La directora alemana Angela Schanelec pone su mirada
femenina y autoreferencial en dos historias de ficción intercomunicadas, una sobre
el abandono a una mujer y la otra sobre como otra mujer abandona a su marido. La
primera abre y cierra con un pequeño acto simbólico. Abre con Theres (Miriam
Jakob) ayudada a subir una cuesta por su pareja, Kenneth (Thorbjörn Björnsson).
Es la representación del soporte emocional y existencial del amor mutuo en un
pequeño acto de caballerosidad. Termina con Theres tirada en la vegetación de
otra cima, cogida de la mano por su hijo. Es la pérdida y la depresión. Ambas
historias analizan lo mismo desde su propia perspectiva. Luego veremos en la segunda
historia a Ariane (Maren Eggert) caer en la depresión, pero anhelar la pérdida
de su marido.
La primera historia dura 35 minutos (luego completada la hora
volverá). Theres y Kenneth están en Grecia en los 80s, se oye hablar del muro
de Berlín y las huidas por Hungría. Ellos cantan y tocan guitarra en la calle
por dinero, pero un día la madre de Kenneth enferma muy gravemente y Kenneth se
derrumba, tiene que ir a verla y dejar a Theres. El propio Kenneth en otro acto
simbólico se enterrará a sí mismo. En esta primera parte la cámara se coloca en
la toma de detalle, se enfoca en pedazos del cuerpo o, en especial, en los
zapatos gastados de Kenneth. Vemos las manos de Kenneth mientras come un
chocolate. El filme también compone momentos estéticos y estilísticos, como
algo tan sencillo como servir y tomar agua o mantener una mirada seca y
sorprendida en la cara de los protagonistas, como quien está conociendo de qué
trata la vida, mucho de dolor, decepción y tensión.
La propuesta también tiene momentos de desahogo o visualmente
emotivos, Kenneth llora histriónico mientras come. La infancia está presente de forma importante en la película. Hay varias
muestras de ello. Una, cuando el hijo de Theres debe dejar su vida anterior,
los compañeritos lo observan irse atentos, impotentes y melancólicos. Dos, cuando la hija de Ariane lame la herida de un niño invalido. También es un crush
(enamoramiento platónico) para el niño, un momento decisivo y glorioso en su difícil
existencia. Tres y cuatro, la hija de Arianne se rompe el brazo, lo que es el
reflejo de la separación de sus padres; luego aparece pateando pelotas de
futbol, y representa la superación, enfrentarse al dolor y la pérdida.
La segunda historia confunde un poco, con el disfraz de policía
y los sentimientos de Arianne. Pero la mirada femenina de la directora alemana
es muy honesta y fresca, igualmente característica, que podemos tomarla como
una exposición antropológica de la mujer. Hay otra escena de una dama tumbada
en el piso, ésta vez por el alcohol. Arianne ve en el libro de su esposo una
igualdad y libertad que añora, aunque es curioso que sea actriz y que su vida no
sea tan intensa, quizá porque es una actriz menos pública, europea, y no una de
Hollywood. Con éste personaje Schanelec se desliga de cátedras aunque cunde el
feminismo. No obstante permite la espontaneidad del caso, habla de una
naturaleza en particular (solitaria), no inquiere por culpables, aunque se nota
que en la primera historia le sobrevive una mirada negativa muy femenina, y en
la segunda una positiva que juzga con complacencia a la mujer. Ese zapato
tirado en la calle es algo gracioso –involuntariamente- visto a esta vera. Los
paisajes tienen especial importancia en ésta historia, ambientada en el
presente.