Inspirada en el mediometraje El prado de Bezhin, de Sergei
Eisenstein, una propuesta censurada por el gobierno de Stalin y reeditada
múltiples veces posteriormente en los 60s. Dirige la letona Laila Pakalnina,
que hace su propia versión de la historia del mártir soviético Pavlik Morozov,
muerto a los 13 años a manos de la venganza de su propia familia, cuando el
niño héroe de la propaganda comunista quedó inmortalizado producto de denunciar
a su padre frente al estado socialista que lo confinó y lo terminó ejecutando por discutir las directrices de la URSS, no apoyar el desarrollo de las granjas colectivas, denominadas Koljós,
un invento soviético, y oponerse a los denominados rojos. Pavlik antepuso el
deber a su patria y al comunismo por sobre su padre al que señaló de traidor, y
asesinado quedó santificado por el estado.
Pakalnina llama Janis a Pavlik, y contextualiza el relato en
su país, en Letonia. Llama a la granja colectiva de su historia Ausma (Amanecer),
y coloca al niño Janis culpando al progenitor por lo ya conocido del folclore soviético,
pero sumándole el homicidio de su madre, que es desde donde parte el filme con
un toque bruto y descarnado. Pero eso es lo de menos, la potencia de la
película de Pakalnina, una muy buena película, está en las formas y en contar
de manera original su obra. Habita en el filme surrealismo (perpetrando
ángulos y variaciones escénicas de la historia central, de la muerte del mártir)
y comedia (tomándole el pelo al comunismo). Coloca ideas críticas de
forma sutil, medio como respetando la figura del magma, pero agregándole mucho
de su cosecha, como ver a una camarada robusta prefiriendo dormir que cumplir
con su deber nacional, no importándole nada más que el exagerado cansancio que
tiene.
Otra crítica a los rojos puede verse en el andar de unos
presos encadenados, y el ataque a una simple campesina, invocando la
inestabilidad, el peligro general, la invisibilidad y la dictadura. Y si aún
quedan dudas del aire socarrón del filme, ahí están esos pollos comiendo en toda
pantalla robándose la cámara en plena marcha proselitista tras la defunción del
niño Janis, como en otra escena yace multiplicada la imagen de un cadáver sobre
un caballo, pero, claro, solo hay la necesidad de un mártir en su tipo, detrás
de la Organización de jóvenes Pioneros de la Unión Soviética, los boy scouts
rusos. Los que aparecen apretujados en la puerta a poco de que el bruto padre
de Janis le dice que la biblia le da la potestad de matarlo por acusarlo, y está
a punto de hacerlo; o que salgan de cacería sobre el asesino como quienes están
en un juego infantil. También tenemos al tío del mártir, ubicuo en todo el
metraje como el mensajero y facilitador que pone orden, el del régimen comunista,
como quien hace de presentador y anfitrión del estado.
El filme ostenta tomas raras, ángulos imposibles, tales como picados y
contrapicados totalmente perpendiculares, o primeros planos o planos detalle
acomodados, de medios rostros o bajo desenfoques frontales. Posee además un arranque
frenético que te saca del lugar de confort cuando el padre le pone en claro al
hijo la situación, en este juego de traiciones, acotando que la película es un
especie de reto, tras una intrépida elección, una que explota al máximo el
relato de Pavlik Morozov, creando una forma de expresión propia, luciendo gran
cualidad de cine de autor, en un infaltable blanco y negro. Hay igualmente una recreación memorable, como Eisenstein, en el saqueo y la destrucción
de los decorados de una iglesia.