viernes, 15 de abril de 2022

La viuda negra


La viuda negra (1977), de Arturo Ripstein, adapta Debiera haber obispas, del también mexicano Rafael Solana, y es obvio que haya tenido censura, tanto el libro como la película. Es una película blasfema contra la religión católica, de manera exagerada, no tiene el más mínimo pudor de hacerlo ni contención alguna, ni mucho menos tiene matices al respecto, es abiertamente ofensiva y agresiva con la religión. La trama narra el affaire entre un cura de provincia, el Padre Feliciano (Mario Almada), y su ama de llaves, Matea (Isela Vega). El filme abre con Matea de chica haciendo travesuras y siendo sexual desde temprana edad, pero cuando llega al pueblo del Padre Feliciano es otra. El filme es muy erótico, hay escenas sexuales pero cuidadas, no son explícitas, pero se ven bien; es muy guapa y sugerente Isela Vega, además hay que decirlo, actúa muy bien y es justificado que ganara el Ariel de 1984 por actriz. Matea suele colocarse unas medias negras largas arriba poco de la rodilla y usar tacos altos aunque no tanto y cada vez que lo hace se ve excelente en pantalla, muy sensual, con algo sencillo. Un tipo, el médico del pueblo, se queda prendido de su belleza y trata de "enamorarla", pero lo hace de manera tosca, sin romance, como copulan los caballos. Hay una escena muy potente donde éste sujeto forcejea con Matea tratando de tener sexo, y luce como una proyección de violación. Matea grita mucho como loca, es medio histérica, pero desde temprano se ve que ella no es del todo común. El filme pone al propio cura católico a criticar la religión, pero lo hace de manera directa, aquí no vemos ningún estilo a lo Los Comulgantes (1963), aunque hay uno algo decente a pesar de todo hay que acotar. El Padre Feliciano no es ningún filósofo ni pasa por un trance existencial ni nada por el estilo, el tipo es lo más campechano del mundo, y como un hombre del tipo renegón e inconforme con su humilde profesión sólo lanza piedras a diestra y siniestra, es purito enojo, como diría un mexicano, lo hace para botar el fastidio. Es un filme super realista, llano y frontal, demasiado quizá para ser trascendental, pero más que enojo o fastidio por la religión que agrede uno siente que tanto exceso -parece hasta exploitation- pasa a ser inocuo, y brilla un cierto juego romántico y erótico de equis (como no identificable o secundario) prohibición. Matea pretende el amor con sexo, no solo el sexo, aunque ahí hay una tendencia suya al pecado, que vemos al principio. Quien quiera ser audaz dirá que está reprimida, pero lo que busca es la trasgresión, es una mujer de extremos. Es curioso ver que cuando señala la iniquidad del pueblo -la verdad- estos la tachan de loca, se ríen. No existe culpa, solo miedo a ser descubierto. Mientas tanto Matea se cree una romántica, una poeta maldita. Pero en un momento ella quiere plasmar aquello que dijo Jesús, quien esté libre de pecado que lance la piedra (sobre la prostituta), pero suena muy condescendiente y perdona vidas y muy ligero creerlo, o justificar la corrupción con más corrupción. No es un filme tan inteligente, pero puede ser entretenido, si no le mortifica a uno tanta blasfemia. Es solo un contexto curioso, como ese pueblo que parece perdido en el limbo, como el pueblo de Pedro Paramo. El Padre Feliciano se la da de sabio, de a pie, pero es más un "gracioso", un gruñón, aunque tampoco luce estúpido. Matea si es un cúmulo de defectos y una mujer básica y encima en contra de sí misma. No obstante ella tiene derecho a elegir, tiene derecho a no corresponderle a un animal como el médico (muy bien Sergio Jiménez), pero tampoco, obviamente, a elegir y acostarse con el cura. En un momento el cura lleno de ira les manda una maldición a todos, los manda al diablo prácticamente (fuera de ironías), por no ayudar. Hasta ahí llegan las "sutilezas"; así mismo con otra especie de Matea no correspondida y dispuesta a subsanarlo con cualquiera. Bueno, también, es un filme erótico, juega con las fantasías sexuales, y pues no esperen Shakespeare.