Para empezar con éste filme ganador de mejor ópera prima en la
Berlinale 2014 uno inmediatamente piensa en un referente indiscutible de esta
clase de historias, el gran Jim Jarmusch, en sus primeras obras, retratando el
nihilismo, el simplemente flotar/fluir, buscar emociones que nos saquen de la
monotonía y la vagancia, y la falta de dirección de los jóvenes, aparte del
característico blanco y negro, el corte independiente, de autor, totalmente libre
e irreverente, de estar contando nuestra historia personal, de decir una verdad y hacer lo que nos da la
gana, y el bajo presupuesto. Todo ello está dentro de Gueros, cambiando
solamente hacia el giro de una toma de consciencia de esta juventud perdida y rebelde, finalmente la que no lleva a ninguna parte como revela formalmente
el filme, si bien los mensajes y cierta reflexión recuerdan muy levemente a
otro referente ineludible, la nouvelle vague, pero en un tono diferente, del que
no se toma en serio en absoluto, que vive nada más, y que está tan influenciado
por Jarmusch, siendo lo típico de la edad retratada, bajo cierto cine social,
el que nunca nos falta en Latinoamérica, mientras en EEUU se maneja una postura
con semejanzas contextuales a ese respecto, pero por motivos distintos, es el realismo y la voz de la clase media
baja, los angloamericanos ocultos, los que se mueven en sus propias reglas, los
sobrevivientes de la calle, antihéroes, que tiene un corte más novelesco y
poético, lo cual también se suele imitar. La propuesta se ubica desde un sentido de relajo, sobre
todo fresco, de comedia, de despreocupación. Se basa en ciertos hechos reales, la
huelga estudiantil de la UNAM en 1999, y un viaje que hizo Bob Dylan en busca de
una inspiración folk que lo había emocionado.
El director mexicano Alonso Ruizpalacios exhibe su buen
humor y sarcasmo, alude inmisericorde en un diálogo directo a un tipo de cine contemporáneo
de su país hecho bajo un método, uno que siempre da en el blanco de lo que se
quiere, pero que se repite continuamente, y lo hace consciente de que se
adscribe a ese tipo de cine, que tiene esos lugares comunes en su obra, pero momentáneamente,
hasta que lo asume, lo hace notar y se disgrega, para volar sin dirección pero con
mucha consciencia, a través de un estilo a veces vertiginoso y extravagante, dividido “arbitrariamente” en subtítulos de vena literaria y episodios ligeros, creativos, en la conjunción de la forma
y el fondo, donde la estructura y narrativa del filme imita/sigue a sus criaturas,
en una espontaneidad que puede confundir, hacernos perder el hilo, al que yace predispuesto
a seguir un relato convencional, esperar algo, un conflicto por resolver, y
pues no pasa nada, entre comillas, ya que se ve mucho entre líneas, en medio de
disparates y ocurrencias, problemas ocasionales sin trascendencia. Asistimos a persecuciones,
meterse donde no les invitan, intimidación de pandillaje, o que les caiga
encima un ladrillo, karma de un acto previo similar, el que arranca el filme en
un globo de agua tirado desde una azotea y que casi ocasiona un accidente con
un bebé, por lo que Thomas fue enviado con su hermano mayor. El filme es el vagabundeo, y compartir
en grupo, entre Santos, el mejor amigo y compañero de cuarto de Sombra; el que todos conocen como Sombra,
que es el principal; Ana, la mujer que le quita el sueño a Sombra; y Thomás, el
hermano chico de Sombra.
En ésta propuesta no hay soluciones ni grandes verdades, más
que pasiones personales, como con Ana, la chica DJ de una radio pirata, que
tiene una fuerte carga y consciencia social, aunque sus ideas sean vistas como
débiles frente a acciones más violentas, la que es cool como toda la pandilla a
los que alude el término de güeros, chicos bien, que viene de la significación
del tipo físico anglosajón, rubio, caucásico, y que es como un insulto de
superficialidad, pero como vemos puede tener de identificación nacional y
complejidad, escapar al cliché y ser cualquiera, como bien ejemplifica el
moreno llamado Sombra, interpretado por Tenoch Huerta. Las pasiones yacen encalladas
a la filosofía de como coges el mundo, como esa sonrisa de una última foto aparentemente
vacía, que invoca que nadie nos quitara lo vivido y aprendido, ni nuestro libre
albedrio, y el amor es grandioso pero efímero, como que la felicidad es
pasajera pero es un estado de ánimo, en el triunfo contra nuestras inseguridades
y la persecución de la aventura, como ese viaje que bien nos representa ésta sencilla
road movie, la que tiene como única dirección – cuando se espera por un sentido
existencial, mientras en lo práctico Sombra no empieza su tesis- ir tras los
pasos de una leyenda casi secreta, olvidada en su cualidad de culto de minoría,
e íntima, ya que era admirado por el padre de los hermanos protagonistas, siendo
un mítico y fugaz cantante de los 60s, al que se le agrega mucho background en
la interacción con su amante y las pesquisas de su paradero, por Ciudad de
México, de donde no se especifica lugar alguno, es todo indeterminado y casi
casual, en la piedra que rueda al puro estilo del rock. De ésta leyenda se decía que
sus letras hicieron llorar a Bob Dylan, en un sonido que yace elíptico en un
derroche de estilo y sentimiento inducido y contagiosos, a lo actuación de teatro bajo un
motivo imaginario. La leyenda se llama Epigmenio Cruz. Encontrarlo es como aquella frase
de El ladrón de orquídeas (2002), uno es lo que ama, no lo que te ama. La
decepción y la sorpresa es solo una anécdota más. Aunque intrínsecamente sea triste
y realista se toma desde la ironía y la buena onda, más que del patetismo. Ese es el tono predominante e ideológico en
un filme chico, entretenido, curioso a un punto y simpático, pero de los que
uno resulta muchas veces malagradecido y se olvida rápido, como el año pasado con la brasileña Cores (2012).