Ganadora del segundo premio Gran Coral en el festival de La Habana 2013, dirigida por el uruguayo Manolo Nieto. La trama tiene dos
puntos centrales narrativos, de conflicto, pero están asumidos en una sola
temática en un estudio sociológico, ambientando en el Uruguay del 2002 que pasa
por una crisis financiera. Uno. El protagonista debe hacerse cargo de la
herencia de unos títulos de propiedad en el departamento de Salto, lejos de su
hogar en Montevideo, ante el suicidio de su padre, quien era de espíritu
político socialista y estaba atrapado en deudas y en lo que parece una pequeña crítica
del capitalismo, dejando una casa en la ciudad con una querida, un terreno amplio
en el campo rico en ganadería, y un perro viejo que más que todo sirve como anécdota
propia de una sinopsis embellecedora. Dos. La militancia en grupos estudiantiles
políticos que hacen las llamadas ocupaciones pro derechos colectivos, u órdenes
de protesta sindical, o simplemente los derechos del pueblo o de los más
desfavorecidos o explotados, utilizando por su lado de exhibición y cavilación a
lo rural, para lo que hay distintas situaciones en que el protagonista debe moverse
y enfrentarse no solo contra los poderosos que yacen en un fuera de campo y ya
se conoce harto su proceder (salvo una cómica y esquemática intencional y
acertada intervención de relajo que satiriza al empresario y las pirámides de
poder que literalmente se discuten y se reorganizan en base a las propias
convicciones o según los intereses. También un poco hacia la posición de los cotidianamente
desfavorecidos que entran en el juego del lugar común en pos de cierto humor),
sino con los patrones internos de los que lideran la lucha social, que son a
veces absurdos, inmaduros e intransigentes, otras veces agresivos, por yacer sumamente
frustrados en medio de mucho silencio, y a esa vera impredecibles, como algunos
proclives a venderse mientras otros se sacrifican de verdad, pero sobre todo abandonados
en la necesidad y en medio de cierta indiferencia o mezquindad, dejados al
final, lo cual a su vez se da en parte por entendido. Hay pocas explicaciones
al respecto y sin embargo no yace un vacío abrupto o destructivo en el conjunto,
sino más bien resulta sagaz e idóneo. No obstante aluden a ello las entregas supuestamente amables de
naranjas podridas, el que no les pagan hace meses a los ganaderos, o no reciben
beneficios ni se acuerdan de ellos a la hora de que los capitalistas se hacen
millonarios, como se oye en la entrevista, todo lo que se destila breve, esporádicamente,
en apenas unas líneas o contextualizado dentro de una "maraña" narrativa que se
aleja elogiosamente del panfleto o el cine social general y básico, pero abordando
el tema como leitmotiv, lo cual es su máxima virtud, el equilibrio de posiciones
políticas, en medio de lo que podrían ser contradicciones, más no predominante ambigüedad
(moviéndose sobre todo bajo una claridad muy digna de elogio viendo la
dificultad de sus pormenores), en lo atípico como en quien es el protagonista,
dicho en varios sentidos, mezcla de un intelecto que saca lo mejor de distintos
mundos, y es positivo contra las limitaciones, caídas y retos. Se sostiene ante todo como una ficción e historia íntima,
un trayecto de vida, de afirmación, de crecimiento, de relevo.
El yo del director yace oculto elogiosamente, aunque sea lógicamente
omnipotente y no se trate de ningún piloto automático; lo cual puede aparentarlo
alejado de lo sustancial y visceral de su tema, o desapasionado, pero más bien se
trata de madurez, de ser muy racional y apuntar a una postura con varias
aristas, menos primaria en sus argumentos, mientras se compromete con el “entretenimiento”
inteligente. Tiene mucho de autor, aunque es más amable de lo que creemos, con
una complejidad que va ganando a medida que avanza el metraje y concierta sus detalles,
en un trabajo de conjunto no tan fácil de lograr como creemos, necesitando el espectador de una
cuota de atención y paciencia. Su sequedad prima en
dos largas horas de duración, el cómo -y qué, en parte- nos muestra cierta ordinariez
cotidiana, o en la propia elección de su criatura central, reconociendo que todo
está justificado plenamente, mostrándose auténtico en dicha “originalidad”. A su vez recurre a la intensidad momentánea y fresca, con el rol de una pareja,
la chica cool/light de la capucha que igual viene de buen hogar, y al rock
pesado que estridente pone vitalidad, inquietud, fuerza, junto a las tantas
emociones que se desprenden de un protagonista en buena parte hermético y
controlado por fuera –con una supuesta solvencia, fijación y temple que
contrasta con su físico- que se topa con situaciones intrínsecamente potentes o
sugerentes, como lo de las prostitutas, el colchón quemándose en la calle, el
frío escribano o las huelgas, como también excepcionales, en el ataque de un
trabajador alcoholizado, en un giro notorio y complemento yéndose al campo.
La historia se articula a través de Ariel (Felipe Dieste),
que hace de tercer puntal, dotado de particular protagonismo, ya que tiene
problemas motrices, nerviosos y vocales – y en la vida real- que no lo
intimidan ni lo achicopalan, teniendo mucha seguridad en sí, sin ser un líder
por antonomasia aunque parece capaz, sólo que falla mucho, luciendo
engañosamente deficiente, porque actúa como lo contrario, se maneja a sus
tempranos 25 años de edad con mucha coherencia. Toma muchos riesgos y
se aventura en empresas humanitarias de orden extremo, pero manejándose en lo personal
bajo una filosofía pacífica y de diálogo, en medio de una lucha popular –que no
siempre tiene dirigentes o miembros saludables o idóneos para tratar las
necesidades que los aquejan y ser escuchados- o de supervivencia, como con huelgas
de hambre y manifestaciones públicas, universitarias o callejeras, basculando y
queriendo ayudar a la realidad del proletario.
Ariel tiene una fuerte consciencia social, una verdadera, al
punto de que ni los “malagradecidos” lo hacen mutar de sus convicciones,
militando fervientemente, siendo un hombre con dinero. Ve desde adentro, como parte
de ello, no como fría beneficencia, por los
dependientes del estado (estudiantes) y los del capital privado (obreros de un frigorífico),
en un aspecto formal y argumental, solución, reverso y “complicación”, el que
sea una empresa de su propiedad, articulando un compromiso ideológico y una responsabilidad
económica -por naturaleza- en pugna, aquí silenciosa, que se resuelve en el ideal y en la tranquilidad, habiendo una elipsis que le favorece en ese rodeo triunfal
y de recurso artístico como de entusiasmo infantil con la moto, con la que
salta charcos que parecen además un pequeño simbolismo. Su personalidad
da a entender que es capaz de hallar salidas eficaces o ¿es que todas son
buenas intenciones? El filme no intenta ser facilista, queda espacio para la
interpretación, pero ésta apunta al optimismo sea el resultado que sea. Parte de la sencillez y transparencia de sus actos, sin que sea en realidad
ninguna luminaria, rehuyendo el autor construir un héroe cliché, más bien tiene
dimensión y presenta alcance desde la “normalidad”, la imperfección, la espontaneidad
y naturalidad. Ve por la gente -humilde, primaria y, vista así en el filme, un poco
salvaje o violenta- del campo que trabaja bajo las ordenes de un hacendado; para
ellos el mismo sea quien sea, lo cual invoca un poco de ceguera, producto de malas
experiencias, falta de fe, demasiado realismo. Pero el filme invita a creer, a
pesar de todo.