El 22 de noviembre de 1963 es asesinado el presidente americano John F. Kennedy, y el
filme se enfoca mayormente a partir de
ese momento, en la reacción de su esposa, Jacqueline Kennedy (Natalie Portman), en cómo afronta la situación Jackie.
Pablo Larraín pega el salto a Hollywood, pero aunque es un filme destinado a
mucho público, Larraín sorprende haciendo un filme harto personal, con un estilo
de cine arte exigente que se deja apreciar en considerable medida. La propuesta del director chileno ralentiza el
tiempo y vemos como Jackie-Portman pasea por los cuartos de la casa blanca, con
una lentitud que hace pensar en su sufrimiento y constante meditación. Jackie aparece
como una mujer culta y más sofisticada de lo que uno cree. No solo la esposa
florero, refinada, bella, familiar, la esposa ideal para complementar al
presidente exitoso, idolatrado, comprometido y capaz.
La esposa de JFK aparece -en su elemento- el 14 de febrero
de 1962 enseñándole a la cadena de tv CBS la renovación exquisita de su casa,
la casa presidencial, en un especial llamado “Tour of the White House”. Es otro
espacio que se conjuga con el asesinato de JFK y los momentos a continuación de
ese lamentable hecho histórico donde llegamos incluso a ver como Jacqueline se limpia
la sangre del rostro que le ha salpicado la muerte de su marido (en un lapso incómodo
e intrépido). El filme de Larraín trabaja con unos cuantos momentos históricos importantes
a los que vuelve, fragmenta, repite, fusiona y luego desarrolla.
Jackie, la mujer del momento, como ella misma expresa que le
atribuyen, afronta todo con memorable disposición, bajo una honda tristeza que
nunca desaparece, quedando como un tono general, construyendo con su maestra y
dedicada intervención la leyenda de su marido, eso que llamaba, a su círculo y a
su gobierno, Camelot, una idea que se cimentaría y perduraría. Otro momento
clave y que es la línea narrativa central de interrelación del filme es una
entrevista que daría una semana después de la muerte de JFK, al querido periodista,
amigo de su familia, Theodore H. White, para la revista Life, que lo publicó el
6 de diciembre de 1963, en una entrevista que llevó el título de “President
Kennedy: An Epilogue”. Ésta labor periodística marcaría cómo quedaría en la
memoria ella y su marido. Jackie, además, propuso un cortejo fúnebre célebre y
muy emotivo, el 25 de noviembre de 1963, caminando al aire libre al lado de un féretro
tirado por caballos detrás de un velo negro que dejaba ver su dolida expresión,
poniéndose en peligro –por un posible nuevo tiroteo- para mostrar llaneza,
entrega y valentía a la población americana y a la leyenda de JFK. Estos cuatro
momentos históricos son los pilares del filme.
En la película queda de lado la parte libertina, débil y
ambigua del presidente, mostrando la visión de Jackie, la “fantasía” que
fomentó -de felicidad e idealismo- de Camelot. A su vez es un filme que es mucho un tono, un
estado de ánimo, el de un dolor tremendo, que incita a lo trunco, a la derrota
y a la frustración, quizá incluso al suicidio. Sin embargo, nuevamente Larraín
pone temple, confrontación y reflexión en ver como Jackie va rearmando los
pedazos que la conforman. En esto entra a tallar los diálogos que tiene con un
cura católico irlandés interpretado por John Hurt. Este cura presenta mucha
libertad filosófica –mientras trata de encantar a cierto público- y es un punto
medio endeble del filme, salido de la imaginación y de la búsqueda de estilo. No todo es perfecto, y en sí el filme tiene de difícil; muchas veces se permite
ser contemplativo, y es irregular. Hurt, desde luego, actúa muy bien, pese a todo ayuda a consolidar el estado existencial de Jackie, de melancolía y caída, el del camino a la reposición. Ellos se preguntan por las
mismas preguntas que nos hacemos todos cuando el mundo resulta tan incomprensible
y violento.
Las dudas de Jackie nadan en el dolor, pero como esa actitud
que vemos –muy cinematográfica- frente al dibujo antipático que hacen de Theodore
H. White muestra como quien está en una misión con el legado familiar. El contraste
se presenta interesante, a un lado debilidad emocional en la intimidad frente
al dolor intenso de la pérdida, que pregunta (duda, experimenta vacío) hasta
por su fe; en otro temple frente a la obligación pública como primera dama en
relación al amor a su marido. Todos sabemos que Jackie es una celebridad, pero
pocos saben de la dimensión de inteligencia que presenta el filme. Por una
parte es creíble e interesante, en otra se siente sobredimensionada. El filme es
algo redundante. La actuación de Portman es sobresaliente. Larraín es un
director ambicioso, un talento, y eso se deja ver a pesar de lo negativo. Se
nota que está buscando, experimentando, y eso hace de Jackie una propuesta
valiosa aun más.