con el que pasar del sexo, un recurso de acercamiento, al amor, donde
exista la entrega y compromiso de la personalidad y la vida íntima. En la argumentación,
que es típica americana, los hombres son reacios a comprometerse, a entregarse
emocionalmente, las mujeres en cambio como la protagonista, la muy guapa Elaine
(Samantha Robinson), anhelan tener una relación sólida y eterna. Pero piensan
que ser mujeres recatadas y correctas no les dará aquel príncipe soñado, por lo
que Elaine se vale de su cuerpo, de ser un juguete sexual para las fantasías de
los hombres, para luego caerles con lo personal, pero la gracia del filme es
que Elaine es una bruja que utiliza pócimas para que los hombres pasen de lo físico
a enamorarse y se suelten hasta la locura, que se vuelvan emocionales y
abiertos. Solo que nada es perfecto, y entra a tallar el “terror”, los hombres
enferman y mueren (lo que suena irónico también).
The love witch, de Anna Biller, tiene humor fino, hasta los striptease de salón son del tipo burlesque, no se presenta como un entretenimiento
superficial, es un filme raro, tanto como original y valioso. Lo de las brujas
está adaptado a la actualidad, juega con una palabra gringa muy popular (bitch)
que tiene tantos significados, que por algo está muy cerca de esta otra witch (bruja).
Elaine es todo eso, una zorra, una mujer sagaz, también algo desalmada y
centrada sólo en sí misma, aunque es producto de la sociedad, el machismo, los
cuentos de hadas y la calidad unidimensional del deseo y composición de un gran
sector masculino. El filme juega con una realidad mayoritaria, pero no lo hace
de forma barata. El filme es rico en perspectivas. Las brujas (witch, bitch)
son perseguidas y castigadas hoy en día aunque de otra manera. Elaine tiene de hipócrita
en algunos casos, y de doble moral, porque quiere también un hombre perfecto, un
hombre guapo y fuerte, y cuando estos se comportan como cliché femenino, muy
emotivos y dependientes, son desechados. El filme también la presenta como una
mujer sensible, de buenas maneras, delicada, calmada, aunque juega al papel de
objeto sexual, lo que a primera vista y en la estética se percibe muy natural e
inofensivo (lo pagano incluso se siente así, parece todo digno del teatro), no
obstante representa el subterfugio para obtener y hacer lo que sea. El filme dentro
de su complejidad finalmente argumenta en favor de la protagonista, que más que
una puta cruel y avispada de apariencia amable y atractiva busca un apoyo psicológico
en la brujería, porque esconde mucha ternura, puede que hasta un audaz aire melancólico
y solo quiere un príncipe azul, pero tiene un trauma detrás (redoble de
audacias), que llega hasta la psicopatía, y solo atrae “malos” elementos, el
cliché masculino, los hombres mujeriegos, en busca solo de sexo, a los que
pretende cambiar.