Debut cinematográfico de Bernardo Bertolucci que escribió el
guion junto a Pier Paolo Pasolini y el guionista y también director de cine Sergio
Citti. La maravillosa Accattone (1961) ya los había reunido, Sergio Citti fue
coguionista de Acattone junto a Pasolini, donde el hermano de Sergio, el gran Franco
Citti, sería el protagonista; y Bertolucci sería asistente del director.
La cosecha estéril (La commare secca, 1968) puede remitir en
un inicio a Ryūnosuke Akutagawa, a su cuento En el bosque, donde diferentes
personas hablan de un mismo caso proponiendo distintas perspectivas para
resolver un crimen. Rashomon (1950), de Akira Kurosawa, adaptaría gran parte de
ese cuento. Lo mismo parece hacer la película de Bertolucci, pero finalmente el
crimen entre manos se resuelve directamente, aunque como una arista más de la
figura geométrica. No hay nada que interpretar, todo está ahí a la vista, claro
como el agua, pero hermosamente contado.
El filme muestra mientras tanto personajes propios de una
época austera, de necesidad económica, tienen mucho del Pasolini inicial. Un chiquillo
pícaro roba a parejas románticas en un bosque. También es el típico ladrón cobarde.
En las mejores secuencias de presentación de personajes –que es de lo que se
trata en realidad la película- tenemos a un vividor y a su mujer (unos geniales
Alfredo Leggi y, en especial, Gabriella Giorgelli), una arrendadora de
inmuebles, que orgullosa muestra a su “marido”, un tipo de vida alegre. Un joven
militar en lugar de lucir estricto, o disciplinado, se muestra como un muchacho
inmaduro. Va molestando -bromeando- a las bellas mujeres con las que se cruza
en la calle.
Los mejores personajes de ésta propuesta son Francolicchio y
Pipito, dos muchachos pobres, de quienes no vemos familiares, parecen dos aves solitarias,
que sueñan embobados y hambrientos con comer ñoquis o pasteles de papa, y
pronto pueden ver sus sueños cumplidos al conocer a unas chiquillas. Ambos son
musicales, alegres y positivos, aunque se tornen algo criminales, y ahí vuelve
a intervenir la figura de Pasolini, con un tipo con dinero que quiere –como con
putos- algo con ellos. De las mejores escenas –de aplastante naturalidad- es que
se pongan a cantar a capela o a reír sueltos como ríos viendo las féminas bailar.
En el filme hay momentos poéticos, hermosos visualmente, aunque
sencillos, como con el soldado dentro de un túnel con mujeres haciendo de peatonas,
o con Pipito gritándole a Francolicchio que yace nadando a la distancia, cuando
Pipito frustrado, desesperado y melancólico grita no saber nadar. Por último
tenemos al hombre de los zapatos raros, suecos, zapatos de madera. Todo bajo
las luces del interrogatorio policial, con los policías ocultos en las sombras, muy secundarios porque en realidad es la historia de sus variopintos personajes,
pobladores del imaginario italiano clásico, y el crimen suena más a pretexto y
así se resuelve.