Leopardo de oro, máximo premio del festival de cine de Locarno
2017, documental dirigido por el cineasta chino Wang Bing. Una mujer de 67 años
sufre de Alzheimer hace más de 5 años y ahora está en la peor fase, yace casi inmóvil
postrada en una cama, la boca la tiene entreabierta con los dientes a la vista
y los ojos se encuentran fijos lagrimeando a ratos, se mueve apenas, no habla,
está como en otro mundo, está muy próxima al estado vegetal, su nombre es Fang
Xiuying, y el documental de Wang Bing pone la cámara a ver su último trance en
el mundo, hacia su cercana muerte. El documental la retrata junto a su amplia
familia –en especial con sus 2 hijos, hombre y mujer- que la están cuidando, en
un lugar estrecho y humilde en la villa de Maihui, en la provincia de Zhejiang.
El filme simplemente documenta la pasividad de la mujer y el
ajetreo y preocupación de los muchos visitantes a su alrededor –quizá también porque
es la forma china de hablar-. La cámara se mete en la intimidad y en la
tragedia de la enfermedad, Fang no se ve tranquila, su expresión es tensa, el
filme la desnuda en un momento muy personal, y uno siente que invade su vida. El
documental no apela al sentimentalismo, trata con la dureza y no pretende la
ternura, las imágenes son sencillas pero fuertes.
Ver el estado de la señora Fang es incómodo, uno puede
sentir como si ella nos dijera con su fija dolida expresión que nos vayamos,
que no la miremos. Es como un alegato de sufrimiento, de un lugar sin solución
y más bien demora en terminar. La familia discute de temas de sus vidas privadas,
poco importa, la imagen de Fang lo abarca todo en este momento.
La señora Fang no necesita hacer nada, pero conmociona al
espectador, y no es producto de violencia visual, el filme como máximo solo se
fija en el rostro de la mujer, y no en sus necesidades fisiológicas cubiertas
por su familia. Pero cuando vemos que le dan agua y ella casi se ahoga sabemos
que el filme pudo ser mucho más explícito y mostrar una cara aún mucho más
terrible para nuestra observación, aun cuando el filme está muy despojado.
La propuesta presenta desahogo, en especial con la vista de
la búsqueda de alimentación rural de los allegados de la señora Fang, cuando practican
la pesca eléctrica y la cámara sigue hasta en tiempo real una larga caminata tras
ésta labor. La pesca eléctrica se repite hasta en tres oportunidades ante nuestros
ojos y es la misma monotonía que refleja los últimos días de la protagonista,
de la que muy poco sabemos, y se ve bastante humilde, aunque lógicamente la
muerte y su proximidad es culpable de quitarnos prácticamente todo.
El tema de la muerte que maneja Wang Bing es todo lo opuesto
al espectáculo y a contar historias, es algo tan desprovisto de grandilocuencia
y fantasía que acabada la película te quedas compartiendo el silencio con aquel
cuerpo pasivo que hemos visto por tanto tiempo sin cambio llamativo. Es el tipo
de vida que no solemos tener presente y más abunda; es el momento en que no
pensamos y al que todos enfrentamos.