La ópera prima de Darren Aronofsky es una película de bajo
presupuesto hecha en blanco y negro, tiene una premisa interesante y extraña.
El matemático Max Cohen (Sean Gullette) quiere hallar los patrones universales del
planeta a través de los números y poder predecir cualquier asunto por medio de
ellos.
Max Cohen toma pastillas como caramelos y tiene una jaqueca
brutal, pero no detiene su búsqueda. La propuesta combina surrealismo,
onirismo, locura y realidad. Nunca estamos al tanto donde realmente nos encontramos.
El matemático se topa con una secta de judíos por medio de Lenny Meyer
(Ben Shenkman), un amigo que parece perseguirlo, y es que muchos están enterados
de la búsqueda de Max; hay que apuntar que el filme se mueve en gran parte por
la mente del protagonista. Esta secta cree que los patrones universales están en
la Torah –la biblia hebrea- y quieren que Max lo trabaje, pero lo de Max es una
obsesión solitaria sin la especificación de su ambición.
Max tiene un mentor, Sol Robeson (Mark Margolis), que
renunció a la misma búsqueda; ellos juegan Go –juego chino de hace más de 2 milenios
de existencia-. Sol cree que el Go contiene los patrones universales. Además
hay una empresa de analistas de Wall Street que tratan de acorralar a Max y
asociarlo a su empresa.
Sol le dice a Max que está más cerca de la numerología que
de la ciencia, y así se percibe la narrativa y tono del filme, con un aire
hacia algo terrorífico u oscuro in crescendo. El filme es mucho una pesadilla, sentir
la presión -y las alucinaciones- del protagonista, arrastrado hacia la imagen psicótica
de un taladro perforando un cráneo.
La propuesta indie de Aronofsky mezcla lo místico con las
computadoras. Max no luce inteligente, pero supone alguien excepcional, aunque más
parece un demente. El filme es una ilusión y puro suspenso, lo que es su mayor
virtud o quehacer torturador, inquietante, perturbador, aunque tiene de
ridículo también.