viernes, 30 de agosto de 2019

Parasite


Fue la ganadora de la palma de oro 2019. El coreano Bong Joon-ho se coronó en popularidad en el cine arte, siendo muy querido por la cinefilia internacional. Le faltaría sólo un cupo al Oscar a película extranjera para completar toda popularidad. Bong ha hecho cine social inteligente y de cine arte. Aunque su mejor película sigue siendo Madeo (2009) y la más aclamada Memories of murder (2003), Parasite es una muy buena película. Bong no es críptico, pero sí muy inteligente con ésta propuesta. Es cine social con arte en mayúsculas. El filme no necesita de montón de rareza para ser bueno, tiene solo una cierta cuota por el final. No obstante todo el filme es una construcción artística. Al mismo tiempo es una obra seductora, que se ve muy bien, que entretiene bastante, que mantiene el interés y la sorpresa. Es un filme que medio que dispone todo para el final, con esos remates poderosos del séptimo arte. Es cine social efectivo e inteligente, como no lo era Snowpiercer (2013). La sátira o el humor negro que ven muchos lo veo en un inicio mostrando la pobreza de los protagonistas. Pero va menguando. La narrativa lleva cierta calma hasta el final explosivo. Por el final se vuelve brutal, híper violenta y gore, donde la lectura social está más diluida, es más metafórica y más complicada de entender por mayor impacto y hedonismo. Es una historia de estafadores, pero sin subrayarlos, dándoles humanidad y algo de discreción. Es la historia de unos arribistas, que luego por un lado se enfrentan a la consciencia. Pero que buscan escapar de ella. El primer suspenso surge cuando sus planes ya están ejecutados, cuando los lugares de trabajo están ocupados y reemplazados, es ahí que vemos tocar el timbre a la antigua ama de llaves. De esto se desprenden dos líneas de pobreza. No veo tanta lucha de clases, de ideología, aunque si deja qué pensar. Bong es más sutil que esto, piensa en hacer cine. En un momento la esposa compara al marido (el genial Song Kang-ho) con una cucaracha, y en ese momento anida el meollo del filme, el marido atisba violencia frente al menosprecio. Todo ello se manejará en la relación de la clase alta con la clase baja, entre servidumbre y patrones. El detonante es algo nimio, pero que hiere el amor propio, se manipula a través del olor, aunque en realidad es el olor del desprecio, del menoscabo, más que de algo físico u olfateable. El chofer entra por tanto en depresión silenciosa, le molesta el vender su alma por dinero, el humillarse, pero su realidad lo empuja a obedecer. De no ser así le espera un borracho meando por su ventana (la sátira), o un electrocutamiento tras una inundación (el drama). Nuevamente Bong se muestra inteligente, lo hace de algo aparentemente insignificante, hacer que el chofer se disfrace de indio para alegrar la fijación del hijo del dueño. La explosión de violencia surge por dos vertientes, por medio del desprecio y la venganza. El hijo del chofer, pobre, duda y pregunta si puede encajar en la clase alta a la hija de la familia privilegiada que enamora, él cree que no, al ver tanto goce. Su padre antes le dice que no hay que tener plan porque la vida se ríe de los planes. Pero el hijo no hace caso de nada y propone un plan y buscar el dinero como solución de todo. El filme vuelve al ciclo de destrucción que nos ha mostrado previamente. O quizá no, habrá éxito, y es porque ahora es distinto, al ejecutarse por el buen camino. De todas formas queda todo como una cierta ilusión. El problema es que como dice el padre la vida no permite que exista un plan efectivo a lo que uno tanto delinea, y se habla de pesimismo o del realismo de la frustración. Puede también que la salida venga de lo improbable, ese es el mensaje, el llamado de la eterna sorpresa, como la violencia del filme.