sábado, 12 de julio de 2014

The Rocket


Éste filme australiano ganó el reconocimiento de mejor ópera prima en el festival de Berlín 2013, como el de mejor actor para el pequeño Sitthiphon Disamoe, junto al premio de la audiencia, en el festival de Tribeca del mismo año, lo cual al respecto de éste último galardón resulta bastante lógico, siendo uno de aquellos que priorizan enternecer, y empatizar emocionalmente –tocar la fibra del corazón- con el espectador, pero sin llegar a cuotas donde la autoría, el relato entre manos y el arte desaparecen frente a las ansias comerciales.

Se nos cuenta las desgracias de un niño que carga con una supuesta maldición, de acuerdo a la tradición y el folclore de la tribu a la que pertenece, donde los gemelos son señal de mala suerte, de penurias a su alrededor, como contra cualquiera de sus vínculos, lo que genera miedo e ira, incluso entre la propia sangre, que en la fuerte creencia en la superstición –entendiéndolo desde el siglo moderno, con un manejo voluble, flexible y redimible, en una historia que tampoco exagera el uso de ese lugar común, si bien es el leitmotiv del filme- y las tantas carencias, como el dolor de la nación, implican un arduo ser y existir para Ahlo, Sitthiphon Disamoe (en dos planos que agreden al pequeño protagonista, juntos y separados, ante la desconfianza y el descargo ajeno), para lo que él debe enfrentarse con la pobreza y cambio de hogar de sus padres y abuela, que son obligados a trasladarse por su cuenta producto de una construcción de desarrollo (hay en conjunto una sosegada crítica social, a un costado de lo implícito, algo muy leve sobre el quehacer del estado y de ciertos privilegiados, pero también sobre lo cultural, lo cual genera equilibrio, dándose el predominio a la capacidad de narrador de cuentos que tiene el director Kim Mordaunt), estando contextualizados en los remanentes de los bombardeos americanos contra el país, ante la repercusión de la guerra de Vietnam.

En el camino familiar cada calamidad es achacada a Ahlo, un niño como cualquiera, juguetón y sumamente despierto, que además tiene talento para lo científico y lo manual, lo que le abrirá la oportunidad de sacarse de encima la idea de ser pájaro de mal agüero; ensalzado ese sentir por casualidades, travesuras, errores, y las circunstancias siempre extrañas e impredecibles del yacer en el mundo, como alguna defunción importante en su núcleo familiar ante la distracción y el cansancio, asunto que sobrevolará de distintas maneras sobre la trama, que se ubica en Laos, la muerte, en un pueblo que vive de ceremonias fúnebres y demostraciones de devoción y recuerdo latente tras una realidad de amplia mortalidad post-coyuntural, a razón de la guerra, sumado el accidente, por la precariedad social, y la enfermedad a esa vera. Es entonces que Ahlo tendrá en sus manos una gran responsabilidad, darle una mejor vida a su familia, rebatiendo el “designio” de su nacimiento.

El filme es relajado, todo al fin y al cabo se lo toma con ligereza, sin demasiada preocupación, hasta con lo místico puede presentar un toque irrespetuoso, una mirada contemporánea, desde un sentido, claro, la inocencia en el acto, salvo dramatizar para empatizar con el niño, siendo a veces muy obvio, en el rechazo, y en parte simplista. Pero es que se trata de una propuesta amable, familiar si se quiere. Sin embargo debo decir que tiene cualidad en ello, armando muy bien el clima y los antecedentes, para ir al título que preciso se ha dado, el de “El cohete”, haciendo nuevamente manejo de la tradición y lo folclórico, lo cual invoca el mismo equilibrio antes mencionado. Si esto sirve para limitar o lucir ignorante, también funciona para unir a la gente, ser feliz con tu cultura y hallar un sentido positivo y optimista a la existencia. La lluvia invoca todo ello, como también juego, ingenio, esfuerzo y broma, entretenimiento. El filme no engaña a ese respecto, no pretende demasiado.  

Señala el pasado pero desde la neutralidad del historiador sin nacionalidad ni crítica, sin compromiso que no sea la superación, el olvido, pasar la página (léase como una lectura sencilla, facilista, algo lejana, buena onda, en una especie de misticismo positivo, o lo que es, entretenimiento puro), haciendo gala más bien de su uso como cuento, transpolar los bombardeos angloamericanos a la sustancia ficcional del cohete específicamente, como leyenda, en el tigre que duerme, dejando de ser bombas, sino fuegos artificiales, algo esperanzador y hermoso.  Como se dice, que manía de recordar los momentos dolorosos; en un canto de mirar al frente.

El relámpago en el cielo es el lenguaje que el filme atribuye a lo que los otros se lo dan a la cabeza de toro macabra, lo diáfano por sobre lo oscuro, un intercambio, ver distinta la realidad, como quien se compromete con la felicidad, esa que destruye toda señal de arcaísmo, lo reinventa, lo hace saludable. Acalla la preocupación con la risa, de ahí las alusiones inocuas, simples, a falos con los cohetes, o al acto sexual y la micción en la costumbre indígena de hacer llover. Ni qué decir del tío raro, vestido de púrpura, un vago y alcohólico, que imita a James Brown, el toque curioso, en quien prima el desenfado controlado, y al que se le trata de dar dentro de toda su imperfección, una pizca de respeto, una luz de inteligencia, de conocimiento, que sirve para ayudar al cometido de la construcción del cohete. Es un personaje simple acorde con lo que indica, que va en la ruta de lo creíble dentro de su cariz efectista, mientras que por otro lado redunda, se hace demasiado notorio, el cariz de alegría infantil. No obstante sí que surte el efecto anhelado. Aparte del logro de tener escenas bellas tanto Alho como Kia se ganan nuestra indudable simpatía (mucho más él, claro, un héroe humilde, que depende también como niño de su tantas veces difícil familia, como de su audacia y personalidad temprana), de ahí que los rodeos del desenlace también lleguen a puerto con el espectador, perdonándole algunos recursos manidos, tantas veces inevitables, habiendo tanta agua bajo el río. Quiere el filme llegar a la gente, que como cometido le decimos, misión cumplida (decentemente), y a ver otra película.