sábado, 7 de octubre de 2023
El gran simulador
El gran simulador (2013), del argentino Nestor Frenkel, indaga en la vida del ilusionista argentino René Lavand, con el propio Lavand guiando el filme, a sus 85 años, 2 años antes de morir. Lavand tenía la particularidad de que le faltaba el brazo derecho pero esto no le impidió desarrollar una carrera profesional de ilusionista, como maestro de las cartas. Él deja ver más bien que quizá esto lo impulsó a ser quien es, ya que perdió en un accidente de auto su brazo a muy temprana edad; también menciona que éste brazo perdido siempre ha estado en sus pensamientos, se ha encontrado siempre muy presente en toda su vida, aun cuando logró superar su situación y tener mucho éxito en la vida. Lo había dicho el gran escritor alemán Hermann Hesse, un secreto de la vida es transformar lo malo en nuestra vida en algo positivo, que hasta eso malo puede convertirse en algo productivo. Así Lavand, como Hesse, trabajan con la automotivación enfrentando la derrota existencial y se convierten en ejemplos para otros, en vencer duras limitaciones, tales las pulsaciones autodestructivas del dolor. Llega Lavand hasta fabular literatura con la existencia de ésta ausencia. Lavand es un hombre culto, pero de hablar amable y cercano, suele manejar mucha empatía, aunque como todo hombre mayor suele ser muy franco, pero nunca deja de ser ese ilusionista que es, ese encantador de personas, ese hombre que suele generar aplausos y sonrisas, que genera complicidad. El filme muestra toda la personalidad de Lavand o, mejor dicho, él la deja ver, en todo su esplendor. Lavand es todo un personaje, suele hablar mucho y emparentar las cartas con la vida misma, sobre todo la suya y de sus maestros. Él no se hace llamar mago, puesto que se sabe un tahúr profesional, un tahúr inofensivo, él mismo expresa ser un gran cínico puesto que eso es lo que amerita para ser bueno en lo suyo, engañar al público para hacer creer que hace magia, que algo realmente especial está sucediendo, todo lo cual se traduce en talento. Conocemos a su pareja, ya mayor también, y su día a día. Vive en una casa de campo -como salida de un cuadro de Claude Monet- o una especie de cabaña sofisticada; hasta tiene ascensor. Hay imágenes de archivo, o vídeos caseros del propio Lavand, donde observamos que fue -hasta su muerte- muy famoso y prestigioso en lo suyo, fue alguien particular, incluso desarrolló un trabajo propio ya que no había manual para un ilusionista de un solo brazo. Exhibió, en su carrera, originalidad, de donde muestra que solía buscar siempre trucos novedosos, practicar mucho, casi como si esto fuera un tipo de deporte. La mano la entrenaba mucho y la tenía maltratada por el esfuerzo. Conocerlo es conocer a alguien simpático, de quien en pantalla oímos dichos y frases interesantes, sin despegarse del suelo. Era muy educado, pero también campechano, un tipo auténtico, con un carisma que denota naturalidad, aunque es parte de su negocio. El documental es bastante straight, muy frontal, al tiempo de agradable y seductor; simple, pero bueno.