La directora de la película, la francesa Lucile
Hadzihalilovic, esposa del polémico director Gaspar Noé, con quien ha
colaborado en algún guion y edición, no podía entregar una propuesta
convencional, por lo que atribuye poder simpatizar con su filme a lo sensorial
en lugar de comprender una historia, y se pierde de ser harto más seductora,
porque contiene buen material con el que tenía para crear una historia solvente
y más interesante; rara y llamativa, pero justificable, a un grado que se hile,
al menos. No obstante se aprecian algunos parámetros para conformar una
historia, como contener un comienzo y un final novelesco, pero que en conjunto
queda en ciernes, porque en realidad no hay mucho debajo y la experiencia se
presta inferior.
En el filme de Hadzihalilovic vemos una isla con niños -sólo
varones- dominados por unas falsas y frías madres que arguyendo enfermedad
–inducida por ellas, como con el elixir que les dan- los trasladan rápidamente
a un hospital lúgubre y de mal aspecto donde experimentan con ellos; en este
lugar hay una fuerte relación con la concepción, a partir de los propios niños,
los ya crecidos; ésta es la evolución que señala el título, pero que arguye una
involución, claro, está, fuera de lo evidente, partiendo del rapto y el
formateo.
Se ven prácticas cada vez más inexplicables y extravagantes
que flirtean con la corrupción, siempre a un paso de la trasgresión, aunque la
directora nunca llega a cumplir dicha amenaza –esto se aminora más bien en su
composición- o no se capta en todo esplendor, pero a uno lo tiene en vilo, en
el terror, paladeando que toda la experimentación tiene del género, que se
plasma en el body horror, donde brilla finalmente más la ciencia ficción y
cierta cordura –contenerse- o algo parecido.
Ésta corrupción incluye el asesinato de niños, como señala el
muerto hallado en el fondo del mar con extrañas marcas que remiten a la
estrella de mar (por ende a la experimentación), del que habla el pequeño protagonista.
También tenemos a la pedofilia, velada y distorsionada en la experimentación, pero
que al final con la relación con la enfermera (Roxane Duran) queda libre de
cortapisas, sólo que resuelta bajo menor polémica, por el tiempo de los sucesos
y por los hechos en sí; vemos un beso como un disparo, un ahogo simbólico –una
recapitulación hasta la elección de lo correcto- y un amor primerizo, de aprendizaje
y compasión, veloz como el chasquido de dedos, a través de lo tentativo, pero
en última instancia platónico, mientras lo de los bebés inoculados o extraídos
de los niños se siente medio absurdo, pero intriga.
La ambigüedad y el esbozo tienen su belleza. Lucile Hadzihalilovic
crea un buen filme, por una construcción estética y un tono brillante que
señalan personalidad, pero imaginemos que tuviera una historia tan potente y
seductora argumentalmente como la de La Isla del Doctor Moreau de la que la
directora ha declarado beber, estaríamos ante una obra maestra del séptimo arte,
y el tono y la estética son tan poderosos que ésta meta no sonaba lejana.