martes, 5 de noviembre de 2019

Mi desnudez no significa nada (Ma nudité ne sert à rien)


Docuficción de la francesa Marina de Van, directora de cine de películas de terror que aquí se anima a hacer algo bastante íntimo, más personal en apariencia, pero que contiene su toque de espectáculo –aunque atípico a lo general-, y de narradora de historias. En principio es algo chocante la figura que vemos, presenciamos a una mujer solitaria y triste que anda mucho tiempo desnuda –el desnudo como búsqueda de despojo de la opresión del sufrimiento, más que de erotismo-, la mayor parte del tiempo encerrada en su habitación con su gato. Solitaria en los 40 y pico –edad que hace de sutil mortificación- busca hallar pareja en citas que pacta online, pero cuando concreta encuentros hay algo en su personalidad, en su abulia, y cierta depresión en general, que la hace rechazar a cada pareja que en principio le interesa. Así observamos como un tipo se resiste a no parar de tener relaciones con ella, de lo que asoma una posible violación y termina en frustración existencial. La cámara aparece en los lugares más complicados de filmar lo que da a entender que no todo es real, que hay ficción presente, como con el momento que Marina irrumpe en un cuarto de hotel, además de que las reacciones de la pareja sorprendida denotan actuación. El final también lo deja más que claro en aquella sonrisa naif. No obstante el filme coge un sentimiento, una cierta verdad expositiva, revelando algo muy personal de ésta directora, una psicología, un anhelo y sufrimiento, en esto la directora es vanguardista y audaz, aunque también se percibe un tono de cierta fealdad, de cierto patetismo, que la directora no rehúye, más bien lo busca con ahínco, y es algo duro de ver, aunque finalmente el filme se revela como un artificio en parte. Ahí anida el vanguardismo de la propuesta, la intrepidez de concretar éste retrato de apertura emocional. El filme sigue un guion, éste guion se percibe que tiene de cierto, pero se nota que hay construcción (que falta espontaneidad), que no todo es solo posar la cámara. Pero a un punto contiene realidad y es eficaz, la de la soledad, el desgano y la melancolía de Marina, la del retrato poco bello, el que toca el ridículo con la imitación de la admiración por Flashdance (1983). Hay un ánimo de revelarse poco agraciado, imperfecto física y emocionalmente, al tiempo  que Marina está osadamente desnuda ante la cámara en varios sentidos, y esto tiene interés a la vez que rechazo, por dar a notar amar el patetismo. Es un filme poco comercial, curioso, imperfecto como el cuerpo que exhibe, tan semejante al de “todos”,  al de la mayoría, y ahí hay atracción para con el espectador, aun cuando también germina una distancia producto de una transparencia tan abierta e incómoda por momentos. Es en su primera parte casi un callejón sin salida, y se hace fuerte de ver, pero la imagen general va soltándose, relajándose, al pasar del metraje. La protagonista va siendo cada vez más racional, apoyada siempre en su voz en off que hace de diario de cotidianidad en soledad, en gestos tristes. Luego se ve a la familia de la directora –madre y hermanos- que es una familia convencional, tranquila, feliz y sencilla, lo que contrasta con la esencia de rareza que exuda Marina de Van, digna artífice de su cine de terror.