martes, 9 de octubre de 2018

The Cannibal Club (O Clube dos Canibais)


En éste filme uno se puede enfocar en la escenificación de la interrelación entre dos clases, la gente adinerada y sus empleados, con el humor negro de que los primeros terminan comiéndose –literalmente- a los segundos. Antes disfrutan de tener sexo con ellos o presenciar cómo lo tienen con otros, y recuerda a ese grupo aristocrático o de poder, oscuro y secreto, de orden sexual de Eyes Wide Shut (1999).

Pero el director brasileño Guto Parente hace cine de género más que cine social o se deja llevar más bien por el terror y por el humor, con su gore bien salpimentado. El filme es curioso, aunque sencillo, con una pareja, un matrimonio, Otavio (Tavinho Teixeira) y Gilda (Ana Luiza Rios) que al estar a la vera de la aventura sexual, de la infidelidad, terminan paradójicamente más unidos que nunca, matando salvajemente y comiéndose a los amantes de Gilda, empleados de la casa, con Otavio dejando todo planeado para que así suceda, con hacha, esperma y sangre de por medio tras tremendo –impactante- arranque, muy visual.

The Cannibal Club (2018) toma un pequeño giro cuando Gilda descubre algo muy íntimo y oculto que el líder del club de los caníbales y jefe de Otavio, Borges (Pedro Domingues), guarda para sí, y se despierta el suspenso; el temor y la preocupación de la pareja. Con ello se plantea notable acción, aunque hay muchas escenas de simple interacción, intrascendentes, algo sosas. El filme es entretenido cuando se pone perverso, cuando te impacta con sus ocurrencias. Es una propuesta bien tratada, no es tan sórdida, aunque tiene escenas fuertes. El filme cree en lo que cuenta, es serio digamos, el humor no domina, permite el terror, el drama, la tensión.

Tiene a Otavio y Gilda, a los ricos, como dominantes de la trama, aunque más tarde esto cambia, sin demasiada argumentación, producto de perder el dominio de la situación, al tener presente a la traición, germen que empieza a germinar por temor a sean descubiertos –individual y colectivamente-, cosa que es más una paranoia o un elemento dudoso que una realidad que se palpe o sea solvente, ya que incluso los guardias –sucedáneos de la policía y la sociedad que los recluta dentro de una pirámide de poder- sirven de sexo y alimento, mezcla explosiva.

Por el final The Cannibal Club se vuelve impredecible –moviliza muchas posibles salidas-, venciendo cierto nacimiento de desorden, apoyándose en breves aclaraciones, y queda bien pegado finalmente. Ésta parte genera mucha acción, harto gore, un estado salvaje, muy buena cuota de terror. Es una propuesta que gana más bien cuando es básica, cuando recurre a lo más práctico, que cuando intenta argumentar o desarrollar más trama, aunque se expande a ambos lados. Deja como lectura anexa o secundaria lo social; plasma escueto y esencial, aunque potente, el abuso del poder y de la clases. Prima el placer, la extravagancia, cierta originalidad, con un atrevimiento que no se sobreexcita, percibiéndose un decente control a ese respecto, aun cuando trata mucho con el sexo y con asesinatos violentos.