En el festival de cine de Cannes 2016 fue la película que
más entusiasmó a los críticos presentes que la premiaron con el fipresci (premio
de la crítica) en el evento –a diferencia de no llevarse nada en la competencia
oficial por la palma de oro- y fueron más lejos aún con aquel entusiasmo nombrándola
la mejor película del 2016, dándole el fipresci anual. Dentro de la shortlist –son
actualmente 9 películas- para las nominaciones a mejor película extranjera para
el Oscar 2017 se dice que va de favorita a alzarse con el premio, sobre todo
cuando la competidora más fuerte que tenía, Elle (2016), de Paul Verhoeven, no
está en la shortlist. Apunto que Elle acaba de vencer a Toni Erdmann en los
Globos de Oro 2017. Pero vayamos al asunto, ¿es tan buena como se dice que es Toni
Erdmann? Sí, lo es.
Toni Erdmann es una comedia, pero para que fuera tomada en
serio por la crítica “exigente” y los grandes premios, como suele suceder, fue
porque se trata de una comedia con un alcance reflexivo intelectual que la
recorre de principio a fin, es una comedia muy refinada, que combina la broma
con el drama, de lo que incluso salta un comentario gracioso y viene enseguida un
tema espinoso o difícil, exhibido siempre en un tono suelto, fresco, vivo, pero
también algo incómodo y siempre perspicaz. No es humor negro, es más bien humor
inocente, pero el cuidado y la profundidad que conlleva cada momento es la razón
por la que Toni Erdmann es una propuesta tan interesante, distintiva y terminas
celebrándola. Toni Erdmann es entretenida, a pesar de durar cerca de 3 horas,
provenir del humor ¡alemán! –o quizá, mejor dicho, a razón de ello, estando muy
estereotipado como casi inexistente- y pretender ser a la vez –cosa que ni se
siente, resulta híper natural- cine arte, si bien del que busca consagrarse, no
el que se estila marginal.
La trama de Toni Erdmann, de Maren Ade, es sencilla y muy
clara. Una mujer llamada Ines (Sandra Hüller) es muy exitosa, es una dotada
profesional y tiene dinero, se mueve dentro de un círculo de alta sociedad,
aunque ella luce más como clase trabajadora privilegiada (si me permiten acuñar
la denominación). Ines vive consumida en un trabajo pesado, bastante exigente –aun
cuando ella es una workaholic- y el cual le pide hacer cosas que no la hacen
feliz, la humillan en su trabajo muy sutil y elaboradamente, la explotan y la
usan para movimientos empresariales muy calculadores, crudos y para su entero
beneficio por sobre el de los empleados. Su vida social tampoco compensa nada
su trabajo, tiene una vida vacía y sin entusiasmos. Ella la pasa muy mal, en el
fondo yace deprimida en su pasividad, no hace nada para salir de su situación, salvo
tener una actitud de indiferencia y aburrimiento hacia el mundo, una actitud
esnob. El problema de aquella pasividad es la imagen de enorme éxito y de alto profesionalismo
que obtiene en su situación, esto la hace creer quizá que todo está bien al fin
y al cabo, que es lo mejor que se le pide a alguien en nuestra contemporaneidad,
pero aunque suene naif, ilusorio, tanto como noble, son los pequeños placeres y
las locuras, la felicidad de a pie y las alegrías sencillas las verdaderas
formas de la felicidad, no el dinero, la sensación de grandeza o el poder (cosa
que ella muestra con su eficiente secretaria y pupila). Ahí Toni Erdmann se
emparenta con muchas películas, pero tantas veces es la forma de contar y no el
cuento en sí lo que más vale.
Ines tiene un padre que está lleno de vitalidad y sentido
del humor, no teme el ridículo, quiere reír, ser absurdo e irreverente, en un
buen sentido, positivo, amable, compartir felicidad. Winfried (Peter
Simonischek) será Toni Erdmann, un alter ego desenfadado y divertido de grandes
dientes postizos y peluca de cabello largo y desmelenada, que es coaching de
vida, de como vivir (el opuesto profesional de la consultora Ines, léase una
crítica al capitalismo más duro). Él nos da un momento memorable -sin explicaciones, por una parte extraño, pero que se entiende perfectamente y es
conmovedor- con un traje folclórico búlgaro, perteneciente al ritual del Kukeri (el que se parece a un Pie Grande). Otro momento de esos
extravagantes y audaces es darle simbología a un rallador de queso, como quien paradójicamente
dice que en la “idiotez” –entiéndase mejor “pequeñez”- se esconden las grandes
verdades. Como se ve no es que las bromas de Toni Erdmann sean bombas creativas
u originales del humor, el filme tampoco busca la risa, sino un tono, una
conjunción maestra entre entretenimiento y profundidad, y es fijo que te haga
sonreír al final de su visionado, con su ternura bien sobrellevada, leve,
mesurada.
Winfried es todo un personaje, esta espléndido Simonischek.
Igual Sandra Hüller que da otro momento mítico del cine, cuando asume y
absorbe, se fusiona el mensaje de la canción “Greatest Love of All”, de la gran
y trágica Whitney Houston, con la trama. Así como con la crisis o quiebre bajo
la imprevista fiesta nudista. El filme es muy inteligente para proponer estados
de ánimo, confrontaciones e iluminaciones. Toni Erdmann en realidad es un ángel
guardián más que Winfried un freak. Toda extravagancia suya tiene un quehacer
realista, el paso de Winfried a Erdmann y viceversa, las apariciones de Erdmann
y la noción de que es el padre haciendo una performance en la propia vida nunca
pierde sentido, ni narrativa, todo es fino y fluido. Quizá el mundo recién esté
descubriendo la complejidad del tipo de humor que manejan los alemanes, un
lenguaje secreto, propio como el humor británico.