Una dama de alta sociedad (Danielle Darrieux) producto de sus deudas personales vende unos finos aretes
que son regalo especial de su marido, un general (Charles Boyer). El general se inquieta y los busca con ahínco. Los termina comprando de
nuevo, pero curiosamente se los regala a su amante. Aquí el hombre se pinta de
cuerpo entero y prácticamente justifica que su mujer termine enamorándose de un
pretendiente, de un diplomático (Vittorio De Sica). El diplomático sabe que
ella es una mujer coqueta pero que no pasa de ello, que hasta el marido bromea comentándoselo,
sin embargo él nunca deja de seducirla con su caballerosidad. El director Max
Ophüls simplifica la seducción mediante los incontables bailes que comparten, sin
despegarlos. Los vemos en secuencia danzando pegados uno al otro, hablando en
el tiempo. Ella apoyada en una puerta termina diciendo que no lo ama rendida
ante él, éste “no” en realidad es un sí cómplice. Pero pronto el general se pondrá
las pilas y buscará cortar éste affaire. En ello ésta propuesta luce refinada, lo
mismo con ponerse capas mediante ayudantes. El filme es elegante y muy clásico.
Es una historia de infidelidad y romance. De Sica luce como un seductor neto,
con gran porte. Boyer es un hombre de aire inteligente, un tipo muy
despierto, pero ésta relación se le escapa de las manos. El relato es muy sutil con toda la infidelidad, mientras el general guarda las formas. Finalmente la historia se decide por una salida más “brutal”, un duelo de pistolas, aunque de
caballeros, y tiene un final hermoso, con el foco en las velas de la iglesia,
un rezo sin nadie, su cuota de suspenso y una puesta en escena de cierto
misterio. A ésta obra se le puede llamar una película aristocrática, a través de un trío de actores maravillosos.