Es notorio que David O. Russell divide a la gente, tiene el
respaldo de los Premios Oscar que por tercera vez le concede abundantes
nominaciones, The fighter (2010) le dio 7 y obtuvo 2 triunfos, en El lado bueno de las cosas (Silver Linings Playbook, 2012) fueron 8 y ganó una
estatuilla dorada, y en ésta oportunidad American Hustle le da 10, y hace
nuevamente pleno en la categoría de nominados a actores. Con lo que se denota
que tiene el aliento de un importante sector del público que es lo que define
la mayoría de candidaturas de la Academia de las Artes y las Ciencias
Cinematográficas Americanas. Pero también hay una corriente que cree que está
sobrevalorado. Y yo en lo personal me ubico dentro de los que lo apoyan, porque
sin ser espectacular, alguien extremadamente original, disfruto de sus filmes.
American Hustle puede verse como que tiene un aire o parece
intentar emular (algo) al idolatrado Martin Scorsese, mucho
teniendo bastante fresco su último ataque de genialidad, El lobo de Wall Street
(2013), de quien no discutimos su mención y la seducción que emana, ya que se
debe a su talento fuera de resultados discutibles, sin embargo creo que en
conjunto es totalmente distinta ésta película a cualquiera preexistente, por el estilo propio que impone finalmente O. Russell, además de que no pienso que sea
restrictivo a un solo autor hacer un tipo de cine.
El tema de los gánsteres, los fraudes, policías en pos de la
celebridad y la corrupción política lo maneja muy bien ésta propuesta, con un
toque –que no completo porque fluye, tiene ritmo y vida- de idónea sequedad,
cierta impuesta ligereza y su infaltable ironía, no dejarse tomar muy a pecho
en lo que exhibe, que se da como subterfugio para permitir no ajustarse a una
trama cuadriculada, aburrida digamos, sino moderna, y poder moldear al gusto el
juego personal, una autoría. Porque no se trata de retomar en absoluto lo
clásico, aun manipulado séptimo arte precedente, como una falsa fachada de otra
década, los 70´s (que invoca referentes de esa época, como el cine de denuncia o policial, el arte de Sidney Lumet),
entendiendo que también depende de hechos verídicos y detalles que “obligan” un
retrato. No obstante, se observa sin dificultad, que David O. Russell pretende
yacer en su libertad de director, y vemos que se caricaturiza intencionalmente un
poco a los personajes, pero sin borrarlos de una película seria, de un drama de
criminales, ya que no es para nada una comedia, sino que quiere destilar una
capa de consabido relajo en cómo nos lo cuenta.
De ahí que todos tengan peinados ridículos, Irving Rosenfeld
(el siempre sacrificado, comprometido hasta la médula y vastamente versátil Christian
Bale) una calvicie mal escondida, aparte de una voluminosa barriga, congruente
con lo que representa, un estafador de suma inteligencia aunque de pequeños
movimientos de engaño. El alcalde de New Jersey Carmine Polito (Jeremy Renner) un
peinado a lo Elvis en medio de una elíptica pesada vida familiar –tiene 5 hijos
y una esposa que nos recuerda a la de los típicos gánsteres italoamericanos que
nos ha dado siempre el cine contemporáneo, mujeres de barrio- y un mal
disimulado pésimo gusto, siendo un hombre capaz de ensuciarse en el desarrollo
de su ciudad, como él mismo dice, hacer todo por ella, en un mandato que
conjuga avance a costa de algunas licencias, poder tratar con mafiosos dueños
de casinos en pos de trabajos e ingresos para su estado. Y por último, el
oficial federal Richie DiMaso (Bradley Cooper, que se esconde en varias capas,
siendo hilarante, un poco tonto o imponente dependiendo las circunstancias) que
ostenta una permanente, rulos, como la cabellera abundante de la compañera de
estafas Sydney Prosser (en una sensual –mención especial de sus escotes- y compleja
en sus emociones Amy Adams); luciendo un aire a sex symbol latino de música
disco, mientras hace todo lo que puede por consagrarse en su profesión de
policía encubierto, hasta manipular los hilos para que congresistas, senadores,
criminales y alcaldes caigan en su red, en un plan sustentado predominantemente
por el anhelo de notoriedad, atraparlos infraganti, aun incitándolos más que
descubriendo y desbaratando negocios ilegales. Algo que juega con la audacia de
quien se desnuda como fabulador y desmitificador, en caso de O. Russell, un
generador de artificios que crea un universo creíble, solvente en sí, lo que hace
todo cineasta. Y nos invita a observar y desentrañar como se fabrica arte, en
una especie de alter-ego en la piel de DiMaso conjugado con Rosenfeld al que se
le instiga para que perpetre un fraude que enmarañe a criminales, aunque no
todos los son pero se verán tentados a ello, y que puede ser visto como un
sutil meta-cine. Una película que mirada detenidamente es bastante inteligente
siendo fácil de entender aunque sacrifique una parte de la cotidiana ilusión y
pueda molestar, como quien nos da la sensación de revelarnos que quiere tomarnos
el pelo o enseñarnos una verdad que no atendemos y nos mantiene “inocentes”,
fieles a nuestra calidad de espectadores.
No obstante, si bien juega a concretar un contexto de forma discretamente
atípica, rompiendo la narración convencional pero como quien pretende
normalidad, provocando el conflicto “arbitrariamente” para luego decirlo, por
si pasaba desapercibido su pequeño toque particular, y hacer una última
jugada en que se sigue explotando la capacidad de fraude, ya como historia
lineal y ordinaria, no deja de asumirse como entretenimiento, es su basa, pero
con su infaltable impronta, y es que David O. Russell puede ser bastante
extravagante, a diferencia de lo que
creemos de su séptimo arte, como se puede ver en I Heart Huckabees (2004).
Es como lanzar al ruedo una chispa de ingenio o algo poco
manipulado, dentro de una trama, más que visto como defecto, un cariz anodino o
una tonta ocurrencia, en donde se falsifica a un jeque árabe para que caigan
los ratones a la trampa, con el que se les llama y entusiasma a los criminales
y a los potenciales delincuentes (lo cual no es que suene descabellado), aunque
incluye meterse con algún peligroso gánster (la historia crece con sus
pormenores, que le catapultan y nos centran para seguir atentos un hilo), el
ejecutor Victor Tellegio (Robert De Niro, en una figura que le persigue eternamente
dado el talento en ello, que domina, aun en una breve caracterización y ya
habiendo hasta bromeado con esos roles) pero sin que por ello atrofie el conjunto, o
sea la historia, más bien la alimenta desde coordenadas personales.
Al final se ve que son pequeños pretextos lo que hacen una
estructura, algo notable en el papel de Rosalyn Rosenfeld (la prodigiosa Jennifer
Lawrence, a la que se le exige roles exigentes de engañosa simplicidad, maduros
pero imperfectos, y siempre da la talla, iluminando un personaje rico en
arrebatos, mucha emotividad, e incongruencias a flor de una personalidad de
vulgar sapiencia que termina ganándose nuestra empatía bajo su carisma
todoterreno), una joven hermosa pero chabacana, voluble y con falta de
autoconsciencia.
Puede que American
Hustle no sea una gran historia como tal, no sea tan cautivante en bruto, siendo
relatos ya muy gastados, una vez visto de que se trata el embrollo en sí (engrandecido
por sus artificios, véase su banda sonora que imprime fuerza y personalidad a las secuencias, con Tom
Jones y la nostálgica Delilah, la estupenda Live and let die de Wings, o las icónicas
I feel love de Donna Summer y -la a su vez dulce- How can you mend a broken heart
de los Bee Gees, entre otras, que imponen una atmósfera en toda plenitud; o sus
escenarios familiares, bendecidos por el aura de lo vintage, donde se citan los personajes modelados dentro de un curioso glamour, el setentero, que no pelea con lo austero por ser propio de su tiempo), sin embargo no desfallece
nunca, genera mucha atención, entretiene mucho más que suficiente, y maneja
perfectamente la temática del fraude, la hace suya, teniendo atributos
innegables de valía, como explotar a sus personajes, revestirlos de disfraces,
matizarlos y hacerlos interactuar con verdadera intensidad, tales son sus dos
protagonistas Irving y Sidney que tienen vidas apasionantes gracias a su rabia
interior (lo dejan ver sus voces en off, cuando describen quienes son, y el flashback
que termina regresando a esa sala privada con el jeque y Polito, que los
justifica de alguna forma, aunque sobrellevarlo canse o intimide), por sobre el
orden de la derrota y la frustración que les ofrece a ellos la cotidianidad, dándose
controlados como ameritan sus farsas –hasta en el acento británico de Sidney que es muy significativo para cambiar su biografía, su pasado de desnudista,
que como dicen uno quiere creer lo quiere, todos mentimos o lo hacemos con
nosotros mismos- en una oculta vehemencia que los motiva. O. Russell es, sin
duda, un director que sabe sacarle sustancia a sus actores, no es banal tanta
nominación al respecto, generando vínculos y panoramas portentosos con ellos,
más allá de lo concreto. Continuos cambios de ánimo o en apariencia, en un buen
manejo variado de conflictos, entre lealtades y deshonestidades. Lo que hacen
del filme una especie de juego de cartas lleno de intenciones y adivinanzas con
sus roles, y a nosotros observadores de ese intercambio de movidas maestras,
siendo las mejores, las más importantes las de torpeza dentro de la atracción del
argumento.