The Death of Mr. Lazarescu (Moartea domnului Lazarescu, 2005),
el segundo largometraje de Cristi Puiu, es un referente importante del cine
rumano, película con la cual muchos se enamoraron del nuevo cine rumano, por lo
que seguir la carrera de Puiu es prácticamente un imperativo. Su quinto
largometraje, Sieranevada, estuvo en el festival de Cannes 2016. Nos involucra
con la misa por conmemoración de la muerte del patriarca de una familia, para
dicha misa se reúne toda la extensa familia para una cena. Con muchos parientes
medio irreconocibles se dan las típicas reuniones familiares, con los clásicos
fastidios y sorpresas. Una mujer mayor lamenta la infidelidad de su marido
hasta caer rendida por un aneurisma. Una jovencita lleva a una amiga
inconsciente por alcohol o drogas. Son 3 horas de película, 3 horas también de
mucha intrascendencia, desde un mismo lugar, la casa familiar. A ratos la
cámara se posa en un lugar estratégico y muestra 2 habitaciones a la vez, la
entrada y salida de los parientes, mucho movimiento y cierta tensión de la
reunión, es la sensación de estar viendo algo pequeño, pero trascendental en
nuestra humanidad, como el viejo marido abusivo que ve su mundo caer producto
de la culpa. También hay lugar para preocuparse por hacer una comida suculenta,
juguetear amorosamente entre hermanos o discutir el precio de un regalo.
La llegada del sacerdote ortodoxo rompe la monotonía, el
padre terminado de practicar su rito, de lo más veraz, no puede contenerse de
contar una anécdota, habla de la lucha personal por los valores eternos y
mantener ciertas tradiciones. El momento emotivo de reflexión termina, y Puiu
le quita solemnidad con un diálogo al paso que apunta a decir que no entendió
de dónde vino aquello, creando un contraste de libertad e individualidad. La
familia discute de varios temas, aunque mucho sobre ridiculeces que pretenden
pasar por cotidianas. El atentado terrorista a EE.UU. del 11 de setiembre se
repite a cada rato, pero sobre conspiraciones y justificaciones absurdas, esto
remite a banalizar internet también. Otra característica del filme es mostrar lo
moderno vs lo tradicional, en cómo uno trata de subsistir frente al otro. El
cosmopolitismo siempre es interesante en todo país, pero aquí se presenta
endeble, como ese arranque del filme en que se discute seriamente sobre las
princesas Disney. Esto, desde luego, desde una contextualización a Rumania.
Europa es atacada también por terroristas y los niños sean de donde sean aman y se identifican con
Disney. Pero en un filme rumano uno quiere oír de Rumania, ver en una
nacionalidad reconocer y fomentar lo propio. Por ello cuando una anciana tía
pegada a la antigua defiende al régimen comunista, que remite al infaltable Nicolae
Ceausescu, se hace muy jugoso de ver, aun cuando esta defensa a todas luces cae
antipática a todo mundo, pero es una perspectiva fundamental de la realidad
nacional.
El filme abre con Lary (Mimi Branescu), su bella y
sofisticada esposa y su pequeña y tranquila hija haciendo compras o diligencias
en la calle antes de ir a la reunión familiar. Impecable naturalidad de este
pequeño prólogo de cotidianidad. La propuesta que en la trama dura 1 día de
congregación implica más de 2 horas de metraje en un solo espacio, el hogar del
patriarca difunto, y solo unos 30 minutos afuera -una vez más, tras los 10
minutos de la apertura- cuando Lary va a recoger a su intensa esposa que ha
salido un rato de la reunión. El momento que se da afuera es penoso y
humillante, más que sensible, Lary se desmorona ante un mal momento de
vergüenza y autoconsciencia. Esta escena seguramente agradará a muchos, es como
la vida misma, no hay duda, pero resulta trágica, la vida mostrándose cruel,
que ver a un tipo simple aplastado por las circunstancias, culpas aparte, llega
a fastidiar. El momento contiene una anécdota de infancia –y amor paterno y de
pareja- que trasmite una gloriosa naturalidad, clásica del mejor cine rumano,
pero su emotividad duele y es incomoda que (me) cuesta celebrarla, pero es la
gran escena del filme.