jueves, 29 de noviembre de 2018

La commare secca


Debut cinematográfico de Bernardo Bertolucci que escribió el guion junto a Pier Paolo Pasolini y el guionista y también director de cine Sergio Citti. La maravillosa Accattone (1961) ya los había reunido, Sergio Citti fue coguionista de Acattone junto a Pasolini, donde el hermano de Sergio, el gran Franco Citti, sería el protagonista; y Bertolucci sería asistente del director.

La cosecha estéril (La commare secca, 1968) puede remitir en un inicio a Ryūnosuke Akutagawa, a su cuento En el bosque, donde diferentes personas hablan de un mismo caso proponiendo distintas perspectivas para resolver un crimen. Rashomon (1950), de Akira Kurosawa, adaptaría gran parte de ese cuento. Lo mismo parece hacer la película de Bertolucci, pero finalmente el crimen entre manos se resuelve directamente, aunque como una arista más de la figura geométrica. No hay nada que interpretar, todo está ahí a la vista, claro como el agua, pero hermosamente contado.

El filme muestra mientras tanto personajes propios de una época austera, de necesidad económica, tienen mucho del Pasolini inicial. Un chiquillo pícaro roba a parejas románticas en un bosque. También es el típico ladrón cobarde. En las mejores secuencias de presentación de personajes –que es de lo que se trata en realidad la película- tenemos a un vividor y a su mujer (unos geniales Alfredo Leggi y, en especial, Gabriella Giorgelli), una arrendadora de inmuebles, que orgullosa muestra a su “marido”, un tipo de vida alegre. Un joven militar en lugar de lucir estricto, o disciplinado, se muestra como un muchacho inmaduro. Va molestando -bromeando- a las bellas mujeres con las que se cruza en la calle.

Los mejores personajes de ésta propuesta son Francolicchio y Pipito, dos muchachos pobres, de quienes no vemos familiares, parecen dos aves solitarias, que sueñan embobados y hambrientos con comer ñoquis o pasteles de papa, y pronto pueden ver sus sueños cumplidos al conocer a unas chiquillas. Ambos son musicales, alegres y positivos, aunque se tornen algo criminales, y ahí vuelve a intervenir la figura de Pasolini, con un tipo con dinero que quiere –como con putos- algo con ellos. De las mejores escenas –de aplastante naturalidad- es que se pongan a cantar a capela o a reír sueltos como ríos viendo las féminas bailar.

En el filme hay momentos poéticos, hermosos visualmente, aunque sencillos, como con el soldado dentro de un túnel con mujeres haciendo de peatonas, o con Pipito gritándole a Francolicchio que yace nadando a la distancia, cuando Pipito frustrado, desesperado y melancólico grita no saber nadar. Por último tenemos al hombre de los zapatos raros, suecos, zapatos de madera. Todo bajo las luces del interrogatorio policial, con los policías ocultos en las sombras, muy secundarios porque en realidad es la historia de sus variopintos personajes, pobladores del imaginario italiano clásico, y el crimen suena más a pretexto y así se resuelve.