La construcción de este filme, la estructura, es muy
interesante y además lograda. Utiliza unas pocas líneas de una historia, se basa
ligera y libremente en Noches blancas, novela de Fiódor Dostoyevski, y está expuesta
como la vida ordinaria y contemporánea de Lisboa, Portugal. Esas pocas líneas
generan variaciones pequeñas, el filme del brasileño Leonardo Mouramateus vuelve
a contar la misma historia, como que juega a las opciones hasta hallar la mejor
o la más romántica, a armar los pedazos enseñando diferentes imágenes, otros ángulos
o la misma escena pero lo que antes no vimos. Como eje tenemos a Débora (Deborah
Viegas), una turista brasileña en Portugal que vivió en Rusia y ya regresa a su
país; al protagonista, a Antonio (Mauro Soares) que exuda calor y simpatía; a
la vecina y cómplice de Antonio, Teresa; al padre de Antonio; a un amigo gay y extravagante
actor; y a la ex novia sofisticada de Antonio.
La trama se mueve alrededor de la existencia sencilla de
Antonio en Portugal, director de una obra de teatro como de su vida, típica de
cualquier muchacho. La preparación de la obra teatral hace de metaficción y en
ella vemos a Antonio y sus pequeñas
aventuras artísticas con sus amigos en Lisboa. El filme tiene 2 conflictos
centrales, qué hacer de la vida de uno y nuestra vida sentimental. Las
variaciones, los personajes repetidos dentro de la obra de teatro y el filme
dividido en tres etapas narrativas, la carta delatora, ir a buscar donde
quedarse y el retorno al hogar paterno tienen una edición sublime, lo cual es lo
mejor del filme. La mezcla de lo ordinario, la metaficción y una adaptación
literaria recuerda al cine del argentino Matías Piñeiro, pero bajo la propia
personalidad, tiene mayor sencillez argumental pero lo compensa con una edición
mucho más compleja, muy plástica, tal si tuvieras un cubo de rubik entre las
manos, y aun así es una propuesta amable, clara y fluida.